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miércoles, 9 de noviembre de 2016

CARAVANA DE PAZ

(Wagon Master) - 1950

Director: John Ford
Guion: Frank S. Nugent y Patrick Ford

Intérpretes:
-Ben Johnson: Travis
-Ward Bond: Elder Wiggs
-Joanne Dru: Denver
-Harry Carey Jr.: Sandy
-Charles Kemper: Shiloh Clegg
-Jane Darwell: Sister Ledyard
-Russell Simpson: Adam Perkins
-James Arness: Floyd Clegg

Música: Richard Hageman

Productora: RKO Pictures - Argosy Pictures
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 8

No disparo a hombres. Solo a serpientes (Travis a Elder refiriéndose a los Clegg)



SINOPSIS: Travis y Sandy son dos jóvenes tratantes de caballos que aceptan guiar a un grupo de mormones desde el este del país hasta las fértiles tierras del valle de San Juan (California). Durante el viaje se les unirán un trío de artistas y curanderos ambulantes y un grupo de forajidos, los Clegg, a quienes persigue la justicia.



A caballo entre sus primeras obras maestras (“La diligencia”, “Las uvas de la ira”, “¡Qué verde era mi valle!”, “Pasión de los fuertes” o la trilogía de la caballería) y sus obras de madurez (“El hombre tranquilo”, “Centauros del desierto” o “El hombre que mató a Liberty Valance”), “Caravana de paz” no es, ni por asomo, uno de los grandes títulos de John Ford. Y no lo es por una sencilla razón: porque John Ford tiene obras maestras a mansalva. Como poco, diez mejores que ésta. O, al menos, mucho más conocidas.



También es posible que no la consideremos una obra maestra porque, obviamente, nos estamos refiriendo a un western de bajo presupuesto. Sin demasiados recursos, sin actores de relumbrón y pocas o nulas pretensiones. Aún así, “Caravana de paz” me parece —indudablemente— un gran western. Y me lo parece, entre otras cosas, porque sintetiza a la perfección lo que para John Ford era un western. Porque lo dirigió sin presiones, sin ataduras, sin imposiciones. Con total y absoluta libertad creativa. Y eso, naturalmente, se nota.



Precisamente, por eso, me gusta “Caravana de paz”. Porque esa simplicidad, esa naturalidad, esa ingenuidad que para muchos constituye el pequeño gran handicap de este western para mi es, paradójicamente, su pequeño gran acierto. Porque a veces, muchas veces, menos es más. Porque muchas veces las grandes historias, los grandes intérpretes y las grandes secuencias no nos permiten ver o apreciar detalles más banales o triviales en los que, precisamente, se encuentra la verdadera esencia de un cineasta. Como en “Caravana de paz”, por ejemplo. Un western cuyo escueto guión y modestos actores (todos ellos secundarios, por cierto, en otros films del maestro) no maquillan ni camuflan a un John Ford en estado puro. Espontáneo, desatado y libre como el viento.



Así pues, yo diría que el sencillo guión de esta peli (de cariz prácticamente semidocumental, por cierto) viene a ser —a mi juicio— como una especie de hábil pretexto para dar rienda suelta a las célebres constantes “fordianas” de su autor. A todas y cada una de ellas.



Empezando por ese espectacular Monument Valley donde Ford parecía sentirse como pez en el agua, continuando por ese gran sentimiento de pertenencia a una comunidad que simboliza la propia caravana y que tanto apreciaba Ford, prosiguiendo por ese inconfundible, peculiar y genuino sentido del humor que tan presente está en todas sus pelis y acabando por ese espléndido homenaje a los personajes secundarios de todos sus filmes a los que siempre respetó de forma cuasi religiosa. Máxime teniendo en cuenta, además, que los dos protagonistas principales de “Caravana de paz” (Ben Johnson y Ward Bond) fueron, habitualmente, secundarios en muchas otras pelis suyas.



