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jueves, 9 de marzo de 2017

CON SUS MISMAS ARMAS

(Man with the gun - 1955)

Director: Richard Wilson.
Guion: N. B. Stone Jr. y Richard Wilson.

Intérpretes:
- Robert Mitchum: Clint Tollinger
Jan Sterling: Nelly Bain
- Henry Hull: Marshall Lee Sims
- John Lupton: Jeff Castle
- Ted de Corsia: Frenchy
- Leo Gordon: Ed Pinchot
- Karen Sharpe: Stella Atkins
- Claude Akins: Jim Reedy
- Angie Dickinson: Kitty

Música: Alex North
Productora: Formosa Productions
País: Estados Unidos

Por Jesús Cendón. Nota: 7

“Siempre se viste de gris, pero el negro le sentaría mejor” (Conversación sobre Clint mantenida por el doctor y el herrero del pueblo).



A veces los devoradores de cine, los “cinéfagos”, nos topamos con películas desconocidas para nosotros que suponen un grato descubrimiento. Esto es lo que nos ha animado a inaugurar una sección de wésterns poco conocidos u olvidados que bajo nuestra opinión merecen ser rescatados. Generalmente son filmes de coste reducido pero realizados con mucho oficio, destinados a las sesiones dobles y producidos por pequeñas compañías, las denominadas Minor; aunque también se produjeron wésterns de reducido presupuesto por las Major con el objeto de mantener engrasada su maquinaria para poder embarcarse en proyectos más caros y ambiciosos.


La sección la inauguramos con este filme “Con sus mismas armas” dirigida por el poco prolífico Richard Wilson. Tan sólo he visto de él una correcta película sobre Al Capone protagonizada por Rod Steiger e “Invitación a un pistolero”, un interesante wéstern con Yul Brinner como actor principal pero, para mí, inferior al que nos ocupa.


Estamos ante el típico producto de Samuel Goldwyn Jr., uno de los mayores productores independientes del Hollywood clásico, caracterizado por su cuidado aspecto formal que narra la historia de Clint Tollinger, un pacificador, que recala en Sheridan buscando a su mujer e hija. Allí le contratarán para acabar con el cacique del lugar que tiene amedrentado al pueblo mediante un grupo de pistoleros, haciendo realidad la frase del doctor: “Sospecho que la muerte repentina es contagiosa”. La película es, por tanto, desde el punto de vista temático un claro precedente de la más conocida y lujosa “El hombre de las pistolas de oro”, adaptación realizada en 1959 por Edward Dmytryk de la monumental novela “Warlock” escrita por el especialista en este género Oakley Hall. Incluso cuenta con situaciones muy similares con las mismas consecuencias para el protagonista, como el incendio del saloon origen del rechazo por parte de la población del pistolero a quien desesperadamente contrataron para poner orden en la ciudad.


Este arco argumental le sirve a Richard Wilson, coautor del guion, para abordar temas como el ejercicio y abuso del poder, así como la legitimación de la violencia por parte de quien  detenta ese poder. De esta forma, las fuerzas vivas del pueblo, ante la amenaza de Holman, no dudarán en contratar un individuo que se sitúa por encima del bien y del mal, actuando sin reglas fijas mediante métodos que no difieren sustancialmente de los de sus oponentes pero con la posibilidad de escudarse en la ley. 


Al mismo tiempo Wilson nos presenta de forma crítica a los habitantes de Sheridan, dando una visión nada complaciente de esta ciudad y por extensión de la sociedad norteamericana, al mostrarnos a unos personajes cobardes y egoístas que actúan basándose en sus intereses personales (el herrero para evitar la muerte de su futuro yerno, el cantinero para acabar con la competencia del saloon propiedad del cacique, los comerciantes para incrementar sus exiguas ventas, etc) y no dudarán en manifestar su rechazo al pacificador cuando este se convierta en un elemento incómodo y conflictivo, cuya presencia se traduce en una ruina mayor. Tan sólo son retratados con simpatía los jóvenes prometidos: Jeff un ranchero impulsivo pero valiente y honesto que se ganará el respeto de Clint y Stella cuya forma de actuar viene determinada por su amor hacia Jeff.


