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jueves, 24 de enero de 2019

LA ÚLTIMA CAZA


(The last hunt, 1956)

Dirección: Richard Brooks
Guion: Richard Brooks

Reparto:
- Robert Taylor: Charlie Gilson
- Stewart Granger: Sandy McKenzie
- Debra Paget: Indian Girl
- Lloyd Nolan: Woodfoot
- Russ Tamblyn: Jimmy O’Brien
- Constance Ford: Peg
- Joe de Santis: Ed Black
- Ralph Moody: Indian Agent

Música: Daniele Amfitheatrof
Productora: Metro-Goldwyn-Mayer

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’75.

“¿Por qué has vuelto al negocio de la carnicería?” “Por dinero”. “Este dinero hará que te remuerda la conciencia”. “Ya tengo remordimientos, sólo me falta el dinero”. Conversación entre Woodfoot y Sandy McKenzie.


La Metro Goldwyn Mayer, creada por Louis B. Mayer, ha sido considerada como la más conservadora, en el amplio sentido de la palabra, major norteamericana. Bajo el auspicio de su fundador (1924-1951) desarrolló el starsystem (sistema de producción por el cual las grandes estrellas quedaban vinculadas a la major mediante contrato obligándoles a participar en aquellos filmes designados por la productora) e impuso un modelo de producción caracterizado por la búsqueda de la espectacularidad en los filmes, la repetición de formulas de éxito y el rechazo a las innovaciones.



Con el abandono de su cargo en la productora y el declive del sistema de estudios, iniciado con el fallo judicial en 1948 de un tribunal californiano por el que las majors debieron deshacerse de sus cadenas de cine, la Metro comenzó a ampliar sus miras, fijándose con más atención en otros géneros diferentes a los que habían forjado su imagen (sobre todo aventuras y musicales) y arriesgándose con producciones más novedosas.



Es en este último grupo donde se encuadra “La última caza”, wéstern adelantado a su tiempo, osado e incomprendido en su día obra de Richards Brooks, cineasta con ideas profundamente liberales reflejadas en sus veinticinco filmes, la mayoría de los cuales fueron también escritos por él.



Conocido por sus adaptaciones de grandes obras literarias (1), Brooks tan sólo se acercó tres veces a este género pero supo dejar su impronta en el mismo. Dirigió, además de la película que nos ocupa, “Los profesionales”, una lúcida reflexión sobre la revolución y el desencanto provocado en quienes creyendo en ella se le entregaron como si fueran sus amantes, y “Muerde la bala”, bellísima y nostálgica historia crepuscular sobre aquellos que forjaron el Far-West y cuya existencia, con la llegada de la modernidad, quedó limitado al mundo del espectáculo tan sólo interesado en obtener un rédito económico de los valores encarnados por los viejos vaqueros (ambas películas cuentan con sus oportunas reseñas).



ARGUMENTO: Sandy McKenzie, tras haber perdido a su ganado, decide asociarse con Charlie Gilson, un individuo perturbado y obsesionado con la muerte, y regresar a su antigua profesión de cazador de búfalos. A ellos se les unirán un viejo trampero amigo de Sandy, un mestizo de cabellos pelirrojos llamado Jimmy y una joven india, única superviviente de una matanza anterior perpetrada por Charlie. Pronto la tensión surgirá entre los dos socios.



“La última caza” fue un fracaso en taquilla a pesar de estar basada en una novela de gran éxito finalista del Premio Pulitzer (2) escrita por Milton Lott, un gran especialista en el wéstern, y de contar con dos grandes estrellas de la Metro que gozaban de una enorme popularidad al haberse convertido en los estandartes de las lujosas películas de aventuras producidas por la major en la década de los cincuenta, Robert Taylor y Stewart Granger. De hecho, en principió, la película se concibió para ser protagonizada por Gregory Peck y Montgomery Clift pero la productora terminó inclinándose por Taylor y Granger dada la buena sintonía que habían mostrado en la versión sonora y en color de “Todos los hermanos eran valientes”, dirigida por Richard Thorpe tres años antes (3).