Que lo más sorprendente o valioso de esta peli esté en los pequeños detalles (en las carretas vadeando el río, en un cubo llenándose de agua, etc…) y en aspectos total y absolutamente cotidianos (como el baile nocturno, por ejemplo) no significa —sin embargo— que “Caravana de paz” carezca de valores, digamos, más trascendentales. Y es que no olvidemos que una travesía de estas características debe poseer, naturalmente, un componente épico. No sólo porque en el trayecto pueden aparecer indios, sino porque también pueden aparecer forajidos y también puede escasear la comida y el agua.



Pero, básicamente, porque un viaje de este tipo requiere que tanto los caballos como los hombres tiren del carro. Los primeros, físicamente. Y los segundos, mental o espiritualmente. Algo que, sin lugar a dudas, harán este grupo de mormones. Gente de fe y convicciones a prueba de bombas. Y eso es, precisamente, lo que convierte esta larga y peligrosa peregrinación en una epopeya, en una odisea, en un auténtico éxodo. En una “road movie”, en definitiva, de claras e incuestionables resonancias bíblicas.



Ocho sólidas estrellitas, pues, para un western que reúne lo mejor de John Ford y que, pese a su modestia y cotidianeidad, también contiene la justa y necesaria proporción de violencia (sobre todo al principio y al final) que debe atesorar cualquier peli del oeste que se precie. Ah, y frases memorables también. La que encabeza esta crítica, por citar alguna, es un buen ejemplo.



jueves, 20 de octubre de 2016

LA DILIGENCIA

(The stagecoach) - 1939

Director: John Ford
Guion: Dudley Nichols

Intérpretes:
- Claire Trevor: Dallas
- John Wayne: Ringo Kid
- Thomas Mitchell: Doc Boone
- Andie Devine: Buck
- John Carradine: Hartfield
- Louise Platt: Lucy Mallory
- George Bancroft: Marshall Curley
- Donald Meek: Samuel Peacock
- Berton Churchill: Gatewood
- Tim Holt: Teniente Blanchard   

Música: Temas populares arreglados, entre otros, por Richard Hageman

Productora: Walter Wanger Production 
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8,5

"Somos las víctimas de un morbo infecto llamado prejuicios sociales" (El doctor Boone a Dallas inmediatamente antes de ser expulsados de Tonto por los miembros de la Liga de la Ley y el Orden)


ARGUMENTO: Un grupo de individuos viaja de Tonto a Lordsburg. Pronto se les unirá un proscrito, Ringo Kidd. Juntos deberán vencer a sus prejuicios morales y hacer frente a numerosos peligros, entre los que se encuentra  la revuelta del apache Gerónimo.


Quizás no sea el mejor western de la historia del cine pero, sin duda, es uno de los más importantes y de mayor influencia porque convirtió lo que hasta ese momento era un género considerado menor, caracterizado, salvo escasas excepciones, por producciones realizadas en serie destinadas a rellenar las sesiones dobles a base de historias simples y con personajes planos, en un género para adultos con argumentos más complejos y personajes perfectamente definidos. El resultado fue que por primera vez, si exceptuamos “Cimarrón” (Wesley Ruggles, 1931), un western estuvo nominado a siete Oscar, incluidos a los de mejor película y director; aunque tuvo la fatalidad de competir con “Lo que el viento se llevó”,  por lo que sólo fue galardonada con dos frente a los diez que obtuvo la lujosa y plúmbea producción de David O. Selznick quien, curiosamente, había rechazado el proyecto de Ford. Sin embargo creo que el tiempo ha puesto a ambas películas en su lugar.

