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jueves, 10 de enero de 2019

DOS HOMBRES CONTRA EL OESTE

(Wild rovers, 1971)

Dirección: Blake Edwards
Guion: Blake Edwards

Reparto:
- William Holden: Ross Bodine
- Ryan O’Neal: Frank Post
- Karl Malden: Walter Buckman
- Lynn Carlin: Sada Billings
- Tom Skerrit: John Buckman
- Joe Don Baker: Paul Buckman
- James Olson: Joe Billings
- Leora Dana: Nell Buckman
- Moses Gunn: Ben
- Victor French: Sheriff

Música: Jerry Goldsmith
Productora: Geofrey Production

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,5

“Escucha Frank, encuéntrame a un vaquero, joven, viejo o de mediana edad, que tenga algo más de cuatro dólares en el bolsillo y yo te encontraré a un vaquero que dejó su oficio y se dedicó a robar bancos”. Ross Bodine a Frank Ross.



Hablar de Blake Edwards es hablar de un director dotado excepcionalmente para la comedia que firmó algunas de las páginas más brillantes de este género a finales de los años cincuenta y durante la década siguiente. Basta citar algunos ejemplos para darnos cuenta de la importancia de su legado: “Operación Pacífico” (1959), magnífica parodia de los filmes bélicos con Cary Grant recordando su papel en “Destino Tokio” (Delmer Daves, 1943); “La carrera del siglo” (1965), divertido homenaje al cine silente de la Keystone; y dos películas que convirtieron a Peter Sellers en estrella y en un referente del género “La pantera rosa” (1962) y “El guateque” (1968), probablemente su obra maestra.



La calidad de esta ingente producción, al igual que ha ocurrido con otros directores especializados en la comedia, como salvando las distancias Billy Wilder, ha ensombrecido su aportación notable a otros géneros. Así Edwards es el responsable de “Días de vino y rosas” (1962), una de las mejores aproximaciones rodadas en Hollywood sobre las consecuencias del alcoholismo en cuyo final, tan conmovedor como desolador, el protagonista ve a su mujer perderse en la oscuridad de la noche y, metafóricamente, del alcohol (1). Ese mismo año también rodó “Chantaje contra una mujer” (1962), notable thriller protagonizado por Glenn Ford y, al igual que la anterior película, Lee Remick; y un año antes dirigió la versión, algo edulcorada y censurada, de la excelente novela de Truman Capote “Desayuno con diamantes”; además de ser el principal responsable de la mítica serie policíaca “Peter Gunn” (1958-1961).



Precisamente a comienzos de la década de los setenta y coincidiendo con su etapa más errática y menos lograda desde el punto de vista artístico, Edwards realizó su única incursión en el wéstern. Un proyecto muy personal producido por su propia compañía, la Geofrey Production, bautizada con el nombre de uno de sus hijos al que reservó un pequeño papel en el filme; además de ser la primera vez que dirigía un guion escrito en solitario por él.



ARGUMENTO: Ross Bodine y Frank Post, dos cowboys asalariados en el rancho de Walter Buckman, tras la muerte de un compañero deciden escapar de sus vida miserable y asaltar un banco para, posteriormente, refugiarse en México. Sin embargo, perseguidos por los hijos de Walter, el resultado no será el deseado.



Se inicia un nuevo día y con él otra jornada tediosa para los cow-boys consistente en marcar reses, reparar alambradas, pastorear el ganado, desayunar; pero esa mañana ocurrirá un hecho desgraciado que transformará la vida de dos de ellos.



Así comienza un sentido wéstern de gran belleza y tono crepuscular en el que se puede rastrear la huella de dos filmes muy populares rodados en 1969: “Grupo Salvaje” y “Dos hombres y un destino”.



Por una parte se aprecia la influencia de “Grupo salvaje” (Sam Peckinpah), no sólo por el uso de la cámara lenta en las escenas de acción, con la intención de enfatizar la violencia; sino también en el propio esqueleto argumental del filme con unos bandidos perseguidos incansablemente por un grupo cuyos miembros no son superiores desde el punto de vista moral a ellos; e, incluso, en algunas escenas como aquella en la que Ross pasa la noche con una prostituta justo antes de participar en un sangriento tiroteo. Además, la elección como protagonista de William Holden cuya imagen, dos años después, estaba aún asociada a la de Pike Bishop, otro personaje maldito e inconformista enfrentado a la sociedad, no creo que fuera casual. A todo ello también hay que añadir la visión mítica de México como una arcadia que constituye, a la vez, la única esperanza y el último refugio de los protagonistas.