Sin duda la falta de respuesta del público se debió a que con esta película se les ofrecía un wéstern seco, duro y sin concesiones. Era como un torpedo disparado a la línea de flotación de los EEUU que cuestionaba tanto algunos de sus pilares fundacionales como determinados mitos en los que se basaba la construcción del país; proporcionándonos una mirada sobre el Lejano Oeste, alejada de la visión idílica de otros wésterns, en la que no había sitio para los héroes (de hecho en un momento dado uno de los personajes comenta que Wild Bill Hickock, George Custer o California Joe estaban muertos).




Igualmente mostraba al hombre blanco, y por tanto a la sociedad anglosajona, como un depredador del entorno natural, miembro de una cultura que no respetaba a la naturaleza y, motivado por su codicia, capaz de acabar con el equilibrio ecológico. Un precio muy alto a pagar en nombre de la civilización. De hecho, a esa visión responde la información escrita aportada al inicio de la película dándonos a conocer que en 1853 los EEUU contaban con una población de sesenta millones de bisontes, reducida a treinta mil individuos en tan sólo treinta años. Incluso, para aumentar aún más la denuncia y la autenticidad del filme, las cacerías de búfalos rodadas son reales, para lo que se aprovechó el levantamiento temporal de su veda en una reserva situada en Dakota y se filmó a auténticos cazadores del gobierno con el objeto de mostrarnos de forma fría, casi como si fuera una ejecución, la aniquilación de los animales. Esta imagen apocalíptica se verá reforzada con una secuencia en la que se enfoca a dos crías desvalidas entre los cadáveres de los especímenes adultos, y en varias escenas posteriores en las que vemos repetidamente, como si de un cementerio macabro se tratase, la osamenta de los fabulosos animales blanqueándose al sol en las inmensas praderas.



Como consecuencia de todo ello y en abierta colisión con la forma de vida de los pieles rojas, caracterizada por su pureza y su estrecho contacto con la naturaleza, la ciudad del hombre blanco se configura como un símbolo de esta cultura destructiva al presentárnosla, en la mas pura tradición judeo-cristiana, como una nueva Babilonia, un centro de depravación y vicio presidido por la prostitución y el alcohol.



Estrechamente relacionada con la matanza de búfalos se encuentra otra de las cuestiones polémicas planteadas por el filme, el extermino de los habitantes originales de las tierras conquistadas por el hombre blanco, al constituir el búfalo para la civilización de las praderas un elemento fundamental para su supervivencia; por lo que, de hecho, cazar a estos animales suponía la extinción de los pieles rojas. Resultado del que son plenamente conscientes los protagonistas del filme, como señala Sandy al reconocer que durante las guerras indias se abatían de forma indiscriminada bisontes porque cada uno de ellos cazado suponía un indio muerto de hambre; incluso la película nos informa de que el general Sheridan durante las guerras indias condecoraba a los guerreros de azul con medallas en cuyas caras figuraban un indio y un búfalo. Se estaba identificando, de esta forma, a uno con el otro.



La situación de indefensión en la que se encuentran los indios, tras la caza indiscriminada de estos fabulosos animales, queda perfectamente resumida tras abatir Charlie a un búfalo blanco, una especie de deidad para los pieles rojas, y afirmar la joven india apresada por el grupo: “Nos quitas la comida y ahora matas a nuestra religión”.



Estamos, pues, a punto de iniciar la segunda fase de la conquista del Oeste y, prácticamente, se ha consumado por parte de los occidentales el saqueo del territorio a los indios. Y estos no sólo deberán aceptar este expolio sino que, para poder vivir junto a los rostros pálidos, se verán obligados a renunciar a sus señas de identidad y a su cultura como ocurre con el mestizo Jimmy. En caso contrario, tan sólo podrán esperar la muerte en un desafortunado encuentro con el hombre blanco o su confinamiento en vergonzosas reservas en donde, ante los problemas de abastecimiento, el escaso interés del gobierno por solucionarlos y la desesperación del propio agente indio, tendrán que sacrificar a los caballos, primero, y a los perros, después, para no morir de inanición.