Se trata por tanto del western que indicó por dónde debía transitar este género, pero además a través del relato de un grupo heterogéneo de individuos enfrentados a un enemigo común en el que se combinan perfectamente aventura, humor, principalmente con el personaje de Curly, y amor, Ford nos da una visión nada complaciente de una sociedad hipócrita y puritana, caracterizada por sus prejuicios y obsesionada por las apariencias; y al mismo tiempo crítica el capitalismo salvaje, representado en el banquero estafador que exige la inexistencia de controles en las actividades de los hombres de negocios (supongo que la crisis del 29 todavía estaba muy presente). Un individuo insolidario cuyos lemas son: “América para los americanos. El gobierno no debe intervenir en los negocios. Reducir impuestos. Un hombre de negocios como presidente”; pero que no duda en exigir la protección de ese estado que tanto denuesta, representado por el ejército, cuando lo necesita. Estamos ante un patriota de boquilla y “anarcoliberal” que intenta enriquecerse robando las nóminas de sus conciudadanos. Personaje, desgraciadamente, muy actual.

Para rematar su visión, establece una constante dialéctica entre las clases populares y la aristocracia (muy representativa en este sentido es la escena en la que Lucy se levanta de la mesa para no permanecer sentada junto a Dallas), mostrando más simpatía por los personajes marginales, seres imperfectos pero de mayor humanidad: la prostituta Dallas (personaje que se caracteriza por su solidaridad y está interpretado por una convincente Claire Trevor, aunque inicialmente se pensó en Marlene Dietrich para darle vida); el alcoholizado pero lúcido Doctor Boone (un genial Thomas Mitchell justamente galardonado con el Oscar a mejor actor secundario) al que Ford reserva la frase final que define en gran parte a la película: “Ya se han librado de las ventajas de la civilización”; o el prófugo de la justicia Ringo, acusado injustamente de un crimen que no cometió (un joven John Wayne en uno de sus primeros papeles importantes tras el injusto fracaso en taquilla del excelente western “La gran jornada” dirigida en 1930 por Raoul Walsh).


Mientras que parece retratar con más severidad a los honorables miembros de esa sociedad: Lucy, la altiva, estirada y clasista mujer de un oficial; el caballero del sur devenido en vulgar fullero (el fordiano John Carradine) al que parece importarle solamente el personaje anterior al reconocer en ella a su misma clase social, el ya comentado personaje de Gatewood (un banquero prepotente, egoísta y farsante autor de un desfalco); o, incluso, el sheriff (George Bancroft) que trata de forma diferente a las dos mujeres, así mientras que se dirige a Lucy como dama o señora a Dallas la tutea o se dirige a ella con su nombre de pila. Un grupo cuyos miembros tan sólo comenzarán a acercarse tras el nacimiento del hijo de Lucy, feliz acontecimiento en el que la actitud del médico borrachín y la prostituta será capital.

 


Desde el punto de vista técnico el filme es extraordinario. Ford filma escenas espectaculares como la del ataque a la diligencia que a pesar del tiempo transcurrido es difícilmente superable, y da toda una lección sobre la planificación y el encuadre (Anthony Mann llegó a afirmar que: “El realizador que más he estudiado, mi director favorito, es John Ford. En un plano expone más rápidamente que cualquier otro el entorno, el contenido, el personaje. Tiene la mayor concepción visual de las cosas y yo creo en la concepción visual de las cosas”); así como de la utilización del fuera de plano, en la escena del enfrentamiento entre Ringo y los hermanos Plummer cuyo suspense se acentúa al ver a uno de los personajes entrar en el saloon, y de la panorámica que le permite sacar un gran partido de su querido Monument Valley, a partir de esta película paisaje emblemático de sus mejores westerns. Además de regalarnos algunas imágenes que han pasado a la historia del cine, como la presentación de Ringo a través de un travelling frontal mientras carga su wínchester con una mano.

Por último, comentaros como anécdota que Orson Welles, impactado por “La diligencia”, reconoció haberla visto docenas de veces inmediatamente antes de dirigir “Ciudadano Kane”.



En definitiva un clásico y, como tal, atemporal que, además, rescató a su protagonista de los westerns de serie B en los que estaba encasillado (en los años posteriores rodaría “Mando siniestro”, “Hombres intrépidos” y “El guardián de la colina” de, respectivamente, Walsh, Ford y Hathaway), dando el primer paso para convertirse en el cowboy por excelencia.





domingo, 20 de diciembre de 2015

LA LEGIÓN INVENCIBLE

(She wore a yellow ribbon) - 1949

Director: John Ford.
Guión: Frank S. Nugent y Laurence Stallings.