Por otra parte recuerda a “Dos hombres y un destino” (2). De hecho al igual que en la película dirigida por George Roy Hill estamos ante una buddy movie que nos narra una bella historia de amistad entre los dos personajes principales, con la particularidad de que uno de ellos, Ross Bodine interpretado excelentemente por un maduro William Holden (3), es un hombre en el otoño de su vida y como tal más experimentado, reflexivo y descreído; mientras que el otro, Frank Ross al que da vida un inaguantable Ryan O’Neal (3), es un joven de 21 años impulsivo, soñador y más inestable. A los largo del filme asistiremos al crecimiento de su amistad y a la resolución, siempre unidos, de cuantas complicaciones surjen en su periplo liberador, porque la camaradería es lo único que tienen y a ella se aferrarán para desafiar a las circunstancias adversas. Incluso su especial vínculo llegará a tornarse en una una especie de relación paternofilial.



Los profundos sentimientos entre ambos quedan perfectamente reflejados en dos secuencias. Aquella en la que Roos intenta extraer la bala de la pierna de Frank mostrando el dolor que le produce el daño que está ocasionando a su amigo; y otra en la que, después de haber hecho todo lo posible para salvar la vida de Frank, Ross se da cuenta del fallecimiento de su compañero y le sigue hablando mientras le cubre delicadamente con la manta; pocas veces se ha mostrado con tanta poesía, sensibilidad, sencillez y naturalidad la muerte de un personaje en el cine.



En realidad nuestros antihéroes no dejan de ser dos ilusos que por primera vez creen poder engañar a su destino tomando las riendas de su existencia. El sino, por tanto, se convierte en uno de los temas del filme, apreciándose respecto a esta cuestión la influencia del cine negro, en general, y de Fritz Lang , en particular, en cuyos tres wésterns este aspecto estaba presente, sobre todo en “Espíritu de conquista” (1941).



Así, como en el cine del maestro alemán, el filme se caracteriza por un determinismo pesimista, con unos personajes que se verán arrastrados por el único delito que han cometido en sus vidas y cuyo destino estará marcado desde el inicio por una serie de circunstancias tan casuales como adversas: John, uno de los hijos de su patrón, les sigue al pueblo la noche del robo pensando que van a visitar a la nueva prostituta, un puma esa misma noche ataca a uno de los caballos retrasando su huida y una intrascendente partida de póquer marcará el principio del fin de los bisoños ladrones.





Igualmente de influencia “langiana” es el enfrentamiento del individuo contra una sociedad injusta (las diferencias entre la opulencia de la familia Buckman y la miseria de sus asalariados se ponen de manifiesto en el inicio del filme al simultanear el desayuno de unos y otros) e hipócrita (los maridos pueden engañar a sus esposas con prostitutas pero está prohibido hablar de casas de tolerancia en la mesa). Así, el robo del banco será en realidad un asalto, por parte de ambos amigos, al sistema que contribuye a perpetuar su pobreza. Incluso, dado el año de producción, que corresponde a una época convulsa y de ambiente contestatario para los EEUU en la que se cuestionaron sus pilares fundamentales, no es descabellado hacer una lectura marxista del filme en clave de lucha de clases. Así Ross y Frank, cowboys y por tanto pertenecientes a la clase proletaria, se atreven a cuestionar el orden establecido y se enfrentan a las estructuras del poder reivindicando su libertad. Mientras Walter y sus hijos, propietarios del rancho y miembros de la clase capitalista, serán los encargados de perseguirles y acabar con su “revolución” para restablecer el orden y la confianza en el sistema. Aunque estos últimos también pertenecen a una época pretérita y, realmente, tan sólo el empleado del banco y su mujer, símbolos del capitalismo incipiente y de la nueva era, se beneficiarán del robo al apropiarse de los tres mil dólares que Roos les dejó con el objeto de que Walter pudiera abonar la paga a sus vaqueros.