La preocupación de Goldwyn por hacer un producto de calidad quedó patente en el equipo participante en el film. Así nos encontramos con el reputado Lee Grimes como director de fotografía que dotó a la cinta de una atmósfera noir y realista. Mientras que Alex North, nominado al Oscar en quince ocasiones y conocido por sus memorables bandas sonoras de, entre otras, “Un tranvía llamado deseo”, “¡Viva Zapata!”, “Espartaco” o “Cleopatra”, se encargó de musicalizar la película.


Igualmente se escogió a una estrella de la categoría de  Robert Mitchum, sin duda uno de los mayores alicientes del filme. Un grandísimo actor que dominaba como pocos la escena y se comía la cámara en cada plano. En esta ocasión borda el papel de Clint Tollinger, un pacificador torturado desde niño por el asesinato de su padre, desgraciado acontecimiento que ha marcado su carácter (su mujer le llega a decir: “Sé que tu padre murió porque no tenía revólver, y tú morirás porque lo tienes”). Un hombre oscuro que se dejará llevar por sus impulsos violentos provocando al dueño del saloon para acabar con él e incendiando el local inmediatamente después.



Jan Sterling (actriz habitual en westerns y noir de serie B) realiza una excelente composición como Nelly, la mujer de Clint. Destrozada por el pasado, ya que tuvo que elegir entre lo que quería y lo que necesitaba, y por una desgarradora tragedia mantenida en secreto, regenta en la actualidad un burdel. Junto a ellos secundarios tan característicos como Henry Hull en el papel del inmovilista sheriff, Ted de Corsia y Leo Gordon en sus sempiternos roles negativos o una joven y casi irreconocible Angie Dickinson como Kitty, una de las chicas de Nelly.


Pero es, sin duda, el estupendo final el que eleva a este western por encima de la media. El director juega hábilmente con el espectador al poseer este más información que los principales personajes; así sabe que el pacificador, aprovechando su rutinario paseo, va a ser objeto de un atentado mientras que el héroe lo desconoce y su mujer tan sólo lo intuye.


Estamos ante una secuencia memorable por su planificación, encuadres y movimientos de cámara, en la que Richard Wilson sitúa y desplaza admirablemente a los protagonistas del drama, al mismo tiempo que dota a la escena de un suspense in crescendo más propio de un thriller que de un wéstern. 


Sin embargo su resolución no está a la altura ni en consonancia con el tono amargo y desesperanzado del filme; restándole fuerza y coherencia a una película, por lo demás, muy meritoria.



miércoles, 1 de febrero de 2017

HONDO

(Hondo - 1953)
Director: John Farrow
Guion: James Edward Grant
Intérpretes:
- John Wayne: Hondo Lane
- Geraldine Page: Angie Lowe
- Ward Bond: Búfalo Baker
- Michael Pate: Vittorio
- James Arness: Lennie
- Rodolfo Acosta: Silva
- Paul Fix: Comandante Sherry

Música: Hugo Friedhofer, Emil Newman

Productora: Warner Bross. Wayne-Fellows Production
País: Estados Unidos

Por: Jesús Cendón. Nota: 7’5
“Será el fin de los apaches”.
“Sí. Adiós a una forma de vida. Lástima, es buena” (Conversación entre Búfalo y Hondo tras haber derrotado a los indios).


ARGUMENTO: Durante las guerras con los apaches Hondo Lane, un honesto y enigmático correo del ejército, encuentra en un rancho aislado a una mujer y a su hijo. Al negarse a acompañarle al fuerte se convertirá en su protector y en el  mentor del niño; al mismo tiempo que surgirá una fuerte atracción entre los dos adultos.


