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jueves, 26 de abril de 2018

EL JUGADOR

(Tennesse’s partner, 1955)

Dirección: Alan Dwan
Guion: Milton Krims, D.D. Beauchamp, C. Graham Baker, Teddi Sherman y Allan Dwan (sin acreditar).

Reparto:
- John Payne: Tennessee
- Ronald Reagan: Cowpoke
- Rhonda Fleming: Elizabeth “Duches” Farnham
- Coleen Gray: Goldie Slater
- Anthony Caruso: Turner
- Morris Ankrum: Juez Parker
- Leo Gordon: Sheriff
- Chubby Johnson: Grubstabe McNiven
- Joe Devlin: Pendergrast
- Angie Dickinson: Abby Dean

Música: Louis Forbes.
Productora: Benedict Bogeaus Production. 

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,75

“Se puede soportar todo menos que te ataque por la espalda uno que se dice amigo tuyo” Cowpoke a la Duquesa tras haberse enterado de la supuesta traición de su amigo Tennessee con la mujer con la que iba a casarse.


Nos visita otra vez Allan Dwan, en esta ocasión con el que consideraba su mejor wéstern. De hecho se trata de una de sus propuestas más personales en la que se implicó no sólo en la dirección sino también en el guion, obra de cuatro escritores, profundamente retocado y adaptado por él.

Como su anterior gran filme “Filón de plata” (1954), reseñado en este blog, la cinta es fruto de su asociación con el productor Benedict Bogeaus con el que creó una especie de compañía estable integrada, fundamentalmente, por el operador John Alton (uno de los directores de fotografía más influyentes en la codificación estilística del cine negro), el director artístico Van Nest Polglase (excelente profesional vetado por las majors a causa de sus graves problemas con el alcohol) y el competente músico Louis Forbes. Esta estabilidad les permitió rodar un buen número de películas de una calidad notable en un corto período de tiempo (filmaron, por ejemplo, tres en 1954 y otras tres en 1955) caracterizadas por un sello propio fácilmente reconocible. Filmes para los que, además, Bogeaus aseguró su distribución a través de las salas de la poderosa RKO.



ARGUMENTO: Cowpoke, un forastero, salva a Tennessee, el tahúr de la pequeña localidad de Sandy Bar asociado con la dueña del burdel local, de ser asesinado por la espalda por un jugador despechado. A partir de ese momento se establecerá una estrecha relación entre individuos tan dispares que pondrá a prueba la ambiciosa prometida del vaquero, Goldie Slater.



La película junto con la citada “Filón de plata” constituye un díptico en el que Dwan nos muestra su visión negativa de la sociedad estadounidense. Así, nos presenta a unos individuos avariciosos y deslumbrados por la riqueza a los que tras el asesinato del dueño de una mina de oro les importará más perder el posible beneficio económico que descubrir a los verdaderos culpables del crimen. Un grupo presto, como en su anterior filme, a tomarse la justicia por su mano, convirtiéndose en una chusma capaz de linchar sin pruebas concluyentes a Tennessee e, incluso, a Cowpoke y a la Duquesa, por el mero hecho de ser sus amigos, acusándolos de cómplices sin haber verificado este hecho; y a los que el sheriff apenas puede frenar. Incluso no dudarán en asaltar el establecimiento de la Duquesa y golpearla buscando el mapa del yacimiento.



Sin embargo, el tema fundamental de la película es la amistad surgida entre dos hombres muy diferentes pero al mismo tiempo marginados, por distintos motivos, por una sociedad en la que no encajan.



Tennessee está interpretado por John Payne, una de las grandes referencias del cine b de los años 50, que se muestra eficaz en un papel muy apropiado, a pesar o debido a sus limitaciones interpretativas, al ser un individuo frío y poco dado a expresar sus sentimientos. Personaje complejo, es en realidad un inadaptado social obligado a llevar una vida nómada al ser constantemente expulsado de los lugares en los que ha intentado establecerse (Arizona, Nuevo México, Utah, Texas, Oregón). Su magistral presentación mientras participa en una partida de póker en la que exhibe una actitud displicente y de desprecio hacia el resto de los participantes, nos muestra tanto su visión negativa y desencantada del ser humano disfrazada de cinismo, como su escasa empatía con este. Un hombre, no obstante, con unos principios éticos más firmes y superiores a los de esa población que le juzga con severidad, al ser capaz de poner en peligro la estrecha relación mantenida con Cowpoke, en realidad su único amigo, para evitarle el daño que le pueda hacer su prometida, cuyo nombre no por casualidad es Goldie, que se nos revela como una mujer ambiciosa deslumbrada únicamente por la riqueza del vaquero. Así, el engaño, la mentira, la traición y sus consecuencias se convierten en otros temas abordados por la película.