Intérpretes:
- John Wayne: Capitán Nathan Britless
- Joanne Dru: Olivia Dandridge
- John Agar: Teniente Flint Cohill
- Ben Johnson: Sargento Tyree
- Harry Carey Jr.: 2º Teniente Ross Pennell
- Victor McLaglen: Sargento Quincannon
- George O’Brien: Comandante Mac Allshard

Música: Richard Hageman.
Productora: Argosy Pictures
País: Estados Unidos

 Por: Jesús Cendón. Nota: 9

“Se dirigía hacia el sol poniente, que es el final del camino de todos los hombres de su edad” (Narrador).

La película, continuación de “Fort Apache” ya que arranca justo donde acababa esta (con la muerte de Custer-Thursday), nos relata, en un tono más melancólico que su predecesora, los últimos seis días en la caballería del capitán Nathan Britless, así como su última y fracasada misión al no poder llegar a tiempo al puesto de Sudrose Wells para que la esposa y la sobrina de su comandante tomasen la diligencia. No obstante, en el último momento logrará evitar la incipiente guerra con los indios, porque como le dice a su amigo el jefe piel roja: “Somos viejos para hacer la guerra pero podemos impedirla”. Este esqueleto argumental le permite a Ford llevar a cabo una amarga reflexión sobre la vejez, el paso del tiempo y el obligatorio cambio generacional. De esta forma, si “Fort Apache” se erigía en uno de los primeros westerns revisionistas, con “La legión invencible” Ford se adelantó casi dos décadas al denominado western crepuscular.


Como indiqué en el párrafo anterior es el segundo film de la famosa trilogía de Ford sobre la caballería estadounidense en la que nos va a narrar cómo se construyeron los EEUU con la expansión hacia el oeste a través de la vida en los puestos fronterizos ocupados por los soldados de azul. Pero a Ford, junto con los grandes acontecimientos (la lucha con los indios), le van a interesar dos cuestiones:

- El tratamiento de la institución militar como una gran familia (presente también en las otras dos peículas de la trilogía). De ahí la importancia que va a dar a las ceremonias: entierros de los soldados caídos, bailes, etc. Hecho que queda reflejado en las palabras de despedida de la mujer del comandante (“Adiós es una palabra que no usamos en la caballería. ¡Hasta nuestro próximo puesto!”) y, sobre todo, en el final cuando Nathan recibe la notificación firmada, entre otros por el Presidente de los EEUU aprobando su reenganche como coronel de scouts. Es decir, el ejército, como la familia, nunca te abandona porque formas parte de él.



-La vida diaria de los soldados, deteniéndose en pequeños detalles cotidianos que revierten en una mayor sensación de realidad (sabremos por ejemplo que cada una o dos horas hay que desmontar de los caballos para aliviarlos, que habitualmente no probaban la carne, que su paga era de 50 centavos diarios, que dada su austeridad tenían que elegir entre comprar un objeto u otro o que un segundo teniente podía pedir la licencia hasta tres veces). Y sin duda muy significativo respecto a esta cuestión es el título original de la peli que alude a la cinta amarilla que las mujeres enamoradas de un oficial lucían en su pelo.




Junto a estos dos temas, Ford trata otros que son habituales en su filmografía como el de la reconciliación nacional (cuya escena más destacada es el entierro con todos los honores del otrora brigadier rebelde reconvertido en soldado yankee) o el de la corrupción de los gobiernos como origen de las guerras con los pieles rojas (representado en el agente indio que les vende modernos wínchesters).



