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jueves, 13 de junio de 2019

LOS QUE NO PERDONAN

(The unforgiven, 1960)

Dirección: John Huston
Guion: Ben Maddow

Reparto:
- Burt Lancaster: Ben Zachary
- Audrey Hepburn: Rachel Zachary
- Audie Murphy: Cash Zachary
- John Saxon: Johnny Portugal
- Charles Bickford: Zeb Rawlins
- Lillian Gish: Mattilda Zachary
- Albert Salmi: Charlie Rawlins
- Joseph Wiseman: Abe Kelsey
- Doug McClure: Andy Zachary

Música: Dimitri Tiomkin.
Productora: Hill-Hecht-Lancaster Production.

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’25.

“El hombre echa raíces, Cash y no me gusta que se las arranquen pieles rojas o rostros pálidos”. Ben Zachary a su hermano Cash.


A lo largo de su dilatada carrera como director, cuarenta y siete títulos rodados en otros tantos años, John Huston se acercó al universo del wéstern, aunque de forma tangencial en la mayoría de los casos, en cinco filmes. Así en 1948 dirigió “El tesoro de Sierra Madre”, adaptación del clásico escrito por Bertrand Tavern, una cinta de aventuras sobre la codicia humana con bastantes elementos de wéstern; a esta película la siguieron “Medalla roja al valor” (1951), filme bélico, basado en el no menos clásico libro de Stephen Crane, ambientado en la Guerra de Secesión que abordaba el conflicto desde una perspectiva intimista y crítica; “Vidas rebeldes”, neo wéstern sobre un grupo de individuos desnortados en busca de su lugar en un mundo en plena trasformación; “El juez de la horca”, un wéstern para mí fallido que, con grandes dosis de comedia, se apuntó a la corriente revisionista y desmitificadora pujante en los setenta; y la película que nos ocupa, sin duda su título del Oeste más ortodoxo (1); aunque, como señalaremos más adelante, su propósito, no del todo conseguido, era construir una especie de parábola sobre el racismo todavía existente en la sociedad estadounidense. En este sentido cabe recordar que el filme se rodó en 1959; es decir, a punto de iniciarse una década de grandes cambios sociales y de mentalidad en los EEUU y, por extensión, en el mundo occidental.



El wéstern, en principio, contaba con todos los elementos necesarios para haberse convertido en un gran éxito: una productora solvente, la Hill-Hecht-Lancaster Productions (2) que se había asegurado, además, la distribución de la película a través de la todopoderosa United Artist; un reparto espectacular y profesionales de reconocido prestigio como Ben Maddow, autor del libreto junto a Huston, Dimitri Tiomkin, compositor de la banda sonora, o Franz Planer, responsable de la fotografía. Sin embargo no tuvo una gran acogida y supuso, por sus problemas de índole económico, la desaparición de la productora con la que Burt Lancaster había puesto en pie proyectos del nivel de “Chantaje en Broadway” (Alexander Mackendrik, 1957), “Torpedo” (Robert Wise, 1958) y “Mesas separadas” (Delbert Mann, 1958). Tras el desastre, la estrella sólo volvería a su labor de productor resucitando para ello a su antigua compañía, la Norma Productions, con la intimista “El hombre de Alcatraz” (John Frankenheimer, 1962) y mediante la Norlan Productions de Roland Kibbee, con varios títulos caracterizados por su modestia, artística y presupuestaria, como los wésterns “Camino de la venganza” (Sidney Pollack, 1968) y “¡Que viene Valdez!” (Edwin Sherin, 1971) o el fallido thriller “El hombre de la medianoche” (1974) en el que también asumió las labores de dirección. Sin duda su mejor película como productor durante esta década sería “La venganza de Ulzana” (1972), un wéstern muy violento y realista que le reunió con su antiguo socio Harold Hecht y para el que volvió a contar con el director Robert Aldrich.