Ronald Reagan, un actor más conocido por su carrera política que por sus dotes interpretativas y que ya había colaborado con el tándem Dwan-Bogeaus en “La reina de Montana” (1954), ofrece un inusual buen rendimiento con una interpretación plena de sensibilidad como Cowpoke, un hombre sin contaminar, franco, íntegro, bondadoso, sin doblez, algo ingenuo y para el que la palabra mentira no existe. Un vaquero que no soporta los ataques por la espalda (claro símbolo de la falsedad de una sociedad hostil con el diferente); frase repetida a lo largo de la película y que tristemente se convertirá en premonitoria. Además será Cowpoke, con su candor y bondad, quien muestre a Tennessee el camino para reconducir su relación con la Duquesa y poder ser feliz.



Junto a ellos aparece una magnífica Rhonda Fleming, conocida como la reina del Technicolor pero desgraciadamente relegada a producciones de bajo coste, dando vida a la Duquesa. Propietaria de un burdel de alto standing disfrazado de establecimiento para señoritas que buscan marido, está unida profesional y sentimentalmente a Tennessee. La actriz protagoniza una gran escena de una enorme sensualidad y erotismo iniciada con un baño en su habitación y culminada en el salón principal de su establecimiento con varios besos a su socio. Nos encontramos con otro personaje marginal pero de una gran integridad que se convertirá en la voz de la conciencia de Tennessee y le será fiel incluso en los peores momentos.

Estamos, pues, ante una película de personajes conmayor complejidad y profundidad de lo habitual en este tipo de producciones que Dwan estructura en dos partes:




La principal y de mayor duración, con características más propias de un melodrama, cuyo objeto es presentarnos a los protagonistas del filme y narrar las relaciones forjadas entre ellos; en especial la correspondiente a la camaradería surgida entre Cowpoke y Tennessee (en este sentido creo que es mucho más acertado el título original de la película) mostrada a través de tres grandes escenas plenas de naturalidad y de gran autenticidad en las que ambos se sinceran y reflexionan sobre la amistad, la soledad y el amor. Me refiero a la secuencia de la cárcel en la que el vaquero se presenta diciendo al tahúr: “Mis amigos me llaman Cowpoke” (con esta frase desde el primer momento le está brindando su amistad) y el jugador le responde: “Si tuviera amigos me llamarían Tennessee”; la secuencia nocturna en casa del jugador que muestra la vida tan diferente llevada por ambos: el tahúr trabaja la noche, mientras que el vaquero se levanta temprano; y la que se desarrolla en la mina de Cowpoke en la que este propina una brutal paliza a Tennessee, que se niega a defenderse, para después, al comprender el sacrificio realizado por su amigo, posar su mano sobre el hombro del camarada magullado; imagen de una gran sutileza y sensibilidad, reflejo de los profundos sentimientos de ambos personajes.





Junto a estas tres secuencias no puedo dejar de citar la correspondiente a una partida de póquer, iniciada con un picado y con la cámara acercándose a la mesa de los jugadores, en la que el director crea un gran suspense utilizando únicamente el silencio como elemento dramático y las miradas de los dos contrincantes. Una auténtica maravilla.



En la segunda parte, quizás más convencional, los conflictos y la violencia latentes estallarán, por lo que predominan las brillantes escenas de acción en las que Dwan nos aporta esa visión crítica de los habitantes de la ciudad convertidos en juez, jurado y verdugo. Una turba sedienta de sangre, cuya actuación, como señale anteriormente, no está motivada por el asesinato de uno de sus vecinos, dueño de una mina, sino por la fiebre del oro; ya que, como comenta un personaje, “toda la ciudad está furiosa porque teme quedarse sin el oro de Grubstake”. Una población fascinada por la riqueza cuyos personajes más representativos son la citada Goldie Slater (interpretada por Coleen Gray) y Turner (principal antagonista de Tennessee encarnado por el habitual Anthony Caruso).