A comienzos de la década de los cincuenta John Wayne se había convertido en una gran estrella de Hollywood, gracias sobre todo a sus colaboraciones con Ford (la llamada Trilogía de la caballería y “El hombre tranquilo”), Hawks (“Río Rojo”) y Allan Dwan (“Arenas  sangrientas” con la que obtuvo una nominación al Oscar al mejor actor), por lo que decidió crear junto a Robert Fellows la Wayne-Fellows Productions, antecedente de la Batjac, con el objeto de producir sus películas.


Consecuencia de ello fue este filme basado en el relato corto “El regalo de Cochise” del gran especialista Louis L’Amour (tanto el cuento como la posterior novela han sido editados por Valdemar en su lujosa colección Frontera). Para adaptarlo a la pantalla contó con un hombre de su entera confianza con el que trabajaría asiduamente, James Edward Grant, que potenció el carácter intimista del relato; mientras que encargó la dirección a John Farrow, padre de Mia Farrow, aunque él también rodó alguna secuencia.


El resultado fue un western contemplativo, pausado, de una gran belleza (no en vano intervino Robert Burks, el director de fotografía favorito de Alfred Hitchcock) e impecablemente rodado cuyo esqueleto argumental remite a “Raíces profundas”, principalmente en la relación de Hondo con el hijo de Angie, en el que lírica y épica se dan la mano y es afín a la corriente cinematográfica reivindicativa del indio y su cultura surgida desde finales de los años cuarenta (“Fort Apache”, “Flecha rota”, “Yuma”, “Apache”, “La puerta del diablo”).


Así el protagonista, Hondo Lane, es un medio indio, casado en el pasado con una nativa, que convivió durante un tiempo con los pieles rojas y no sólo respeta su forma de vida, más apegada a la naturaleza, sino que parece admirarla.


Asimismo se nos presenta a Vittorio (Michael Pate) como un hombre honorable (el respeto a uno mismo y a los demás es otro de los temas que aborda la película), víctima de las guerras con el hombre blanco (todos sus hijos han muerto) y fiel a la palabra dada (la película deja constancia de que es el gobierno estadounidense el que ha roto el tratado de paz y Hondo llega a comentar que: “La palabra mentira no existe en la lengua apache y les han mentido”).



Evidentemente, la historia está contada desde el punto de vista del hombre blanco y, por tanto, resalta las masacres perpetradas por los apaches, pero no deja de ser un filme honrado sobre la extinción de la cultura del búfalo y de las grandes praderas norteamericanas.


La película que fue rodada en 3D, un sistema pensado para atraer al público a las salas ante la creciente competencia de la televisión, cuenta además con escenas espectaculares, como la lucha de Hondo con Silva en el poblado y, sobre todo, la gran batalla final que parece ser fue filmada por John Ford (1), aunque existen testimonios dispares sobre la participación del genial director en el filme.


Igualmente cuenta con una gran interpretación de un John Wayne en su mejor momento que incluso se muestra inusitadamente romántico en varias escenas. Sin duda el personaje de Hondo sirvió decisivamente para forjar la imagen del mejor cowboy de Hollywood; aunque, curiosamente, la primera opción barajada fue Glenn Ford, quien rehusó participar en el filme por su mala relación con John Farrow tras su colaboración en “Saqueo al sol” (1953), también producida por la Wayne-Fellows.


Para el papel de Angie Lowe se escogió a la reputada actriz de teatro Geraldine Page que borda su personaje (prácticamente debutante sería nominada al Oscar como actriz secundaria). Además intervinieron característicos secundarios, todos ellos amigos del protagonista, de la talla de Ward Bond con el que el Duke siempre tuvo una química especial, Paul Fix y James Arness, al que Wayne recomendó para interpretar al sheriff Matt Dillon, personaje pensado inicialmente para él, en la legendaria “La ley del revólver”.


En definitiva, un western sólido y profundamente clásico que se encuentra entre los mejores de los interpretados por el Duke, una vez excluidos lógicamente los rodados junto a John Ford, Howard Hawks y Henry Hathaway y por el que reconozco tengo debilidad.