Además Huston siempre ha renegado de “Los que no perdonan”, considerándola una de sus peores películas. Sin duda en su apreciación influyeron los problemas surgidos durante el rodaje (3) con un Burt Lancaster más preocupado en la dirección y producción del filme que en sacar adelante su personaje. Conducta a la que tendríamos que añadir la actitud de Lillian Gish intentando ningunearle al recordarle constantemente con quien había trabajado a lo largo de su dilatada carrera aunque terminaría por reconocer la gran labor realizada por Huston; el accidente sufrido en un río por Audie Murphy en el que se rompió un brazo y estuvo a punto de ahogarse, por lo que se dejaron de grabar varias escenas protagonizadas por él; y, sobre todo, la caída del caballo de Audrey Hepburn, de la que siempre se culpabilizó Huston, causa no sólo del aborto de la actriz sino también de la suspensión del rodaje de la película durante varios meses por haberse roto la estrella varias vertebras. Para colmo tres miembros del equipo fallecieron en un accidente de avión. Y a todo ello, hay que sumar los constantes enfrentamientos entre el director y los productores con visiones distintas sobre el filme. Así mientras el primero pretendía desarrollar, con una mirada crítica, el conflicto racial subyacente en la historia como metáfora de la situación vivida por los EEUU durante la época del rodaje de la película, los productores perseguían un filme del Oeste más convencional y comercial para asegurarse una buena taquilla y con ese objetivo no dudaron en recortar en treinta minutos las dos horas y media del metraje original de la cinta, resintiéndose por esta decisión tanto algunos personajes clave como el de Johnny Portugal, un mestizo, originalmente concebido como contrapunto a la figura de Ben, como el mensaje del filme enfocado a la denuncia de todo tipo de fanatismos.



ARGUMENTO: Los Zachary, una familia de colonos asentados en Texas dedicados a la cría de ganado vacuno para su posterior venta en Wichita y a la doma de caballos salvajes, verán su mundo derrumbarse al hacerse público un secreto relativo al origen de uno de sus miembros.



El filme es una adaptación, al igual que “Centauros del desierto”, de una novela de Allan Le May (los dos libros han sido editados por Valdemar en su colección Frontera), compartiendo con la película de John Ford su premisa argumental desencadenante de la tragedia posterior: el rapto tras una masacre de una niña, en el caso de “Centauros del desierto”, o un bebé, en esta película, y su posterior búsqueda por parte de su familia natural. Si bien en la primera eran los indios quienes secuestraban a Debbie tras haber aniquilado a su familia y en la película de Huston son los blancos, tras acabar con todo un poblado, los que deciden llevarse a Rachel.



Asimismo presenta semejanzas notables con “Estrella de fuego” (Don Siegel), wéstern más modesto también estrenado en 1960; ya que en ambas el clan protagonista, una familia mixta, sufrirá la incomprensión y el rechazo de los que hasta ahora eran sus amigos; mostrando las dos cómo la sociedad puede ser destruida por el fanatismo y la intolerancia racial. Incluso el detonante del drama, el asesinato de uno de los personajes secundarios por parte de los indios, tiene lugar en ambas películas de forma brusca y como contraste con la secuencia anterior de tono distendido; mostrándonos en ellas a un país en el que la muerte acechaba tras un recodo del camino, al atravesar un río o detrás de una arboleda. Si bien la conclusión del filme de Siegel, negando cualquier esperanza a los protagonistas, se me antoja más realista que la de Huston aparentemente feliz gracias a esa imagen, ya vista en el inicio de la película, del vuelo de una bandada de patos como metáfora del restablecimiento de la situación existente antes de estallar la tragedia. Pero lo cierto es que el regreso al estadio anterior se ha conseguido aniquilando a los hermanos de sangre de Rachel que tan sólo reclamaban su vuelta a casa; además de haberse convertido los Zachary en un clan “impuro” repudiado por el resto de familias de colonos, con lo que el fantasma del desarraigo se cierne sobre ellos.



Además las tres películas sitúan sus respectivas historias en un territorio, el estado de Texas anexionado a los EEUU en 1845, aún sin “civilizar” y habitado por dos culturas, los indios nativos y los colonos descendientes de los emigrantes europeos, incapaces no sólo de respetarse sino de convivir en paz por lo que ambos perseguirán el exterminio del otro, del diferente a su comunidad. Los primeros apelando a la defensa de la tierra de sus antepasados invadida por los anglosajones, mientras que los segundos hacen suya la doctrina del destino manifiesto que justificaba mediante un designio divino la expansión de los EEUU desde el Atlántico hasta el Pacífico (3).

Por consiguiente las tres cintas ofrecen una visión pesimista y sombría de la llamada conquista del Oeste basada, en realidad, en un odio racial irracional alimentado tras décadas de violencia y venganzas.