La película, por tanto, gira en torno a un tema principal: la muerte, representada en Charlie Gilson en una de las mejores y más arriesgadas, por su cambio de imagen, actuaciones de Robert Taylor (4). Un individuo aterrador, xenófobo, dominado por su odio irracional, con repentinos e imprevisibles cambios de humor y al borde de la locura, para el que “Matar es natural. Lo aprendí en la guerra. Cuanto más se mata más hombre es uno. Matar, pelear, guerrear ese es el orden natural. La paz es sólo el tiempo de descanso entre dos guerras para luego seguir matando”. Un ser que encuentra verdadero placer al acabar con hombres o animales. Para él “Matar es la mejor prueba de que uno está vivo” e, incluso, llega a vivir la ceremonia de la muerte como si fuera un acto sexual. Sin embargo, la enorme interpretación de Taylor consigue que, siendo un ser abyecto, no nos repugne del todo y aparezca ante nuestros ojos como un hombre patético, un enfermo preso de sus fobias a cuyo paulatino proceso de enajenamiento asistirá, al igual que el resto de personajes, el espectador.



Como antagonista, interpretado por un Stewart Granger que ofrece un altísimo rendimiento con una actuación más grave de lo que era en él habitual, nos encontramos con Sandy McKenzie, un hombre criado por los indios que no sólo conoce su cultura sino que la respeta. Sin embargo, no dudará, tras haberse arruinado, en volver a retomar su actividad como cazador a pesar de ser consciente del daño que esta infringiendo (en una de las secuencias se ve cómo afloran lágrimas en sus ojos mientras dispara sobre los bisontes).




Frente a la actitud de ambos personajes, un malicioso Brooks, hace reflexionar al espectador sobre cuál de las dos conductas es más reprobable, la del enfermo que mata por un impulso incontrolado o la de aquel que es consciente del mal que está haciendo. Reprobando, también, la conducta de Sandy, máxime teniendo en cuenta que se mantendrá imperturbable permitiendo que Charlie utilice a la joven india, de la que comienza a enamorarse, como esclava sexual, acabé con varios indios o cace al búfalo blanco conociendo la importancia y significado que el animal tenía para los pieles rojas. Irá postergando su inevitable enfrentamiento con Charlie y no será hasta tocar fondo, preso de sus remordimientos, en el saloon de la ciudad cuando tome la determinación de acabar con su socio. Sin embargo el director nos hurtará el duelo entre ambos con un final genial y simbólico en el que la naturaleza cobra un gran protagonismo y se toma cumplida venganza sobre aquel que tanto la había maltratado. De esta forma el elemento ecologista o naturalista, muy presente en toda la película, adquiere también una importancia decisiva en el desarrollo del filme.



Junto a los dos protagonistas principales cabe destacar la enorme composición de Lloyd Nolan como Woodfoot un trampero alcoholizado pero de una gran sabiduría y humanidad. Su actuación eclipsa a los otros dos integrantes del grupo: Debra Paget, sustituta en el último instante de Anne Bancroft, de nuevo en un papel de india y un desubicado Russ Tamblyn como el mestizo Jimmy.



“La última caza”, en resumen, aporta una visión desoladora, negativa y pesimista de la conquista del Oeste en un momento en el que la sociedad norteamericana se encontraba en pleno debate como consecuencia del final de la Guerra de Corea (1950-1953), por lo que parece lógico que no recibiera el apoyo del público estadounidense. Pero, en todo caso, es un gran y original wéstern en el que su director pretendió mostrar que los EEUU eran: “Un poco ellos mismos y los animales que lo formaban” por lo que “era preciso que comprendiesen que destruirlos equivalía a destruirse a sí mismos”, y cuya recuperación se me antoja urgente y necesaria.


(1) Entre otros llevó a la pantalla grande a Dostoevsky con “Los hermanos Karamazov” (1956), a Sinclair Lewis con “El fuego y la palabra” (1960), a Joseph Conrad en “Lord Jim” (1965) y a Truman Capote con la escalofriante “A sangre fría” (1967); además de realizar la adaptación de “La gata sobre el tejado de zinc” (1958) y “Dulce pájaro de juventud” (1962), dos de las más conocidas obras de teatro de Tenesse Wiliams, uno de sus autores favoritos.

