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jueves, 17 de enero de 2019

DUELO EN EL BARRO

(These thousand hills, 1959)

Dirección: Richard Fleischer
Guion: Alfred Hayes

Reparto:
- Don Murray: Albert Gallatin “Lat” Evans
- Lee Remick: Callie
- Richard Egan: Jehu
- Patricia Owens: Joyce
- Stuart Whitman: Tom Ping
- Albert Dekker: Marshal Conrad
- Harold J. Stone: Ram Butler
- Royal Dano: Ike Carmichael
- Jean Willes: Jen

Música: Leigh Harline
Productora: Twentieth Century Fox Film Corporation

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“No se admira a los que fracasan, son demasiados” Conversación de un vecino de Fort Brock con Lat Evans.


“Duelo en el barro” además de ser un ejemplo de la madurez alcanzada por el wéstern en la década de los cincuenta supone una clara muestra de la ductilidad que caracterizó a este género el cual, bajo la coartada de las galopadas, los tiroteos y las peleas, se ocupó de analizar la relación del hombre con su entorno social, abordando todo tipo de temas de carácter ético y moral e indagando en los rincones más oscuros de la naturaleza humana. Así, la película constituye una de las reflexiones más lúcidas y certeras contempladas en la pantalla grande sobre la ambición humana, situándo al personaje de Lat Evans, un advenedizo que antepondrá su codicia a sus propios valores, a la altura, por citar dos ejemplos, del Morris Townsed de “La heredera” (William Wyler, 1949), aunque el protagonista mantenía en esta película cierta ambigüedad, y del George Eastman de “Un lugar en el sol” (George Stevens, 1951); ambos interpretados por Montgomery Clift. Mientras que en el wéstern el antecedente más inmediato lo encontramos en Michael J. McComb interpretado por Errol Flyn en la singular “Río de plata” (Raoul Walsh, 1948).



La película fue producida en el seno de la Twentieth Century Fox por David Weisbart, responsable de “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955) y de varios títulos protagonizados por Elvis Presley, quien confió el proyecto, sobre otro inconformista-rebelde pero situado en el Far-West nacido de la pluma de A. B. Guthrie Jr. (1), a un Richard Fleischer con el que había colaborado tres años antes en el filme bélico “Los diablos del Pacífico” y que se encontraba en la cúspide de su carrera tras haber dirigido noirs del nivel de la versionada recientemente por Peter Hyams “Testigo accidental” (1952) o “Sábado trágico” (1955); el indispensable filme de aventuras de aires shakespearianos “Los vikingos” (1958); el wéstern ambientado en plena revolución mexicana “Bandido” (1956); o el drama judicial, para mí su mejor filme, “Impulso criminal” (1959), crónica escalofriante sobre la crueldad humana y, al mismo tiempo, incisiva denuncia de la pena de muerte con la presencia de un impagable Orson Welles como protagonista.



ARGUMENTO: Lat Evans, un joven vaquero, emigra de Oregón a Montana con la intención de enriquecerse y olvidar un pasado de miseria. Pronto encontrará el apoyo de Callie, una prostituta de Fort Brock, y de Tom , otro cowboy; pero en su anhelo por convertirse en un hombre respetable no dudará en darles la espalda.



De nuevo nos encontramos ante un filme torpemente titulado al castellano. No sólo porque el original es mucho más bello y poético sino porque se ajusta más al relato, ya que las montañas aludidas tienen un doble significado. Por una parte son símbolo de los obstáculos a superar por Lat para alcanzar una posición relevante en la comunidad; y por otro lado, al no haber sido transformadas por la acción del hombre, se mantienen todavía puras y vírgenes por lo que son en realidad una metáfora del carácter inicial de nuestro antihéroe a cuya degradación moral asistiremos.



Así, el protagonista en las primeras escenas, aunque muestra su ambición por enriquecerse, se nos presenta como un individuo ingenuo, soñador e inocente (un personaje que recuerda al interpretado por el propio Don Murray en su debut en la gran pantalla para el filme de Joshua Logan “Bus stop”), y será el contacto con la sociedad el que vaya corrompiéndolo sistemáticamente hasta convertirlo en un hombre capaz de modificar sus valores con el objeto de obtener el reconocimiento de esa sociedad.



Uno de los grandes aciertos de la película es presentarnos a un personaje con aristas. Se trata de un individuo con fuertes convicciones morales que, de forma inconsciente, irá modulando y adecuando para conseguir sus objetivos: abandonar una vida mísera que le persigue desde niño (al comienzo del filme le confiesa a Tom que no quiere terminar como su padre sin un céntimo y escondido detrás de la Biblia convencido de que el dinero no importa) y, al mismo tiempo, obtener la influencia, el poder y el reconocimiento social relacionados con este enriquecimiento. Pero en el inicio, como muestra de su simpleza, aparece convencido de que lo logrará tan sólo con el fruto de su trabajo. Para ello simultaneará dos ocupaciones y posteriormente embarcará a Tom en la aparentemente prospera caza del lobo. Posicionamiento pueril muy pronto desmentido por la realidad al negarle el banco el crédito necesario para comprar su anhelado rancho.



El punto de inflexión para Lat se producirá con una invitación para cenar en la que compartirá mantel con las fuerzas vivas de Fort Brock: el abogado, el banquero y el sacerdote, representantes del poder político, económico y religioso estrechamente vinculados. En la cena conocerá además a Joyce, la sobrina del banquero, con la que finalmente se casará. Se trata de un nuevo mundo para Lat cuyas puertas se le abren con el ofrecimiento de formar parte del consejo escolar, pero para ello deberá abandonar a aquellos que le brindaron de forma desinteresada su apoyo; seres, para la puritana mentalidad de la clase dominante, poco recomendables.




Así, esa misma noche romperá con Callie, una prostituta del pueblo, con la que mantenía una relación sentimental y, poco después, lo hará con Tom al cuestionar el futuro matrimonio de este con una exprostituta. La paradoja del alejamiento consiste en que la ruptura con ambos se basa en una de las características fundamentales de su carácter, la franqueza; por lo que no será consciente de su actitud y de que está dando los primeros pasos para vender su alma y transformarse en otra persona, convirtiendo en premonitorias las palabras de Ram, su antiguo jefe, “Recuerda que los hombres cambian”.




Será tardíamente cuando tome conciencia de la traición a sus amigos y, lo más importante, a sí mismo y sólo recuperará la dignidad y autoestima perdidas en un acto postrero al enfrentarse con Jehu por haber golpeado previamente a Callie, asumiendo que esta reacción aruinará su incipiente y prometedora carrera política como senador y que, incluso, le podrá costar la vida. Ambos rivales protagonizan una brutal pelea en la que literalmente quedan cubiertos de barro, símbolo de la podredumbre de sus respectivas almas y del grado de degradación alcanzado por los dos contrincantes. Se trata, pues, de un acto de purificación tardío para Lat puesto que el mal ya está hecho con resultados trágicos para algún personaje. A partir de ese momento al protagonista tan sólo le quedará como único refugio su hogar y al espectador, tras cerrrarse la puerta de la vivienda, le asaltará la duda de si con su peculiar acto de redención Lat ha alcanzado la paz interior o, por el contrario, si vivirá atormentado el resto de sus días por el peso de su conciencia.



Al igual que al resto del reparto, pocas veces he visto mejor a Don Murray como en esta película expresando la angustia vital de su personaje, lo que muestra otra de las características de Richard Fleischer, ser un excelente director de actores.



Así, nos vamos a encontrar con una inolvidable Lee Remick en el papel de Collie, la prostituta enamorada de Lat que primero lo cuidará y después le brindará su amor, ayudándole a superar sus temores sexuales provocados por un padre excesivamente rígido, sin pedir nada a cambio. E, incluso, en un acto de confianza suprema le prestará todos sus ahorros para que este pueda hacer realidad el sueño de comprar un rancho.



Un formidable Richard Egan da vida a Jehu, el temible rival de Lat que muestra su pérfido carácter desde la secuencia de la carrera de caballos. Es un hombre capaz de todo para ganar. Su rivalidad inicial se incrementará al pretender también a Collie.






Mientras que Stuart Whitman está más que correcto como Tom, el amigo y primer socio de Lat al que incluso salvará la vida, y que se sentirá traicionado por él cuando se niegue a ser el padrino de su boda. Tom es, en realidad, el contrapunto de Lat, una persona más experimentada y, como tal, realista para el que las grandes fortunas no se han construido solamente con el trabajo sino también con el robo. Es un hombre alejado de la mentalidad puritana de la sociedad que le rodea, más apegado a los placeres de la vida e, inicialmente, con más defectos que Lat, pero por ello más humano. Además el guionista y el director le reservan una de las mejores líneas de diálogo de la película cuando le comenta a a Lat que: “No he faltado a mi palabra, no he subido a costa de otros, no he traicionado a un amigo y no he sido egoísta. Y, sobre todo, nunca he hecho del dinero un pequeño y falso ídolo de barro”.



El otro gran tema abordado por el filme, estrechamente relacionado con el de la ambición, es el del afianzamiento de la industria ganadera en Montana como motor del desarrollo de un incipiente capitalismo muy vinculado a la ética protestante. Estamos ante una sociedad en evolución que no sale bien parada de la implacable y demoledora mirada de Fleischer. Así el director nos presenta una comunidad caracterizada por su superficialidad, puritanismo e hipocresía en la que la imagen ante los demás cobra una importancia fundamental. Es el mismo colectivo, inclemente y cruel, que no duda en ahorcar sin un juicio previo a aquellos que cometen un delito, sobre todo si atentan contra la propiedad privada, pero no admite la relación entre uno de sus miembros con una prostituta. Esta actitud la retrata Fleischer en una de las mejores escenas de la película con el frío linchamiento de uno de los personajes por los miembros de la ciudad.



Quizás como aspectos menos logrados de la cinta quepa citar a la incapacidad del director para hacer notar al espectador el paso del tiempo, aproximadamente cinco años, y un final convencional, con el cambio un tanto precipitado de Joyce, que colisiona tanto con la originalidad del filme como con el tono de dureza empleado en el mismo (2).



“Duelo en el barro”, un wéstern incomprendido en su época y semidesconocido en la actualidad filmado por un director, Richard Fleischer, para el que “Las películas deben tener un estilo propio”, y esta lo posee sobradamente.


(1) Alfred Bertram Guthrie Jr. es mundialmente conocido por sus novelas enmarcadas en el Far-West, muchas de las cuales han sido adaptadas al cine como “Bajo los cielos inmensos”, recientemente editada por Valdemar en su lujosa colección Frontera, que dio lugar a “Río de sangre” (Howard Hawks, 1952) o “The Way West”, por la que obtuvo el Pulitzer, que llevó a la pantalla grande en 1967 Andrew Victor McLaglen con el título de “Camino de Oregón”; además de por ser el responsable del guion de “Raíces profundas” (George Stevens, 1953).

(2) No he leído la novela, por lo que no sé hasta que punto la película es fiel a la obra escrita. 

https://thewildbunchwestern.blogspot.com/2018/03/rio-de-sangre.htmlhttps://thewildbunchwestern.blogspot.com/2018/03/rio-de-sangre.html

jueves, 13 de julio de 2017

BANDIDO

(Bandido -1956)

Dirección: Richard Fleischer
Guion: Earl Felton

Reparto:
- Robert Mitchum: Wilson
- Ursula Thiess: Lisa Kennedy
- Gilbert Roland: Colonel José Escobar
- Zachary Scott: Kennedy
- José Torvay: Gonzalez
- Rodolfo Acosta: Sebastian

Música: Max Steiner

Productora: D.R.M. Productions (EE.UU.-México).

Por Lluís Nasarre. NOTA 8,5

Escobar (refiriéndose a Wilson): "No está loco. Es un águila descalza" 


Normalmente, el western comporta espacios abiertos, grandes llanuras y el anhelo de alcanzar ese (constante) punto que se vislumbra en el horizonte y que significa libertad. Evolucionando los años y los títulos dentro del género, algunos, con esos modos “marcados a fuego” en la grupa de su montura, “han jugado” a acotar espacios en su dramaturgia para ahogar sentimientos, de manera que, todos los que intervienen en ese instante enclaustrado, hagan aflorar y percutir sus demonios interiores en beneficio de la historia, con el bien entendido, que tras la puerta o la ventana les espera “como techo, un cielo lleno de estrellas”. Sin embargo, el movimiento se hace andando, y en otra vuelta de tuerca dramática, también se añadirá al western el concepto “frontera”. Estar a un lado u otro (o en el filo). Llevar a cabo acciones en una banda del Rio Grande porque en la otra no se permiten o bien, cruzar el límite para alcanzar ese (vital) sentido a libertad vedado unas millas más atrás. ¿Grupo salvaje?



En 1954 el habitual colaborador de Anthony Mann, Borden Chase escribió una historia, que adaptada por James R. Webb y Roland Kibbee, Robert Aldrich inmortalizó en celuloide. La descarada e insolente Vera cruz. Para esa ocasión, la virtud de Aldrich fue la de dinamitar algunos códigos genéricos clásicos, confiriendo a su historia una enorme vivacidad y ligereza independientemente de la oscuridad de los personajes y/o el entorno a desarrollar. Ese estupendo enfoque, entre otras cosas, sirvió para abrir la puerta a otros senderos, de manera que, y parafraseando al poeta Paul Eluard “hay otros mundos, pero están en este”. Pues bien, dos años después, Earl Enton, guionista transitador del noir y habitual colaborador de Richard Fleischer, tras aunar esfuerzos en la maravillosa 20.000 leguas de viaje submarino, guioniza una historia propia para trasladarla al cine. Y esto es Bandido.



Algunas fuentes, refieren que Robert Mitchum, que protagonizaría el film, colaboraría en labores de guión. Un hecho éste que si esta vez sirve como anécdota, dos años después habría de convertirse en realidad, al escribir el actor la historia de la interesante Camino de odio. Sin embargo, mi intención ahora pasa por detenerme en Bandido, que co-escrito (o no) en mayor medida por Robert Mitchum, considero que en su ínterin, contiene los suficientes y significativos puntos como para asociarlos perfectamente a la particular idiosincrasia del actor.


Además…para entendernos, Bandido es un western (si podemos denominarlo de ese modo) de la corriente de ¡Agáchate, maldito! Y su referencia anterior a Vera Cruz, de la misma forma que a la película de Leone, no es gratuita en absoluto. En esta ocasión, acompañaremos a Wilson, uno de esos aventureros americanos que en plena guerra civil mexicana, allá por 1916, traspasa la frontera dispuesto a probar fortuna haciendo negocios en conflictos ajenos. Conflictos que tendrán que ver con su relación con el insurrecto Escobar desbaratando los negocios de Kennedy (personaje de idéntica catadura a Wilson), el cual, pretende vender un cargamento de armas al opresor ejército mexicano. Tal empresa no tiene otra finalidad que el lucro personal del propio Wilson y el aprovisionamiento armado de los “pobres” revolucionarios.


Sin embargo, esto es Hollywood y Kennedy tiene… una preciosa esposa, la cual no está mucho por la labor de su marido.


Tras unos créditos similares a los de Vera Cruz, incluida esa nota introductoria que en este caso apunta…”en ciertos lugares fronterizos pasaron unos pocos imprudentes al sur del país…aventureros, tontos y cazadores de fortuna”…el film arranca con un plano secuencia confrontando por un lado a la cantidad de mexicanos que intentan entrar en EEUU con, por el otro, al matrimonio Kennedy llegando a México, siendo alertados por el representante americano de que están accediendo a zona de guerra y que deberían desistir de ese viaje, ya que desde ese instante, él poco podrá hacer por ellos. Kennedy, socarrón le pregunta a su esposa si se ha olvidado de algo a lo que ella responde: “el sentido común nada más”. De este modo Richard Fleischer inicia su relato. Directo. Frontal. Y al corazón del conflicto como solía hacer en los concisos noir del inicio de su carrera. No nos ha de extrañar por tanto que, la aparición de Mitchum, tampoco se haga esperar. Le conoceremos al mismo tiempo que descubriremos, con él, de las desavenencias del matrimonio Kennedy. Provocando que a partir de ese instante, el espectador y Mitchum seremos adláteres.


Lo curioso de un film como Bandido es que de primeras no nos plantea nada que sea novedoso ni tan sólo apasionante. El realismo de su retrato está a años luz de lo que posteriormente reflejará Sam Peckinpah en sus películas. No obstante, será su modo de encararlo mediante unas composiciones escénicas horizontales que proporcionan una gran fisicidad y belleza visual, lo que convierte al film, en un “espectáculo” cinematográfico de primer orden. De ahí que, Sergio Corbucci, para Salario para matar y Los compañeros seguramente lo tuviera presente del mismo modo que a ¡Agáchate, maldito! Porque, al igual que en estas películas, de lo que no podemos sustraernos es del atractivo dinamismo que tiene el relato de Fleischer con la revolución mexicana como excusa o telón de fondo. Aldrich en Vera Cruz y Elia Kazan con Viva Zapata, por poner dos ejemplos de la misma época y en idéntico escenario, añadieron a la columna vertebral de sus historias unas connotaciones ideológicas de las que carece (por voluntad propia) la película de Fleischer. Emiliano Zapata y el Ben Trane de Aldrich, tienen unas convicciones y un pasado que se reflejan perfectamente en sus films condicionando su comportamiento. Por el contario, de Wilson, como del posterior (anti)héroe del spaghetti western apenas conocemos nada…”encenderé una vela por Ud.,…gracias, he corrido muchos riesgos en mi vida y nadie ha rezado por mi”…sólo nos importará el presente y su letal…proceder. De hecho, cuando conoce a Escobar este le llama Alacrán por su picadura venenosa…”una sola y (santiguándose)…Amén”. El mexicano (encarnado con su aplomo característico por Gilbert Roland) rápidamente ve en él, ese aire peligroso del profesional a sueldo. El mercenario pendenciero e inteligente que necesita para su (imposible) causa. Ya se lo dice a su segundo en el mando. “Es un águila descalza”. Definición utilizada por los mexicanos para describir a un ser solitario y que a pesar de estar desarmado, es rápido y expeditivo para resolver los problemas. Pero los problemas de los demás. Wilson no tiene problemas…los soluciona sin importarle nada…”no hay ninguna diferencia entre una causa perdida y un perro muerto. Los dos saben lo mismo”…No obstante, Wilson no cuenta en sus planes, con la aparición de la mujer. Y ello le comporta que tome partido por un bando. Algo que parece ser no es su forma de hacer. Y como quiere llamar la atención de ella, tras una conversación con Escobar, transmuta y el concepto moralidad va cobrando forma en el relato y en su proceder. Es una evidencia que ese requiebro no está desarrollado de la mejor forma por el libreto de Enton. Pero la presencia de Mitchum, amortigua la debilidad del cambio de rumbo. Por obra y gracia del destino pasa de aventurero, a cazador de fortuna y posiblemente tonto. Su aire conquistador, su languidez...”estaba con los rebeldes antes de que me cayera arena en los ojos”…una manera como cualquier otra, para decir que algo ha torcido su visión y…sus intereses. Tras eso, en el vividor aflora su (desconocido) sino de héroe poniendo su corazón al lado de los débiles, aunque ello le comporte quedarse sin dinero.


Con el mismo operador de Vera Cruz, Ernest Laszlo, en Bandido somos espectadores de bellas imágenes que combinan épica y lirismo. Combinación indispensable para la aventura e indisociables de las películas de su director, ahí están Los vikingos o la adaptación de Verne para demostrarlo. Las escenas de acción, con Wilson lanzando granadas desde su hotel mientras bebe whisky; el robo del tren o el montaje de la emocionante escena del final con las lanchas que contienen las armas, mientras los hombres de Escobar se acercan a la playa y van a ser presa de una emboscada, se conjugan perfectamente con algunas de transición, perfectamente integradas en el núcleo de la narración, ya sea por lo acerado de sus diálogos o por su puesta en escena, como esa en la que Wilson volverá a encontrarse con Escobar tras su fracaso y un cortejo fúnebre pasa entre ellos como prefacio …”nunca he esperado el afecto de las balas”…o el momento de la playa entre los amantes que nos retrotrae tímidamente a la memoria De aquí a la eternidad o El rostro impenetrable.



Como apunto, Bandido debe el éxito de su propuesta a la habilidad de Richard Fleischer. De la nada saca una estupenda película de aventuras con canon de western acerca de un tipo para el que la guerra no es más que una aventura que debe darle “buenos pesos”, además divertirle y ya puestos…enamorarlo.


Con idénticas y primigenias intenciones, Robert Mitchum habría de volver a México con la procaz La ira de Dios.


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