Para poner en pie su proyecto, Huston contó con Ben Maddow, excepcional guionista autor del libreto del drama antirracista “Han matado a un hombre blanco” (Clarence Brown, 1949) y con el que ya había colaborado en “La jungla de asfalto” (1950), con la intención de llevar a cabo una adaptación menos conservadora de la novela de Le May, profundizar en los conflictos psicológicos de los personajes, así como humanizar y dignificar a los pieles rojas con el objeto de introducir el mensaje, ausente en la novela, sobre el odio visceral de la sociedad anglosajona hacia estos, mostrándonoslos también, al igual que los blancos, como víctimas de una época y de un territorio en los que la presencia de la muerte era perenne.



Precisamente uno de los aciertos de la película es la forma de abordar la historia por parte de Huston y Maddow. Así, durante gran parte de su metraje parecen ocultarnos la realidad existente en el territorio en donde se desarrollan los acontecimientos al presentarnos a los Zachary en un entorno idílico con su rancho situado al lado de un río y las vacas paciendo despreocupadamente encima del tejado, para a continuación mostrarnos la vida apacible de sus miembros. En este tramo de la película, de tono vitalista y alegre, se suceden las escenas costumbristas, mostrándonos el día a día de los protagonistas: Rachel recoge agua del río;, Mattilda fabrica mantequilla; ambas hornean pan en la cocina; Andy, el menor de los hermanos, manifiesta su deseo de ir a Wichita en donde hay mujeres que “te hablan de tú”; la madre toca el piano, símbolo de refinamiento, civilización y cultura; posteriormente comparten almuerzo junto a los Rawlins, familia con quien pretenden emparentar como forma de progresar económicamente; más tarde se dedican a domar caballos; y por último contemplamos como Charlie Rawlins le pide torpemente a Ben la mano de Rachel.



Pero esta visión aparentemente placentera se irá ensombreciendo con la presencia de un personaje siniestro, Abe Kelsey, conocedor de un terrible secreto existente en el seno de la familia Zachary capaz de demoler los pilares en los que se basa su existencia. Un fantasma del pasado con intención de ajustar cuentas en el presente que provocará la reacción violenta de Ben y Cash intentando darle caza mientras se desata una tormenta de arena que dota a la escena de un tono de irrealidad en consonancia con el aspecto espectral de Abe, quien viste una casaca azul, porta un sable y se presenta como “La espada del Señor. El fuego y la venganza”. 

A partir de este momento la película va adoptando un tono más duro y oscuro hasta culminar en dos de las mejores escenas del filme.



En primer lugar la del velatorio de Charlie en la que Rachel sufrirá en su persona todo el odio hacia los pieles rojas larvado durante décadas en los Rawlins; de tal forma que, rota por el dolor, Hagar, la matriarca quien la conoce desde bebé, la ha visto crecer y aceptaba de forma natural el matrimonio de ésta con su hijo, la echará de su casa “acusándola” de ser una: “¡India asquerosa. India. India kiowa. Piel roja maldita!”. En definitiva, la está condenando por ser diferente, por haber cometido “el pecado” de nacer india. 



La segunda gran escena, desarrollada por la noche a la luz de las antorchas portadas por distintos personajes, es la del frío y brutal linchamiento de Abe tras haber sido atrapado por Johnny Portugal, que culmina con la ruptura definitiva de la familia Zachary con los Rawlins al proponer Zeb desnudar a Rachel como medio para comprobar el verdadero color de su piel; pretensión a la que se opondrá contundentemente Ben.



Ambas secuencias desembocan en el violento tramo final del filme con el largo, cruento y realista asalto de los kiowas al rancho de la familia Zachary inmediatamente después de, por fin, revelar Mattilda a sus vástagos la verdadera identidad de su hija adoptada, acabando con una mentira prolongada durante años pero necesaria para la subsistencia y la aceptación de la familia en su comunidad.



En consonancia con el relato, en el que cuentan con un papel primordial la hipocresía y la falsedad, los personajes principales se se caracterizan por su complejidad psicológica e, incluso, ambigüedad moral; además de estar marcados por un pasado, derivado de un territorio hostil, pesado como una losa.