(2) Milton Lott fue derrotado por William Faulkner y su novela ambientada en la I Guerra Mundial “Una fábula”. Dicho texto serviría de inspiración en 1957 a Stanley Kubrik a la hora de escribir y rodar “Senderos de gloria”, su gran alegato antibelicista.

(3) El productor, hábilmente, cambió de roles a los dos protagonistas respecto a la película de Thorpe en la que Taylor era el hermano digno de llevar el apellido de la casa Shore, mientras que Granger se ocupaba de un personaje negativo.

(4) A cualquiera que dude de las dotes interpretativos del actor le invitaría a que lo viera en esta película junto a otras como “La Puerta del Diablo” (Anthony Mann,1950), “Más rápido que el viento” (Robert Parrish, 1958) o, por citar un filme de otro género, “Chicago año 30” (Nicholas Ray, 1958). Todas ellas cuentan con actuaciones brillantísimas del intérprete nacido en Nebraska.

jueves, 15 de septiembre de 2016

MAYOR DUNDEE

(Major Dundee) - 1965

Director: Sam Peckinpah
Guion: Harry Julian Fink, Oscar Saul y Sam Peckinpah

Intérpretes:
-Charlton Heston: Amos C. Dundee
-Richard Harris: Benjamin Tyreen
-Jim Hutton: Teniente Graham
-James Coburn: Samuel Potts
-Senta Berger: Teresa Santiago
-Ben Johnson: Sargento Chillum
-Mario Adorf: Sargento Gómez

Música: Daniele Amfitheatrof
Productora: Jerry Bresler Productions, Columbia Pictures
País: Estados Unidos

Por: Güido MalteseNota: 7,5

 Ben Tyreen: Solo hasta que el apache sea aniquilado... solo hasta entonces



Tras el gran éxito de la crepuscular “Duelo en la Alta Sierra”, Sam Peckinpah, ya con la bendición de Hollywood, se embarca en su siguiente film con un presupuesto cercano al de una superproducción. Con un plantel de estrellas y medios más que suficientes, la película se rueda casi íntegramente en México.



El apache Sierra Charriba asola el sur Texas y Arizona llevándose prisioneros a los niños en su huida a México, dónde el ejército americano no puede perseguirle. Pero El mayor Amos Dundee junto a un grupo de soldados, prisioneros sudistas y esclavos liberados inicia una persecución que no acabará en el río Grande. El grupo se internará en suelo mexicano hasta dar con los apaches y capturarlos o eliminarlos.


Con esta premisa, obra de Harry Julian Fink (que años más tarde crearía al gran Harry Callahan), se inicia un rodaje lleno de vicisitudes, problemas y “malos rollos” creados en su mayoría por el director. Heston llegó a ir a por él armado con un sable de tanto que llegó a irritarle, aunque más tarde, cuando la productora decidió prescindir de Sam, ofreció su sueldo para que se quedase a terminar el rodaje. La productora prohibió que se rodasen escenas que Peckinpah consideraba esenciales, mutiló el montaje (el director ni siquiera estuvo en la sala), las borracheras y juergas del bueno de Sam eran continuas y así un largo etcétera de desavenencias que provocaron un gran fracaso en taquilla y un film fallido, aunque en mi opinión no lo es ni mucho menos.


A la cabeza del reparto tenemos a Heston y Harris, que interpretan a dos viejos amigos sureños enemistados en su día por un tema de disciplina y que vuelven a encontrase años después luchando en distinto bando durante la Guerra de Secesión. Tyreen, sudista, es hecho prisionero y enviado al fuerte comandado por Dundee, nordista.


Ambos acuerdan una tregua para unirse y perseguir a Sierra Charriba en territorio mejicano. Pero, como recuerda Tyreen constantemente, esta tregua sólo durará hasta el apache sea aniquilado.