La dirección de Ford es soberbia, con esa aparente sencillez sólo al alcance de los genios, y, como hiciera en “Fort Apache”, combina sabiamente las escenas intimistas con las de corte épico; aunque en ésta las primeras tienen más peso, como lo demuestra el hecho de que dos de las secuencias más recordadas son aquella en la que Nathan, como en todos los atardeceres, se dirige a las tumbas donde yacen su mujer y sus hijas para, mientras riega las flores, contarles los hechos más destacados del día, y en la que los soldados, a modo de despedida, le regalan un reloj y él se pone las gafas para leer la dedicatoria, o tal vez para evitar que vean como se le escapa una lágrima.



El guión estupendo de Frank S. Nugent (el mismo guionista de Fort Apache que colaboraría habitualmente con Ford) se basa de nuevo en un par de relatos del coronel James Warner Bellah, en esta ocasión “War party” y “The big hunt” (ambos cuentos incluidos en el tomo dedicado a este autor por la editorial Valdemar en su colección Frontera). Lo que más me ha llamado la atención del mismo es cómo mantiene la tensión y el ritmo de la película sin recurrir apenas a escenas violentas y de acción.



Mención aparte hay que hacer de la genial fotografía de Winton C. Hoch (otro habitual de Ford a pesar de sus discusiones) al que el director pidió que captara el color y la esencia de los cuadros de Frederic Remington. Para mí, nunca el Monument Valley, salvo quizás en “Centauros del desierto”, quedó tan bien retratado.



La música corrió por cuenta de Richard Hageman (el mismo de Fort Apache). Y como en su predecesora mezcla temas de la época (preciosa la marcha del mismo nombre que el filme) con otros propios.



Por lo que se refiere a los actores, John Wayne está perfecto como el veterano capitán Nathan Britless, y creo que hay que estar ciego para no reconocer que, además de una estrella cinematográfica, era un grandísimo actor. Junto a él Joanne Dru (una buena actriz con poca fortuna a pesar de haber coprotagonizado varias grandes pelis) encargada de protagonizar las escenas románticas, algunos de los interpretes que intervinieron en la peícula precedente como el melifluo John Agar, el siempre eficaz Victor McLaglen (que hereda el nombre de un sargento de Fort Apache, Quincannon, y protagoniza las secuencias más cómicas, incluida una típica pelea en el cine de Ford), o el correcto George O’Brien como el comandante del fuerte. A ellos se les añaden varios actores que formarían parte de su troupe habitual: Ben Johnson (antiguo stunt y gran caballista), Harry Carey Jr., Mildred Natwick o Arthur Shields.



Por último comentaros dos anécdotas:

Es una película sobre las guerras indias en la que no se ve morir a piel roja alguno.




La famosa escena de la tormenta estuvo a punto de no rodarse porque Hoch se negaba y fue Ford quien se impuso. Cuando Winton recogió su merecidísimo Oscar, Ford se vengó de él comentando que lo había obtenido gracias a que le había obligado a rodar la escena.



En definitiva, una gran película que por su calidad y belleza debe ser paladeada fotograma a fotograma.


TRAILER

miércoles, 16 de diciembre de 2015

EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE


(The man who shot Liberty Valance) - 1962

Director: John Ford
Guión: James Warner Bellah y Willis Goldbeck 

Intérpretes:
- John Wayne: Tom Doniphon
- James Stewart: Ransom Stoddard
- Vera Miles: Hallie
- Lee Marvin: Liberty Valance
- Edmond O’Brien: Dutton Peabody
- John Carradine: Mayor Cassius Starbukle
- Andy Devine: Sheriff Link Appleyard
- Woody Stroode: Pompey

Música: Ciryl J. Mokridge
Productora: Paramount Pictures (The John Ford Production)
País: Estados Unidos


Por: Jesús Cendón. Nota: 10

“Así es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se convierte en realidad, hay que publicar la leyenda”. (Maxwell Scott, periodista).

Amo a esta película, amo a ”El hombre que mató a Liberty Valance”, uno de los westerns más emotivos, conmovedores, líricos y desgarradores que se hayan filmado jamás; obra maestra en la que John Ford, adelantándose a lo que se denominarían westerns crepusculares (ese mismo año Pekinpah rodó “Duelo en la Alta Sierra”) nos narra el final de una época, de un modo de vida basada en los campos abiertos y el de los personajes que la protagonizaron, y que supuso el broche de oro del tándem Ford-Wayne (tan sólo rodarían juntos el pequeño episodio de la Guerra Civil en “La conquista del Oeste” y la divertida comedia “La taberna del irlandés”).