Ben, al que dio vida de forma enérgica y vitalista Burt Lancaster, tras la trágica muerte de su padre (6) se ha convertido en el cabeza de familia. Se debate entre el cariño que siente como hermana por Rachel y la atracción de naturaleza incestuosa también experimentada hacia ella; sentimiento que intentará negar aunque saldrá a relucir poniendo de manifiesto sus celos al golpear a Johnny Portugal por haber retirado un abrojo del pelo de su hermana, a la que posteriormente recriminará el haber coqueteado con el mestizo, mientras un inocente Andy exclama: “Ben es muy quisquilloso con Rachel”. Sólo al final del filme dejará aflorar sus verdaderos sentimientos dando lugar a dos escenas de un gran lirismo, aquella en la que acaricia tiernamente el rostro de Rachel mientras le susurra: “Mi pequeña, mi pequeña piel roja” y en la que, prácticamente vencidos los Zachary, abraza a sus dos hermanos y al mismo tiempo le da el primer y probablemente último beso a Rachel.



Ben tratará de proteger en todo momento a su familia, por eso no dudará en ordenar a Andy que disparé sobre un indio indefenso provocando el sangriento asalto a su rancho, actitud que choca con la imagen del héroe clásico del wéstern.



En su única incursión en el género Audrey Hepburn está perfecta como Rachel a la que dotó de una imagen a la vez de fortaleza y debilidad. El personaje, sobre el que gira toda la película, sufrirá el rechazo de sus vecinos no por lo que es sino por lo que representa, “por correr sangre impura en sus venas”; personificando los temas planteados por la película tanto sobre el desarraigo como sobre la identidad, lástima que este último se resuelva de forma precipitada (Rachel pasa en muy poco tiempo de pintarse el rostro como una kiowa a disparar sobre su hermano de sangre que tan sólo reclamaba su regreso y no mostraba actitud hostil hacia ella). Enamorada de Ben, aunque también intente disfrazar sus verdaderos sentimientos, no dudará en aceptar la proposición matrimonial de Charlie como medio de encelar a su hermano mayor.



A la veterana Llian Gish le correspondió el papel de Mattilda, la matriarca de los Zachary, una mujer dulce, delicada y culta que sin embargo, atrapada por sus propias mentiras, será capaz de ajusticiar de forma violenta a Abe para defender a su familia y evitar que un terrible secreto, tan sólo conocido por ella, salga a la luz.



El temperalmental Cash estuvo interpretado, en un papel inicialmente previsto para Tony Curtis (7), por un excelente Audie Murphy. Segundo de los vástagos de los Zachary vive atormentado por la muerte del padre, profesando un odio irracional por los pieles rojas a los que es capaz de oler. Tras conocer la verdadera identidad de su hermana abandonará a su familia aunque posteriormente protagonizará una carga suicida vital para la supervivencia de ésta.



Un excelente Joseph Wiseman asumió el rol de Abe Kelsey, inquietante personaje que se comporta como un espectro, un iluminado conocedor de un secreto capaz desmantelar el mundo hasta ese momento apacible de los Zachary. Tomado por loco, en el fondo es una víctima más del tiempo y lugar que le tocó vivir al haber perdido a un hijo raptado por los indios, desgracia de la que culpa al padre de los Zachary buscando vengarse de ellos.



Charles Bickford está perfecto como Zeb Rawlins un hombre aparentemente amigable, razonable, religioso (8) y también víctima de las guerras con los indios al haber perdido la movilidad en sus piernas; pero que, tras el asesinato de su hijo por los kiowas, sacará a relucir su fanatismo, su fiera aversión por los indios y sus prejuicios más irracionales.



Por último, John Saxon interpretó a Johnny Portugal, un mestizo, gran domador de caballos, que ha escogido vivir con los blancos aunque sufre su desprecio. Protagoniza otra gran escena de la película cuando con cuatro equinos que irá montando sucesivamente persigue a Abe hasta darle caza mientras el espectador puede deleitarse escuchando otro gran tema compuesto por Tiomkin.



Quizás “Los que no perdonan” no sea la película concebida por John Huston y tampoco suponga la denuncia contundente de los fanatismos religiosos, étnicos y familiares existentes en la sociedad norteamericana buscada también por el director; pero, a pesar de imperfecciones como la falta de continuidad entre algunas escenas motivada probablemente por los cortes sufridos, es un gran wéstern con escenas impactantes, magistralmente rodadas y difícilmente olvidables.