Por último, comentaros dos cuestiones respecto a la película:
El filme ha sido durante mucho tiempo uno de los westerns menos conocidos de los interpretados por John Wayne dados los problemas que hubo con los derechos de propiedad, por lo que hasta hace poco tiempo no pudo emitirse en televisión, ni editarse en DVD.
A partir de ella se filmó una serie de televisión en la que Michael Pate repitió su papel de Vitorio.
(1) Parece ser que Ford se ofreció a finalizar la película ya que John Farrow tuvo que abandonarla por un problema contractual.



martes, 3 de enero de 2017

EL JARDÍN DEL DIABLO

(Garden of Evil - 1954)

Director: Henry Hathaway
Guión: Frank Fenton

Intérpretes:
- Gary Cooper: Hooker
- Susan Hayward: Leah Fuller
- Richard Widmark: Fiske
- Hugh Marlowe: John Fuller
- Cameron Mitchell: Luke Daly
- Rita Moreno: Cantante
- Víctor Manuel Mendoza: Vicente Madariaga

Música: Bernard Herrmann

Productora: Twentieh Century-Fox
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8

"El Jardín del Diablo, si el mundo hubiese sido hecho de oro, los hombres se dejarían matar por un puñado de tierra" (Hooker al final de la película mientras el sol desaparece tras las montañas)


Henry Hathaway está considerado como un artesano, un director todoterreno capaz de sacar a flote cualquier proyecto que se le encargara en todo tipo de género. En esta ocasión se enfrentó a un filme que le permitió satisfacer su tendencia a rodar en parajes naturales al tratarse de una mezcla de western itinerante y película de aventuras, género al que había aportado filmes del nivel de las colonialistas “Tres lanceros bengalíes” (1934) y “La jungla en armas (1939), ambas protagonizadas curiosamente por Gary Cooper.

Así, la historia de un grupo de aventureros contratados por una mujer para rescatar a su marido atrapado en una mina de oro en el profundo México, le sirvió a Hathaway para sacar el máximo partido al Cinemascope, de hecho es el primer western filmado en este formato inaugurado con “Como casarse con un millonario” de Jean Negulesco (1953), al estar rodada en unos paisajes agrestes.


Y es el marco físico en el que se desarrolla la acción por su singularidad uno de los mayores aciertos del filme. Si en la primera escena nos topamos con el mar, pocas veces visto en un western, y con un barco del que desembarcan los protagonistas masculinos, la mayor parte de la película se desarrolla en un México caracterizado por su exuberante y frondosa vegetación que contrasta con la visión dada por la mayoría de los westerns como un país desértico; mientras que la mina, meta del viaje, se encuentra situada en un paisaje lunar en el que destaca la iglesia prácticamente enterrada, debido a las erupciones volcánicas, lo que dota al filme de una atmósfera fantasmagórica.


Otro aspecto notable de la película son sus sobresalientes diálogos, cargados de frases lapidarias, obra de Frank Fenton, autor de la aclamada novela “Un lugar en el sol” (nada que ver con el excelente melodrama de George Stevens), que predominan, sobre todo, en la primera parte de la película coincidiendo con el viaje de ida a la mina y durante la breve estancia en esta. Los magníficos diálogos compensan en parte la falta de ritmo en este tramo en el que ya aparece la amenaza latente de los apaches que se manifestará durante el regreso de los protagonistas y constituirá, junto con la codicia de algunos de los personajes y el deseo sexual que despertará en ellos Leah, el principal peligro que deberá solventar el grupo de aventureros.


También llaman la atención las constantes referencias religiosas: se cita a Salomé, uno de los personajes es crucificado, otro asaetado cual San Sebastián, en otra secuencia de la película Hooker le dice a Leah: “Una cruz es siempre un buen recuerdo. Además todos llevamos una” y la labor de los misioneros cristianos está muy presente a lo largo del filme.

Igualmente destacable es la atípica banda sonora compuesta por Bernard Hermann que remite necesariamente a sus mejores composiciones para filmes dirigidos por Alfred Hitchcock y constituye otro de los aciertos de la película, a pesar de que sea más apropiada para un thriller que para un western.


El filme además contó con un grandísimo reparto. Al frente Gary Cooper como el taciturno (Fiske le llega a decir: “¿Ha tratado alguna vez de sacar sangre de una piedra? Pues es lo que trato de hacer yo con usted”), observador y juicioso Hooker; un exsheriff que se sentirá atraído por la desbordante personalidad de Leah. Nadie como él para transmitir la integridad y honradez de su personaje. Susan Hayward, con la que ya había trabajado Hathaway en el western noir “”El correo del infierno” (1950), borda un papel hecho a su medida de mujer fuerte y temperamental que, cual Salomé, atrae a los hombres a la muerte; el típico papel que siempre le gustó interpretar. Pero es Richard Widmark, inconmensurable, el que les “gana la partida” en el rol de Fiske, un jugador aparentemente cínico y frío que en el fondo alberga a un ser romántico y sensible; atraído también por Leah, aunque intente reprimirse y no manifestar sus sentimientos, se mostrará insólitamente generoso al final de la película (en la fecha en que se rodó el filme el actor ya alternaba roles negativos con papeles positivos). Junto a ellos Cameron Mitchell, que a pesar de sus dotes interpretativas nunca dio el definitivo paso al estrellato, como Luke un fanfarrón, visceral e impulsivo aventurero, antiguo cazador de recompensas, con una evolución negativa a lo largo de la película; Hugh Marlowe en el papel del torturado marido de Leah; y una joven Rita Moreno, actriz y cantante portorriqueña (“West side story”), deleitándonos con dos temas en la excelente escena inicial de la cantina.

Además el filme se cierra con uno de los finales más emotivos del western, que sintetiza el espíritu de este género, con una notable conversación mantenida por los dos protagonistas masculinos en la que Hooker muestra todo su respeto y admiración por Fiske.

Considerada como un western menor, cabe preguntarse, dados su nivel artístico y técnico, cómo deberíamos calificar al ochenta y cinco o noventa por ciento de los filmes rodados en la actualidad.

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Por: Xavi J. PruneraNota: 8 

Una de las peores cosas que te puede suceder en este blog es que Jesús te pise una reseña. Que se te anticipe, vaya. Básicamente porque, cuando eso ocurre, resulta casi imposible añadir nada interesante a lo que, minuciosa y acertadamente, ya ha expuesto mi compañero. Aún así, lo intentaré. Considero que el “El jardín del diablo” es un western tan atípico como interesante y, la verdad sea dicha, me apetece escribir sobre él. Y si me repito, pues nada, ya me disculparéis!!
 
Para empezar me gustaría dejar bien claro que la peli de Hathaway, más que un western, me parece una cinta de aventuras. En primer lugar porque el paisaje y el contexto geográfico que podemos observar al principio de la peli (con esas vistas al mar y esa frondosa y exótica jungla mexicana) ya nos aleja, a bote pronto, de la iconografía habitual del western. Y en segundo, porque si bien estamos acostumbrados a ver el rostro y la presencia física de Gary Cooper en numerosos y grandes westerns (“Solo ante el peligro”, “Veracruz”, “El forastero”, “El árbol del ahorcado”) no menos cierto es que su prolífico concurso en pelis de aventuras (“Beau Geste”, “La jungla en armas”, “Por quién doblan las campanas”, “Misterio en el barco perdido”) nos puede hacer creer, perfectamente, que “El jardín del diablo” es otra de ellas. Pero si algo me impulsa a catalogar este film como uno de aventuras es ese inicio tan y tan parecido, a mi juicio, a “El tesoro de Sierra Madre”, de John Huston. Uno de los más grandes exponentes del cine de aventuras que —paradójicamente— mi amigo Güido considera, en cambio, un western en toda regla.

Sea como fuere, “El jardín del diablo” no es un western más. Y aunque muchos lo puedan tildar de “menor”, yo creo —francamente— que posee virtudes más que suficientes para que cualquier espectador con un mínimo de criterio y sensibilidad pueda disfrutarlo intensamente. No sé, podría hablaros de su extraordinaria fotografía, de esas magníficas secuencias en el desfiladero, de sus memorables frases, del oficio de Hathaway, del carisma y aplomo de Cooper, del habitual buen hacer de Widmark, de la sensualidad de la Hayward o de ese antológico final con puesta de sol incluida. Pero eso ya lo ha mencionado antes y mucho mejor mi amigo Jesús. Así que voy a remitirme otra vez a lo que os comentaba al principio: lo que más me atrae de “El jardín del diablo” es, sin lugar a dudas, su ingrediente aventurero. Ese aire un tanto naïf que destila toda la peli, de principio a fin, y que me retrotrae, inexorablemente, a mis más tiernos inicios cinéfilos. Y eso, os lo puedo asegurar, es algo que no tiene precio.



jueves, 17 de noviembre de 2016

CIELO AMARILLO

(Yellow Sky) - 1948

Director: William A. Wellman
Guion: Lamar Trotti

Intérpretes:
- Gregory Peck: Stretch
- Richard Widmark: Dude
- Anne Baxter: Mike
- John Russell: Lenghty
- Harry Morgan: Half Pint
- Robert Arthur: Bull Run
- Charler Kemper: Walrus
 

Música: Alfred Newman

Productora: Twentieth Century-Fox
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 9

"No creo que hagan nada salvo matarse el uno al otro, y el ganador se lo llevará todo" (Walrus inmediatamente antes del mortal enfrentamiento final)



William A. Wellman quizás sea el director más olvidado de la generación que comenzó en el cine mudo (Ford, Walsh, Hawks) a pesar de que rodó la primera película que obtuvo el Oscar al mejor filme (“Alas”, 1920) y de habernos dejado una filmografía con grandes títulos en diversos géneros: policíaco (“El enemigo público”, 1931), aventuras (“Beau Geste”, 1939), bélico (“También somos seres humanos”, 1945 o “Fuego en la nieve”, 1949) y, por supuesto, el western, con filmes del nivel de “Incidente en Ox-Bow” (ya comentado en este blog por Xavi, en la que realizó una profunda crítica de la ley de Lynch y, por tanto, de la construcción de los USA), “Caravana de mujeres” (filme reivindicativo del papel de la mujer en la conquista del Oeste), “Más allá del Misuri” (precedente del denominado western ecológico), “El rastro de la pantera” (en la que el protagonista, Robert Mitchum, debía enfrentarse a un gran felino) y la película que nos ocupa. Westerns que conforman un corpus de una gran coherencia y originalidad al presentarnos a unos personajes enfrentados a una naturaleza adversa y/o a una sociedad poco desarrollada.


En esta ocasión partiendo de un guion de Lamar Trotti , el mismo escritor que “Incidente en Ox-Bow” por lo que curiosamente ambas películas comienzan de la misma manera con unos vaqueros llegando a la ciudad y entrando a tomar una copa en el saloon, nos narra la historia de unos excombatientes convertidos en atracadores que tras asaltar el banco de un pueblo y al ser perseguidos por el ejército se refugiarán, una vez atravesado el terrible desierto de sal, en un pueblo fantasma (Yellow Sky), tan sólo habitado por un viejo minero y su nieta, que se convertirá en su particular infierno al desatarse sus más bajas pasiones (ambición, codicia, lascivia).


No es difícil establecer un paralelismo entre la historia de la película y la situación de los EEUU en el momento en que se rodó (1948) con miles de soldados que regresaron a casa tras combatir por medio mundo durante la II Guerra Mundial para sentir como la sociedad olvidaba o no reconocía como debía su sacrificio. Tema que fue abordado por películas como “Hasta el fin del tiempo” (Edward Dmytryck, 1946) o la más conocida y aclamada “Los mejores años de nuestra vida” (William Wyler, 1946). De ahí que cobre gran importancia la frase del abuelo de Mike refiriéndose al grupo de forajidos: “Creo que la guerra ha desmoralizado a muchos de estos jóvenes y los ha puesto en el mal camino”.


Otro elemento interesante que lo convierte en un western original es su contenido sexual. Contenido mostrado ya en la escena inicial en la que los forajidos contemplan un cuadro con la modelo semidesnuda y se acentúa con la presencia en Yellow Sky de Anne Baxter-Mike, personaje reprimido sexualmente, incluso su apodo es masculino, que mostrará su atracción-repulsión por Stretch en dos escenas clave: la de su pelea a cabezazos y la de su seducción y posterior rechazo. Pero no sólo será objeto del deseo de Stretch, que cambiará por ella tanto física (se afeitará y se aseará para evitar su mal olor, causa del inicial rechazo de Mike) como psicológicamente, sino de la mayor parte de los componentes del grupo, especialmente de un lujurioso Lenghty (John Russell) que intentará violarla.


Tan sólo Dude (Richard Widmark) mostrará su indiferencia, al tratarse de un individuo ambicioso (disputará desde prácticamente el inicio del filme el liderazgo del grupo escasamente cohesionado a Stretch), sagaz y únicamente interesado en recuperar su estatus económico, perdido por culpa de otra mujer. De hecho en el enfrentamiento final “demostrará” que por sus venas no circula sangre sino oro. Su personaje anticipa, con ciertas matizaciones, a los que interpretó en otros dos memorables westerns: “El jardín del diablo” (Henry Hathaway, 1954) y “Desafío en la ciudad muerta” (John Sturges, 1958) película con la que esta presenta elementos en común.


Igualmente singular para la época es la visión que nos muestra de los pieles rojas, al presentárnoslos como víctimas de los engaños e incumplimientos del hombre blanco, representado por el agente federal de la reserva. Amigos del abuelo de Mike, respetarán la vida de los forajidos y accederán a volver a la reserva convencidos por las promesas de aquel.

Por otra parte, el filme supuso una apuesta de la Twentieth Century-Fox, y de su productor Lamar Trotti, por filmar un western de calidad, como lo atestigua tanto el personal artístico como técnico que participó en él. Así, se dispuso de Gregory Peck, una gran estrella, en el rol principal. Un hombre de gran determinación (decide atravesar el temible desierto de sal porque “un desierto es un espacio y los espacios se cruzan”) al frente de un grupo sin código de honor en el que cada individuo actúa buscando su propio interés. Le acompañaron perfectamente una recién oscarizada Anne Baxter que borda el papel de Mike, una de las mujeres con más carácter vista en este género, y un emergente Richard Widmark tras su impactante debut como el sádico Tommy Udo en “El beso de la muerte” (Henry Hathaway, 1947. Junto a ellos rostros habituales como Harry Morgan, que también había intervenido en “Incidente en Ox-Bow”, o John Russell, al que Clint Eastwood recuperó para el western en “El jinete pálido”.


La banda sonora fue encargada a Alfred Newman, un hombre de la casa de gran prestigio, que compuso un tema principal muy pegadizo; mientras que como director de fotografía nos encontramos con el gran Joseph McDonald, quien partiendo de unas imágenes luminosas en las escenas del desierto, acentuando de esta forma, junto con los planos generales de Wellman, la desolación y tortura de los personajes, las irá oscureciendo hasta alcanzar el más puro tenebrismo en las secuencias de interiores desarrolladas en el pueblo fantasma, sobre todo en la escena del duelo final. Esta, sin lugar a dudas, merece una consideración aparte.


Y es que nos encontramos con una escena que por su concepción, planificación, dirección, montaje e iluminación forma parte de la antología del western. Se trata de una gran secuencia silente (los largos silencios son otra de las características del filme que aumentan su dramatismo) en la que un inteligente Wellman nos hurta inicialmente el duelo y su resultado a través de la magnífica utilización del fuera de plano.

Así, seguiremos el enfrentamiento tan sólo por los fogonazos y el ruido de los disparos, y conoceremos su resultado, al igual que Mike, a medida que el personaje de Anne Baxter vaya encontrando los cadáveres de los pistoleros.


Escena admirable que convierte a “Cielo Amarillo” en un western indispensable para todo aficionado a este género en particular y al cine en general.