Se trata de una historia desencantada y amarga que narra la segunda fase en la construcción de los EEUU, ya que tras arrebatarle su territorio legítimo a los indios y haber colonizado el mismo, el país se enfrenta a otro desafío consistente en civilizar el oeste, con los sacrificios que ello supone. Así aquellos personajes que fueron fundamentales para colonizar los paisajes salvajes como Tom Doniphon, hombres independientes, individualistas y que imponían su voluntad a través de la fuerza, serán los sacrificados, ya que para que avance el país deben dejar paso al hombre nuevo que viene del este encarnado por Ransom Stodard, representante de la civilización y el progreso.



La paradoja se produce por el hecho de que la población necesita mitos sobre los que establecer los pilares de la sociedad y no puede aceptar la a veces mediocre realidad, de ahí que ésta se les oculte a cambio de leyendas que son más atractivas y en las que los seres individualistas, fuertes e independientes que de alguna forma se han mantenido al margen de esos convencionalismos y con los que ha habido que acabar por el bien del desarrollo, en definitiva los héroes, que fueron los que realmente protagonizaron los hechos son sustituidos por otros individuos más convencionales que encarnan los valores de esa sociedad que se está construyendo y a los que se atribuyen estos hechos. De ahí la frase final del periodista ya que al pueblo hay que darle leyendas y mitos porque quizás no soportaría enfrentarse a la miseria y cotidianidad nada heroica de la realidad.



Historia amarga porque es una historia de perdedores. Así Tom Doniphon (John Wayne) no sólo va a perder a su amada frente al civilizado Stodard, sino algo mucho más importante su orgullo y su dignidad, es decir sus valores más profundos, al cometer un acto indigno de él, aunque confiese a Stodard que no le importó hacerlo, pero necesario para que avance la sociedad. Y es Tom, a pesar de que sabe que cada paso que da en ese sentido supone acercarse a su propia destrucción, quien se convierte en el ángel de la guarda de Ransom: lo recoge malherido por la paliza que le propinó Liberty, le enseña a disparar, propone a Ransom como delegado en la importante Convención en la que se decidirá la suerte del territorio como Estado (en este caso no sólo defiende al futuro senador sino que se alza como una gran figura que vela por esa sociedad que lo desplazará, lo ignorará y terminará destruyéndolo), evita que los hombres de Liberty (entre los que se encuentra un joven Lee Van Cleef) lo ahorquen y, por fin, se inmola al contarle la verdad del duelo a Ransom para evitar que renuncie A SU carrera política, al mismo tiempo que le deja el camino libre con su eterna pretendiente Hallie, perdiéndose en la nada, como ocurría con Ethan en “Centauros del desierto”, mientras el resto de los personajes entran en la sala donde se celebra la Convención. Se produce, de esta manera, el sacrificio del héroe para que el país pueda avanzar.




Pero ¿qué ocurre con el aparentemente triunfador Ransom Stodard (James Stewart), un honrado, idealista y luchador abogado del este que puede ser el próximo vicepresidente de los EEUU? Que su vida se ha construido sobre una gran mentira que conocen tanto él como su mujer y que les pesa como una losa porque saben que le han robado, no solamente la gloria y la fama, sino también la vida a un hombre integro, auténtico líder que se inmoló por el bien común. De ahí que resulte durísima la última escena en la que el bueno de Jimmy le pide una escupidera al revisor del tren y éste le responde: “Inmediatamente, qué no haría yo por el hombre que mató a Liberty Valance” para a continuación mirarse el matrimonio, diciéndoselo todo con esa mirada. No se valorarán los aciertos que haya tenido gobernando el bueno de Stodard, ni las preocupaciones que haya tenido para desarrollar su país, ni su trabajo, ni, por supuesto, su esfuerzo, al final será recordado por algo que no hizo, matar al más temible pistolero del territorio. De nuevo el héroe se impone al hombre corriente.


Y como tercer elemento nos encontramos a Hallie (Vera Miles) que se debate entre dos hombres de los que está enamorada, aquél que parecía que sería su marido (Tom) el líder natural un tanto rudo pero galante, servicial y atento cuando era necesario, y el nuevo, bondadoso y educado hombre del este que le enseña otro mundo. Sus miradas cargadas de tristeza muestran el desgarro ante la obligación de elegir entre uno de los dos, siendo consciente del dolor que causará al otro y a sí misma. Esta situación queda perfectamente plasmada en varias escenas: aquella en la que le pide al antiguo sheriff que la lleve a ver los cactus del jardín de la antigua casa de Tom, la secuencia en la que se ve el cactus encima del ataúd donde yace Tom y Ransom le pregunta ¿Quién lo ha puesto?, le responde que ha sido ella y ambos se miran, y al final cuando Ransom le propone quedarse definitivamente en Shinbone y ella le contesta que por supuesto le gustaría porque allí está su vida. Y es que a pesar de que se decanta por Ransom, quizás empujada por el propio Tom, y aunque está profundamente enamorada del senador, hombres como Tom son imposibles de olvidar y parte de su corazón le pertenece.



Aparte de todas estas consideraciones la película cuenta con un gran libreto basado en una novela corta de Dorothy Johnson (publicada junto con otros de sus cuentos por Valdemar en su colección Frontera) que pulió John Ford para después entregárselo a James Warner Bellah (novelista en cuyas obras Ford se basó para realizar su famosa trilogía de la caballería) y Willis Goldbeck con el objeto de que le dieran la forma definitiva. El resultado fue un extraordinario guión que cuenta con magníficos diálogos pero en el que las miradas, los gestos y los silencios son tan importantes como las palabras. Tal es así que Ford llamó entusiasmado a Wayne (con el que se había distanciado tras el rodaje de “El Álamo”) para decirle que esta vez contaban con una gran historia, aceptando el actor su participación en el film a regañadientes.


En cuanto a la dirección, nos encontramos ante un Ford en estado de gracia que consigue una obra maestra en la que cada escena es maravillosa y la planificación de cada plano es perfecta. Por destacar dos escenas, aparte de las ya mencionadas, citaría la famosa del filete y el duelo con Liberty. Pero mi favorita es la de la escuela, todo un canto del profundamente liberal Ford a favor de la ahora denostada democracia, que cuenta con dos momentos sublimes, cuando Nora Ericson con sus propias palabras (está aprendiendo a leer y a escribir) define la democracia como el sistema en el que el pueblo es el que manda y tiene el poder y cuando el fiel Pompey (un sirviente negro) se olvida de la parte de la Constitución en la que se afirma que todos los hombres son iguales y Ransom, irónicamente, le contesta que no se preocupe porque hay mucha gente que también se olvida de ello.




Otros aspectos a destacar son:
La maravillosa fotografía de William H. Clothier, que abandona el espectacular color con el que había retratado magistralmente el Monument Valley por el más humilde y sobrio blanco y negro con lo que consigue acentuar el carácter sombrío y triste de la historia que se está contando.



La estupenda banda sonora orquestada por Cyril J. Mokridge que cuenta con tres o cuatro temas fantásticos perfectamente utilizados y que subrayan el carácter intimista y melancólico del film.


La dirección artística, ya que salvo en tres escenas que se desarrollan en el rancho de Tom, toda la película se rodó en el estudio, como si Ford quisiera subrayar la idea de que la historia que estaba contando era tan falsa como los decorados en los que estaba siendo contada. Además con este hecho se está subrayando, de nuevo, el carácter independiente de Tom, puesto que es el único personaje que vive fuera de la ciudad (símbolo de la sociedad) en la que se hacina el resto de la población.


Por último tengo que referirme a los actores. Wayne y Stewart protagonizan unos de los mejores duelos interpretativos, pleno de naturalidad, que he podido disfrutar en el cine, desprendiéndose entre ellos una química difícil de igualar. Tanto el uno como el rudo y heroico Tom, como el otro en el papel del educado y civilizado Ransom están perfectos. Junto a ellos Vera Miles, quizás en su mejor papel, expresando sus sentimientos desgarrados con una mirada de profunda tristeza; un gran Lee Marvin, un poco antes de convertirse en estrella, como el sádico y brutal pistolero Liberty Valance, el segundo hombre más duro a este lado del territorio (el primero, lógicamente, es Tom); un sobresaliente Edmond O’Brien en el rol del alcoholizado, lúcido y elocuente editor del Shinbone Star; y otros habituales del cine de Ford como Andy Devine en el papel del cobardón sheriff que protagoniza junto a John Qualen las escasas escenas cómicas del film, John Carradine que se luce en un corto papel como brillante y manipulador orador, Woody Strode, es en esta película en la que mejor lo he visto, en un rol muy diferente a los que solía interpretar o Willis Bouchey como el revisor que pronuncia la demoledora frase final del film.


Así que ya sólo me queda deciros que pongáis el DVD, bajéis la luz de la sala, os sentéis y disfrutéis de esta auténtica joya que nos regaló John Ford y de un actor irrepetible de sonrisa franca y gesto preciso que sabía que no sólo el filete sino que gran parte del banquete del cine era suyo, John Wayne que fue realmente “El hombre que mató a Liberty Valance”.



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Por: Xavi J. Prunera. Nota: 9,5


Hace unos años hice llegar a varios amiguetes cinéfilos una singular encuesta. Mi propósito consistía en recurrir a su reputado criterio para determinar cuál podría ser la película más emblemática de la historia del cine yankee.

50 fueron las candidaturas propuestas pero, obviamente, sólo una podía salir victoriosa. Y sí, como podéis suponer, la gran triunfadora fue “El hombre que mató a Liberty Valance”.

Naturalmente, eso fue lo que me empujó a revisarla por primera vez. Mis vagos recuerdos adolescentes pedían a gritos constatar si, tal como habían determinado mis colegas, la peli de Ford merecía ese distinguidísimo y mitológico privilegio, o no. Pues bien, una vez revisada con toda la objetividad habida y por haber quisiera proclamar a bombo y platillo que “El hombre que mató a Liberty Valance” merece semejante honor y más.

Permitidme, pues, que incida sobre todo en el aspecto simbólico, icónico o totémico de la peli de Ford porque creo que ése es, al margen de su irreprochable factura narrativa y formal, el valor esencial de este western. Un valor que reside en su propia trascendencia cinematográfica y que constata como, paradójicamente, una peli capaz de derribar de un plumazo casi todos los cánones del género es, a su vez, capaz de convertirse en una obra mítica y, por ende, paradigmática. Lo más curioso, además, es que fuera precisamente Ford –el que zanjó ese western clásico que él mismo contribuyó a edificar- el que, con este enorme western, sentara las bases de ese espíritu crepuscular o expresionista tan característico en los filmes posteriores de Peckinpah o Leone.

En fin, disculpadme por ponerme demasiado trascendental y por no comentar nada sobre aspectos tan interesantes como ese jugoso triángulo amoroso entre Tom, Hallie y Ransom, como ese romántico debate entre leyenda y realidad ("en el Oeste, cuando la leyenda supera a la verdad, publicamos la leyenda") o como esa eterna pugna entre la ley escrita y la ley del más fuerte, pero es que eso ya lo han hecho otros y muy bien, por cierto. Y, además, qué coño, cuando un western como “El hombre que mató a Liberty Valance” va más allá de su propio género habrá que decirlo alto y claro ¿no?. Pues eso.

(Reseña publicada por Xavi J. Prunera en FilmAffinity el 11-11-09)

TRAILER