(1) Huston llegó a afirmar que cuando dirigiera un wésten respetaría todas sus reglas al ser un género con un estilo propio muy pronunciado.

(2) Con anterioridad a la incorporación de James Hill a la productora Harold Hecht y Burt Lancaster produjeron, mediante la Hecht-Lancaster, filmes del nivel de “Apache” y “Veracruz”, ambas dirigidas por Robert Aldrich en 1954, o “Marty” (Delbert Mann, 1955), película por la que Ernest Borgnine obtuvo el Oscar al mejor actor principal. 

(3) Las dificultades surgidas en los rodajes de filmes dirigidos por John Huston son tan legendarias como su persona. Como ejemplos se pueden citar, entre otros, los correspondientes a “La reina de África” (1951), “El bárbaro y la geisha” (1958) o “Vidas rebeldes” (1961). Así, en la primera de las películas todo el equipo enfermó de disentería salvo Humphrey Bogart y el propio Huston que tan sólo bebieron güisqui durante su rodaje, de hecho el actor llegó a afirmar que el director era la única persona conocida que podía beber más alcohol en una tarde que él. Mientras que en “El bárbaro y la geisha” desde el inicio John Wayne se enfrentó a Huston al tener una visión distinta del filme, permitiendo los productores a la estrella remontar el filme y rodar nuevas escena, de tal forma que el director intentó, de manera infructuosa, que no apareciera su nombre en los títulos de créditos. Por último, en “Vidas rebeldes” sufrió a un autodestructivo Monty Clift, con graves problemas de adicción al alcohol y a las drogas y a una depresiva Marilyn, cuyo matrimonio estaba a punto de romperse, con tendencia al abuso de los barbitúricos que solía llegar tarde al set de rodaje e, incluso, estuvo ingresada en un hospital en pleno rodaje durante varias semanas.

(4) La novela fue inicialmente publicada en el Saturday Evening Post como un serial compuesto de seis entregas desde marzo a abril de 1957  con el título provisional de “Kiowa moon”, de hecho en los títulos de crédito hay un plano alusivo a ese título en el que se enfoca una luna llena.

(5) La doctrina del destino manifiesto, muy arraigada en el pensamiento puritano, fue enunciada a principios del siglo XVII por el pastor John Cotton al sostener que: “Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a librar, legalmente, una guerra con ellos y a someterlos”. Y a lo largo del siglo XIX fue desarrollada por varios autores para justificar en la voluntad de Dios la denominada conquista del Oeste y el genocidio perpetrado contra los primigenios habitantes de Norteamérica.

(6) Es muy significativo el epitafio que figura en su tumba, “Murió en defensa de su familia y el ganado”, visto en el inicio de la película; ya que la historia se repetirá y los Zachary estarán obligados a defender su rancho y a su familia con riesgo de perder sus vidas. 

(7) Burt Lancaster trabajó con Tony Curtis en “Trapecio” (Carol Reed, 1956) y “Chantaje en Broadway” (Alexander MacKendrick, 1957), siendo su entendimiento total por lo que fue la primera opción de los productores para interpretar a Cash aunque problemas de agenda impidieron su participación en el filme.

(8) La presencia de la religión es constante en el filme con continuas citas de los Libros Sagrados, mientras que Zeb, tras la muerte de su hijo, se refugiará en la Biblia y más tarde se la ofrecerá a Abe antes de ser linchado.

jueves, 15 de febrero de 2018

UNA BALA SIN NOMBRE

(No name on the bullet, 1959)

Dirección: Jack Arnold
Guion: Gene L. Con y Howard Amacker

Reparto:
- Audie Murphy: John Gant
- Charles Drake: Luke Canfield
- Joan Evans: Anne Benson
- Virgina Grey: Rosseane Fraden
- Warren Stevens: Lou Fraden
- R. G. Armstrong: Asa Canfield
- Willis Bouchey: Buck Hastings
- Karl Swenson: Stricker
- Whit Bissell: Pierce

Música: Herman Stein e Irving Gertz (sin acreditar)
Productora: Universal International Pictures (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“La carga más pesada es la culpabilidad, contra ella no puede hacerse nada”. Conversación entre Asa Canfield y el sheriff Buck Hastings.