En el debe de la película hay que anotar cierta irregularidad, su dispersión, un montaje en algunas ocasiones poco afortunado (5) y sobre todo un segundo arco argumental, el clásico enfrentamiento entre ganaderos y pastores de ovejas, de escaso interés y nula relación con el resto de la cinta salvo para acentuar su carácter crepuscular y mostrarnos el fin de una época y de los habitantes que la poblaron, representados por Walter Buckman (interpretado por un desaprovechado Karl Malden), un ganadero despótico y tiránico, el típico hombre hecho a sí mismo para el que la mujer sólo tiene como objeto criar hijos; y por el patriarca del clan de los ovejeros del que apenas se nos aporta información, salvo el odio profesado a Walter.





Sin embargo, estos defectos se olvidan durante la visión de la cinta al regalarnos Edwards un conjunto de escenas de gran belleza y extraordinariamente rodadas como las dos señaladas anteriormente que resaltan la profunda relación de amistad entre los protagonistas; la de la partida de póquer, con una perfecta planificación y una graduación de la tensión magistral hasta desembocar en el explosivo final; y, sobre todo, la de la doma en la nieve de un caballo salvaje en la que se combinan imágenes a cámara lenta con el precioso tema principal compuesto por Jerry Goldsmith, por una vez sustituto del colega del director Henri Mancini. Secuencia que muestra a nuestros protagonistas felices y, por primera vez, tomando simbólicamente, al igual que con la yegua, las riendas de sus vidas.



Filme, por tanto, intimista y de ritmo pausado en el que Blake Edwards, frente a las escasas pero contundentes escenas de acción, prima y da mayor importancia a aquellas centradas en la relación establecida entre los dos vaqueros quienes son retratados, pese a sus defectos, con un enorme cariño por lo que al espectador no le cuesta empatizar con ellos, olvidando su condición de ladrones y deseando que por una vez se conviertan en ganadores y puedan realizar su sueño con la compra de un pequeño rancho en México. Son, en realidad, dos seres que buscan un nuevo comienzo en un mundo en descomposición pero que comprobarán cómo al final del camino sólo les espera una bala.



“Dos hombres contra el Oeste” es, pues, una crónica sentimental desprovista de toda épica sobre los hombres corrientes que habitaron el Far-West. Un gran wésten crepuscular filmado inmediatamente antes de precipitarse el género por un pozo de oscuridad durante casi dos décadas, en el que el director asume la teoría de Roos cuando contesta a una pregunta de Frank sobre si teme a la muerte: “Sí, un poco, pero no pierdo el tiempo pensando en ello. No hay nada en este mundo por lo que merezca la pena discutir, pues todo está predestinado desde arriba. No podemos hacer nada, salvo algún detalle para creer que llevamos las riendas”.



(1) Curiosamente Billy Wilder había rodado en 1945 “Días sin huella”, un extraordinario filme sobre la misma temática por el que su protagonista, Ray Milland, obtuvo el Oscar.

(2) Las evidentes similitudes con esta película supongo que no se le escaparon al encargado de titularla en castellano.

(3) El personaje de Ross Bodine puede considerarse como el testamento cinematográfico del actor en este género ya que posteriormente tan sólo rodaría un wéstern más, el insustancial “Los vengadores” (Daniel Mann, 1972).

(4) Ryan O’Neal gozaba de una gran popularidad en el momento de rodar la película al haber protagonizado un año antes “Love story” (Arthur Hiller), un melodramam romántico de gran éxito.

(5) Juzgada con severidad por la crítica cinematográfica, la película fue masacrada en su estreno cortándose media hora de su metraje original de 136 minutos. La versión editada en DVD dura 124 minutos por lo que, quizás, parte de los defectos apuntados en esta reseña se deban a no haber podido ver la versión íntegra.

jueves, 29 de septiembre de 2016

EL TREN DE LAS 3.10

(3:10 to Yuma) - 1957

Director: Delmer Daves
Guion: Halsted Welles

Intérpretes:
-Glenn Ford: Ben Wade
-Van Heflin: Dan Evans
-Felicia Farr: Emmy
-Henry Jones: Alex Potter
-Leora Dana: Alice Evans
-Richard Jaeckel: Charlie Prince

Música: George Duning
Productora: Columbia Pictures
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8,5

"El borracho del pueblo dio su vida porque creyó que las personas deben vivir unidas con honradez y pacíficamente ¿Puedo hacer menos que él?(Dan Evans a su mujer inmediatamente antes de llevar a Ben al tren)


Delmer Daves forma parte de una generación, entre los que destacan Anthony Mann y John Sturges, posterior a la que se forjó durante el cine silente (Ford, Walsh, Hawks, Wellman) que durante los años cincuenta renovó el género del oeste.



En esta ocasión, partiendo de un relato del gran novelista noir Elmore Leonard y a pesar de que el proyecto inicialmente iba a llevarlo a cabo Robert Aldrich, nos obsequió con su mejor western encuadrado dentro de la denominada corriente psicológica, que contó como ejemplos destacados con filmes del nivel de “El pistolero” (Henry King, 1950) y “Sólo ante el peligro” (Fred Zinneman, 1952), película con la que comparte bastantes elementos en común.



La primera escena del filme nos prepara para lo que vamos a poder disfrutar, un western cuidadísimo desde el punto de vista formal. Así, la cámara enfoca al suelo desecado (la sequía se convierte en uno de los elemento que impulsan la acción) para elevarse y dejarnos contemplar en la lontananza a una diligencia. El plano se mantendrá hasta que el vehículo sobrepase a  la cámara mientras aparecen los títulos de crédito y se escucha el precioso y melódico tema principal compuesto por el gran George Duning e interpretado por Frankie Lane. Magistral. A partir de aquí Daves da toda una lección de dirección: bellos encuadres, acertadísimos planos, exquisitos travelling, sabía utlización de la grúa en las escenas exteriores (Daves junto a Mann supo integrar como pocos la naturaleza en la historia). Pero lo más importante es que todo este virtuosismo técnico se pone al servicio de una gran historia con una complejidad y profundidad pocas veces vistas hasta entonces.



Una historia que se sustenta en dos personajes fascinantes, ambiguos y contradictorios interpretados por dos sólidos actores. Por una parte tenemos al inteligente, galante y cultivado pistolero Ben Wade (gran Glenn Ford, habitual en los westerns  de Daves, en un papel que, no obstante, hubiera bordado Richard Widmark). Un individuo capaz de provocar nuestra repulsa (se nos presenta como un frío asesino en la escena de la diligencia) pero al mismo tiempo capaz de atraernos y, finalmente, al igual que le ocurre a Emmy o a la mujer de Evans, seducirnos.



 Por otra parte está Dan Evans, prototipo del estadounidense medio, un pequeño ranchero abrumado por las deudas provocadas por una pertinaz sequía al que dio vida en su mejor papel western, junto al de Joe  Starret en “Raíces profundas”, Van Heflin. Hombre rudo y trabajador, además de ejemplar padre de familia, aceptará la misión exclusivamente por la recompensa  económica, pero irá creciendo en dignidad ante nuestros ojos a medida que vaya tomando conciencia de su misión y, sobre todo, tras el sacrificio de Alex Potter, el borracho del pueblo (enorme composición de Henry Jones), en otra escena magistral cuya iluminación, de corte expresionista y debida a Charles Lawton Jr., así como su concepción parecen más propias de una película de terror que de un western.



Película que se inicia en la inmensidad de los campos abiertos en los que Daves se movía con gran destreza, para poco a poco ir reduciendo el espacio físico por el que transitan los protagonistas, hasta limitarlo a la habitación del hotel. Este hecho, unido a la mencionada fotografía que potencia los claroscuros, nos transmite una sensación opresiva, casi claustrofóbica, en consonancia con la angustia vivida por Evans.



Y es en esa pequeña habitación en la que termina por convertirse este western en una grandísima película, con un mefistofélico Wade tentando constantemente a un dubitativo Evans e intentando minar su entereza. Se establece entonces un brillante juego psicológico en el que guion y dirección se muestran perfectamente ensamblados.



¿Sucumbirá Evans a las proposiciones de Wade? ¿Lograrán tomar el tren? No os voy a contar el final; así que si queréis saber cómo acaba la película será necesario que esperéis en la estación a las 3:10.