Ya sabéis la importancia que tienen para mí el honor, la lealtad y la amistad en los westerns y éste no se queda atrás. Empezando por Tyreen, que ha dado su palabra a Dundee (solo hasta que el apache sea aniquilado) y la mantiene cueste lo que cueste y aunque tenga que enfrentarse a sus hombres. Y Dundee sabe que no necesita más garantías, le sobra con la palabra dada. “Yo ya tengo lo que quiero: su palabra”.


Desde ese momento, la historia se centra en un doble frente. De un lado, la obsesión de Dundee por capturar al asesino apache, lo que le lleva en determinadas ocasiones a perder la objetividad y a realizar acciones no del todo justificadas desde el punto de vista militar. De otro, la continua rivalidad entre Dundee y Tyreen, rivalidad que se traslada a los respectivos grupos de soldados y que amenaza con estallar abruptamente en varias ocasiones. Rivalidad, por cierto, que también surge desde el punto de vista sentimental al enamorarse ambos personajes de la misma mujer, lo que da la oportunidad al director para incidir aún más en la psicología y el comportamiento de ambos soldados al quedar patente la distinta forma que tienen de cortejarla.


Pero la escena que mejor refleja esos códigos de honor entre hombres es la última.
Cuando tras cumplir con éxito su misión y regresar de nuevo a suelo americano, son perseguidos por un numeroso grupo de militares franceses (recordemos que por aquel entonces México estaba regido por el emperador Maximiliano, cuyo cetro sostenido por las lanzas francesas era disputado por los partidarios de Benito Juárez), Es entonces, en el río que sirve de frontera entre los dos países, cuando estalla la violencia que preside todos los films de Peckinpah, si bien y de forma sorprendente el conflicto no se produce entre Dundee y Tyreen, ni tan siquiera entre unionistas y confederados, sino entre el grueso de los soldados americanos de uno y otro bando y el numeroso cuerpo de tropas francesas. Se lucha cuerpo a cuerpo y un jinete francés derriba el portaestandarte americano, de tal forma que la bandera que portaba, la de la Unión, cae al agua. Benjamín Tyreen, el soldado que lucha abiertamente por la causa confederada, se lanza presuroso y arriesgando su vida a recoger de las aguas el estandarte de la Unión a cuyas fuerzas está combatiendo, poniéndola en manos de otro soldado nordista para que pueda izarla con orgullo. Y es que Tyreen ya no está combatiendo a Dundee, ni tan siquiera al ejército de la Unión, sino a unos militares franceses, es decir, otra nación, por ello no puede consentir que sea humillada la bandera de la Unión, la enseña a la que nunca ha dejado de considerar “su” bandera pese a que en los últimos cuatro años haya estado combatiendo a las fuerzas que la defendían. Ante el ataque de un elemento ajeno, la división interna desaparece y de ahí que el confederado pase a considerarse, en ese momento, un norteamericano más.


El duelo interpretativo entre Heston y Harris es excepcional. Incluso Heston, que no es actor de mi devoción, deja de posar como suele ser habitual en él y se dedica a actuar. 
Senta Berger, como buen sex symbol de la época, cumple su cometido.


Coburn, de este sí que soy ferviente admirador, interpreta al guía Sam Potts. Un papel que recayó en sus manos tras fallar la contratación de Lee Marvin.


El reparto lo completan grandes secundarios (Oates, Johnson, Hutton, Pickens, Armstrong, Jones, Taylor, etc...) todos ellos cumpliendo su papel a la perfección.


Mención para Michael Paté (que ya interpretara a Victorio en “Hondo”) en el papel de Sierra Charriba; su aparición en la primera escena es terrorífica: Soldadito ¿a quién van a mandar ahora tras de mí?? le pregunta a un soldado torturado tras haber arrasado su compañía en una emboscada.


Como ya comenté al inicio, el montaje fue masacrado por Columbia y la película fue un fracaso, tanto de crítica como de público. Pero, en mi opinión, es un gran film que merece su sitio en el western. Si podéis haceros con la versión restaurada en 2005 de 140 minutos mucho mejor. Aunque Peckinpah hizo un film de 155 minutos, supongo que esta última extensión nos acerca más a lo que él siempre pensó que podía haber sido su mejor obra.