Visita de nuevo este blog, tras “Muerte al atardecer” (1956), Jack Arnold, director relegado a producciones modestas pese a su gran talento y su enorme capacidad narrativa. Sin embargo este hecho no le impidió sobresalir en la década de los cincuenta, fundamentalmente en el género de la ciencia-ficción, con películas como la mítica “El increíble hombre menguante” (1957).



Por lo que se refiere a “Una bala sin nombre”, cabe señalar que sin duda está al nivel de sus mejores cintas y supone su wéstern más logrado. No obstante, y a pesar de los evidentes méritos del filme, Jack Arnold tras finalizar esta película tuvo que refugiarse en la televisión, rodando tan sólo para la pantalla grande en los siguientes veinticinco años dos comedias insustanciales al servicio del actor Bob Hope.



En todo caso, estamos ante uno de sus proyectos más personales, en el que se implicó no sólo como director sino también como productor, que puede entenderse como una especie de spin off de la mencionada “Muerte al atardecer”, al darle todo el protagonismo en este filme a un personaje similar pero con un rol secundario en el wéstern de 1956, el pistolero Chet Swan brillantemente interpretado por Grant Williams. Las semejanzas entre ambos personajes son evidentes; así John Gant, como Chet Swan, es un joven asesino a sueldo de rostro angelical, vestido completamente de color negro y se sirve de una artimaña para evitar problemas con la justicia, provocar al hombre que va a matar con el objeto de que desenfunde primero y eludir, de esta forma, la posible acusación de asesinato (idea retomada en numerosos filmes como, por ejemplo, “El gran silencio”, un euro wéstern dirigido en 1968 por Sergio Corbucci). No obstante si algo diferencia a un personaje del otro es que Gant carece de los rasgos psicóticos de Chet; es un hombre consciente de su condición y convencido de prestar un servicio a la sociedad al acabar con aquellos que se lo merecen.



Para interpretar a este personaje se escogió a Audie Murphy, una de las grandes estrellas del wéstern de serie b durante las dos décadas en las que estuvo ligado a la Universal, compañía especializada en este tipo de producciones. Héroe de guerra, fue el soldado más condecorado durante la II Guerra Mundial, y ejemplo de hombre hecho a sí mismo, era un actor muy querido en los EEUU. En esta ocasión ofreció un buen rendimiento como Gant, uno de sus personajes más complejos, a pesar de que por su rostro aniñado y aspecto frágil no parecía la opción adecuada para interpretar a un homicida con un poder casi absoluto sobre la vida y la muerte.


ARGUMENTO: Con la llegada a la ciudad de Lordsburg de John Gant, un afamado asesino a sueldo, se romperá la paz del lugar al no saber sus habitantes quién será el destinatario de las balas del pistolero.



En la película el director reflexiona sobre el sentimiento de culpa, ofreciéndonos una visión pesimista del ser humano. Para ello sitúa la acción en un pueblo habitado por ciudadanos aparentemente intachables, pero cuyas fachadas se desmoronarán con la llegada del pistolero. De esta forma, ya desde las primeras escenas el director nos muestra como la sola presencia del asesino a sueldo, cual ángel vengador, actuará como un catalizador de los recuerdos más oscuros de los ciudadanos, enfrentándoles tanto con sus miserias como con sus pecados; y provocando en última instancia respuestas violentas.



Veremos por ejemplo reaccionar a Pierce, el banquero del lugar, y Stricker, uno de los mayores propietarios del pueblo, al pensar que son el objeto del pistolero por un asunto turbio en la adquisición de una mina; mientras que el dueño de esta creerá que son estos los que han contratado a Gant para acabar con él. El resultado, tras la drástica y trágica decisión de Pierce, será el enfrentamiento mortal entre ambos. Incluso anteriormente Striker junto a Dutch, otro de los prohombres del pueblo, había convencido a la mayoría de los habitantes para acompañarle con el objeto de linchar a Gant. Brillante escena en la que Arnold aborda el tema, en clara referencia crítica al macartismo, de la manipulación de las masas a través de mensajes directos y sencillos que crean un sentimiento paranoico en la población.