El filme cuenta además con unos extraordinarios diálogos y una sobresaliente puesta en escena de Dwan que muestra su maestría en cada encuadre, en la composición de las escenas y de los planos con especial atención a la profundidad de campo, así como en los brillantes movimientos de cámara.



La dirección de Dwan, junto con la labor de Alton y de Van Nest Polglase, convierte a “El jugador” en una película visualmente deslumbrante. El operador, junto a sus características escenas en sombras y sus típicos claroscuros tan propios del cine negro, saca un gran partido al Technicolor; mientras que el trabajo del director artístico destaca, sobre todo, por la suntuosa decoración del establecimiento de la Duquesa en la que predominan alfombras fucsias, centros de flores rojas y amarillas, cortinas azul cielo y granates, puertas y estructuras en verde, tapicerías doradas, etcétera; toda una explosión de colores que se repite en los vestidos de la madame y sus “discípulas” y contrasta con el traje negro de Tennessee. El trabajo de todos ellos consigue que no se perciba estar ante una producción de bajo coste.



“El jugador” es, en definitiva, un singular wéstern obra de un gran director injustamente olvidado que supo demostrar cómo a partir de propuestas sencillas se podían obtener niveles muy altos de calidad. 

Como datos curiosos comentaros que:

- En 1916 George Melford había rodado un filme basado en la misma historia escrita por Bret Harte, especialista en relatos wésterns.

- Una joven Angie Dickinson interpreta a una de las “discípulas” de la Duquesa, papel que ese mismo año repetiría en, la ya comentada en este blog, “Con sus mismas armas” (Richard Wilson, 1955), otro notable wéstern de bajo presupuesto.

- John Payne y Rhonda Fleming volverían a formar pareja en “Ligeramente escarlata”, un estupendo noir firmado al año siguiente por el tándem Dwan-Bogeaus.


jueves, 9 de marzo de 2017

CON SUS MISMAS ARMAS

(Man with the gun - 1955)

Director: Richard Wilson.
Guion: N. B. Stone Jr. y Richard Wilson.

Intérpretes:
- Robert Mitchum: Clint Tollinger
Jan Sterling: Nelly Bain
- Henry Hull: Marshall Lee Sims
- John Lupton: Jeff Castle
- Ted de Corsia: Frenchy
- Leo Gordon: Ed Pinchot
- Karen Sharpe: Stella Atkins
- Claude Akins: Jim Reedy
- Angie Dickinson: Kitty

Música: Alex North
Productora: Formosa Productions
País: Estados Unidos

Por Jesús Cendón. Nota: 7

“Siempre se viste de gris, pero el negro le sentaría mejor” (Conversación sobre Clint mantenida por el doctor y el herrero del pueblo).



A veces los devoradores de cine, los “cinéfagos”, nos topamos con películas desconocidas para nosotros que suponen un grato descubrimiento. Esto es lo que nos ha animado a inaugurar una sección de wésterns poco conocidos u olvidados que bajo nuestra opinión merecen ser rescatados. Generalmente son filmes de coste reducido pero realizados con mucho oficio, destinados a las sesiones dobles y producidos por pequeñas compañías, las denominadas Minor; aunque también se produjeron wésterns de reducido presupuesto por las Major con el objeto de mantener engrasada su maquinaria para poder embarcarse en proyectos más caros y ambiciosos.


La sección la inauguramos con este filme “Con sus mismas armas” dirigida por el poco prolífico Richard Wilson. Tan sólo he visto de él una correcta película sobre Al Capone protagonizada por Rod Steiger e “Invitación a un pistolero”, un interesante wéstern con Yul Brinner como actor principal pero, para mí, inferior al que nos ocupa.


Estamos ante el típico producto de Samuel Goldwyn Jr., uno de los mayores productores independientes del Hollywood clásico, caracterizado por su cuidado aspecto formal que narra la historia de Clint Tollinger, un pacificador, que recala en Sheridan buscando a su mujer e hija. Allí le contratarán para acabar con el cacique del lugar que tiene amedrentado al pueblo mediante un grupo de pistoleros, haciendo realidad la frase del doctor: “Sospecho que la muerte repentina es contagiosa”. La película es, por tanto, desde el punto de vista temático un claro precedente de la más conocida y lujosa “El hombre de las pistolas de oro”, adaptación realizada en 1959 por Edward Dmytryk de la monumental novela “Warlock” escrita por el especialista en este género Oakley Hall. Incluso cuenta con situaciones muy similares con las mismas consecuencias para el protagonista, como el incendio del saloon origen del rechazo por parte de la población del pistolero a quien desesperadamente contrataron para poner orden en la ciudad.


Este arco argumental le sirve a Richard Wilson, coautor del guion, para abordar temas como el ejercicio y abuso del poder, así como la legitimación de la violencia por parte de quien  detenta ese poder. De esta forma, las fuerzas vivas del pueblo, ante la amenaza de Holman, no dudarán en contratar un individuo que se sitúa por encima del bien y del mal, actuando sin reglas fijas mediante métodos que no difieren sustancialmente de los de sus oponentes pero con la posibilidad de escudarse en la ley. 


Al mismo tiempo Wilson nos presenta de forma crítica a los habitantes de Sheridan, dando una visión nada complaciente de esta ciudad y por extensión de la sociedad norteamericana, al mostrarnos a unos personajes cobardes y egoístas que actúan basándose en sus intereses personales (el herrero para evitar la muerte de su futuro yerno, el cantinero para acabar con la competencia del saloon propiedad del cacique, los comerciantes para incrementar sus exiguas ventas, etc) y no dudarán en manifestar su rechazo al pacificador cuando este se convierta en un elemento incómodo y conflictivo, cuya presencia se traduce en una ruina mayor. Tan sólo son retratados con simpatía los jóvenes prometidos: Jeff un ranchero impulsivo pero valiente y honesto que se ganará el respeto de Clint y Stella cuya forma de actuar viene determinada por su amor hacia Jeff.


La preocupación de Goldwyn por hacer un producto de calidad quedó patente en el equipo participante en el film. Así nos encontramos con el reputado Lee Grimes como director de fotografía que dotó a la cinta de una atmósfera noir y realista. Mientras que Alex North, nominado al Oscar en quince ocasiones y conocido por sus memorables bandas sonoras de, entre otras, “Un tranvía llamado deseo”, “¡Viva Zapata!”, “Espartaco” o “Cleopatra”, se encargó de musicalizar la película.


Igualmente se escogió a una estrella de la categoría de  Robert Mitchum, sin duda uno de los mayores alicientes del filme. Un grandísimo actor que dominaba como pocos la escena y se comía la cámara en cada plano. En esta ocasión borda el papel de Clint Tollinger, un pacificador torturado desde niño por el asesinato de su padre, desgraciado acontecimiento que ha marcado su carácter (su mujer le llega a decir: “Sé que tu padre murió porque no tenía revólver, y tú morirás porque lo tienes”). Un hombre oscuro que se dejará llevar por sus impulsos violentos provocando al dueño del saloon para acabar con él e incendiando el local inmediatamente después.



Jan Sterling (actriz habitual en westerns y noir de serie B) realiza una excelente composición como Nelly, la mujer de Clint. Destrozada por el pasado, ya que tuvo que elegir entre lo que quería y lo que necesitaba, y por una desgarradora tragedia mantenida en secreto, regenta en la actualidad un burdel. Junto a ellos secundarios tan característicos como Henry Hull en el papel del inmovilista sheriff, Ted de Corsia y Leo Gordon en sus sempiternos roles negativos o una joven y casi irreconocible Angie Dickinson como Kitty, una de las chicas de Nelly.


Pero es, sin duda, el estupendo final el que eleva a este western por encima de la media. El director juega hábilmente con el espectador al poseer este más información que los principales personajes; así sabe que el pacificador, aprovechando su rutinario paseo, va a ser objeto de un atentado mientras que el héroe lo desconoce y su mujer tan sólo lo intuye.


Estamos ante una secuencia memorable por su planificación, encuadres y movimientos de cámara, en la que Richard Wilson sitúa y desplaza admirablemente a los protagonistas del drama, al mismo tiempo que dota a la escena de un suspense in crescendo más propio de un thriller que de un wéstern. 


Sin embargo su resolución no está a la altura ni en consonancia con el tono amargo y desesperanzado del filme; restándole fuerza y coherencia a una película, por lo demás, muy meritoria.