A su vez una pareja de amantes (Rosseana y Lou) pensará que es el marido de ella quien ha contratado a Gant para castigarlos, y Lou terminará poniéndose en ridículo al ser incapaz en el último momento de retar al asesino; mientras que el juez, representante de uno de los pilares de la sociedad, comenzará a sospechar que las balas de John tienen marcado su nombre por un reprobable asunto ocurrido en el pasado.





Como contraste con la mayoría de los hipócritas y egoístas habitantes del pueblo nos encontramos con el honrado sheriff del lugar (el fordiano Willis Bouchey) que no obstante será tentado para arrestar a Gant utilizando una triquiñuela legal; Asa, el herrero (interpretado por el habitual en el cine de Peckinpah R. G. Armstrong);  y, sobre todo, el humanista hijo de este, además de ser el médico del lugar, Luke (convincentemente interpretado por Charles Drake), un hombre caracterizado, frente a tanta falsedad, por su rectitud y por su sinceridad. Por lo que no es de extrañar que entre el doctor y John Gant, ambos personajes contrapuestos pero decididamente francos y honestos, comience a fraguarse una relación basada en el respeto y la franqueza.



Respecto a la misma cobran importancia dos escenas, una de ellas jugando al ajedrez que rinde homenaje a “El séptimo sello” (Ingmar Bergman, 1957), en las que Gant conversará con Luke transmitiéndole su filosofía de vida; así, mientras que el doctor arranca las enfermedades de los cuerpos de sus pacientes para sanarles, el acaba con aquellos individuos que corrompen a la sociedad y por tanto, en el fondo, vela por la salud de esta.



La relación de ambos culminará en un sobresaliente y paradójico final, la segunda escena a la que me refería, con uno de los duelos más originales que he visto en un wéstern junto con el de “Terror en una ciudad de Texas” (Joseph H. Lewis, 1958). Luke, representante del hombre civilizado y contrario a usar la violencia, se enfrentará al pistolero como consecuencia del fallecimiento de un individuo del que John no es culpable; y mientras que el forajido no será capaz de matar a su oponente, el doctor condenará al asesino a una muerte segura.



Filme muy superior a la media de los wésterns de serie b, “Una bala sin nombre” se configura como un wéstern singular con tintes metafísicos y brillantemente dirigido por Jack Arnold que supo dotar a la película de un suspense in crescendo hasta culminar en su inolvidable y sobrecogedor final.



Como curiosidad comentaros que en una escena en el salón aparece Bob Steele, uno de los vaqueros más famosos durante treinta años y reconvertido en actor de carácter a partir de la década de los cincuenta. 

sábado, 22 de julio de 2017

EL PRECIO POR LA LIBERTAD

(Seven Ways From Sundown - 1960)

Dirección: Harry Keller
Guion: Clair Huffaker

Reparto:
- Audie Murphy: Seven Jones
- Barry Sullivan: Jim Flood
- Venetia Stevenson: Joy Carrington
- John McIntire: Sargento Hennessey
- Kenneth Tobey: Teniente Herly
- Ken Lynch: Graves

Música: Irving Gertz, William Lava.
Productora: Universal Pictures (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 6

“Fíjate Siete, cuando pase a mejor vida espero poder hacerlo con el bolsillo repleto de puros. A donde voy no me costará encontrar lumbre” (Conversación entre Flood y Seven)



Audie Murphy, el protagonista de la película, pasó de ser el soldado más condecorado durante la Segunda Guerra Mundial a una estrella de los westerns de serie b gracias, sobre todo, a su contrato con la Universal, una de las majors con mayor especialización en este tipo de filmes de bajo coste. Su filmografía se prolongó durante más de veinte años y cuarenta y cinco películas en los que fue dirigido, entre otros, por John Huston, Jack Arnold, Don Siegel o Budd Boetticher, hasta su prematura muerte en 1971 en un desdichado accidente de aviación.



Interesantísimo legado que no podía pasar desapercibido para los autores de este blog por lo que era lógico que tarde o temprano reseñáramos alguna de sus películas.



ARGUMENTO: Al novato Ranger de Texas Seven Jones, junto al sargento Hennessey, le es encargada la misión de atrapar a Jim Flood, un peligroso forajido. Tras la muerte del veterano agente y la captura del pistolero por Seven se establecerá una relación peculiar entre ambos hombres.



La película sorprende por el guion, obra de todo un especialista como Clair Huffaker, novelista y guionista responsable entre otros de los libretos de “Estrella de fuego” (Don Siegel, 1960), “Los comancheros” (Michael Curtiz, 1961), la ya reseñada en este blog “Río Conchos” (Gordon Douglas, 1964) o “Ataque al carro blindado” (Burt Kennedy, 1967). Así nos encontramos con un libreto inusual y de mayor complejidad y profundidad dentro de este tipo de filmes en el que se abordan temas como la amistad, la lealtad, la fidelidad a unos principios o las dolorosas consecuencias del cumplimiento del deber, a través de dos personajes singulares y poco usuales hasta ese momento en el wéstern.



Por una parte nos encontramos con Seven Jones, el protagonista, un inexperto e ingenuo Ranger en su primera misión. Se nos presenta como un individuo torpe (rompe un plato el primer día que le invitan a comer para, posteriormente, estrujar involuntariamente un pastel), con un nombre ridículo que coincide con el título original de la película (Siete Caminos al Atardecer Jones), escasamente varonil y negado con el revólver. Un joven novato para el que el viaje físico se convertirá en un viaje iniciático que le transformará en un hombre, con las tremendas consecuencias que este hecho conllevará al tener que tomar una decisión dolorosa; porque, en definitiva, madurar es asumir las consecuencias de tus decisiones.



Mientras que Flood, el forajido, aparece ante nuestros ojos como un seductor nato, atildado, educado, afable con los niños (sensacional la escena en el río con un muchacho al que le regala su navaja), amante de la buena vida (es un auténtico hedonista con querencia por los puros, el whisky, las mujeres, el café y un buen bistec), manipulador, fiel a su código de conducta y que no duda en utilizar la violencia pero sólo cuando es imprescindible. Un individuo con una personalidad tan atractiva como independiente del que llega a firmar el sargento Hennessey “Es el tipo de persona al que le perdonas muchas cosas”.



Entre ambos y a medida que vayan sorteando los peligros de su vuelta desde Nuevo México a Texas (indios, cazadores de recompensas, unos rivales del pistolero, etcétera) se irá estableciendo una peculiar relación, al principio de respeto y posteriormente de mutua admiración. Flood al comprobar la integridad de Seven y su determinación por cumplir la misión, y Seven porque, como señala otro personaje, comprende que Flood es “Todo lo que quisiera ser un hombre y no lo es”; en definitiva, un ser libre sin ataduras morales ni sociales, aunque este hecho conlleve, como indica el título del filme en castellano, un precio que es muy elevado. Incluso Flood, al más puro estilo maestro-alumno, le propondrá asociarse, quizás viendo en Seven el digno descendiente del que carece, y ante la negativa de este, y para no perjudicarle, renunciará a escapar hasta ser entregado al sheriff.



Lástima que en tan interesantes premisas no profundice el director Harry Keller, sustituto de George Sherman, que volvería a colaborar con Audie Murphy en la también recomendable “Seis caballos negros” y se decante por un relato más convencional, no ahonde en el tono dramático del relato y sobre todo no sepa o no quiera explotar el secreto del asesinato del hermano de Seven, otro Ranger llamado Second, al que, ante la cobardía del otro agente que le acompañaba, no le quedó más remedio que dar muerte Flood. Una subtrama que podría haber ahondado en el carácter trágico de la personalidad del pistolero y de su relación con el Ranger. No obstante, Keller despacha una película correctamente dirigida, tanto en exteriores como en interiores, con un buen ritmo y un memorable, lógico y amargo final.



Por lo que respecta al reparto y como contrapeso de Audie Murphy nos encontramos con Barry Sullivan en el rol de Flood, bastante correcto aunque me hizo anhelar a Dan Duryea, un actor con personalidad arrolladora que hubiera bordado el papel. Junto a ellos dos veteranos de la fiabilidad de John McIntire en el papel del sagaz sargento Hennessey, antiguo amigo de Flood, que recordará constantemente a Seven la obligación de los Rangers de no juzgar al pistolero; y Keneth Tobey en el papel del cobarde y pérfido teniente Herly, un hombre profundamente deshonesto en colisión con el forajido y su particular forma de entender la integridad.



En definitiva, a pesar de no ser un título totalmente logrado, estamos ante una atractiva propuesta situada por encima de los westerns de serie b que no debería defraudar a los aficionados al género.

TRAILER: