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jueves, 7 de marzo de 2019

ESTRELLA DE FUEGO

(Flaming star, 1960)

Dirección: Don Siegel
Guion: Clair Huffaker y Nunnally Johnson

Reparto:
- Elvis Presley: Pacer Burton
- Barbara EdenRoslyn Pierce
- Steve Forrest: Clint Burton
- Dolores del Río: Neddy Burton
- John McIntire: Sam “Pa” Burton
- Rodolfo Acosta: Buffalo Horn
- Karl Swenson: Dred Pierce
- Richard Jaeckel: Angus Pierce
- L. Q. Jones: Tom Howard

Música: Ciryl J. Mockridge.
Productora: Twentieth Century Fox.

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,25

“El odio anda suelto y todo el mundo quiere eliminar a todo aquel que no sea como él” Clint Burton.


Creo que no descubro nada al afirmar que Elvis Aaron Presley es uno de los grandes iconos de la cultura pop del siglo XX y figura fundamental en la evolución de la música popular en la segunda mitad del citado siglo. Sin embargo desde un primer momento soñó, mientras acomodaba al público en el Loew’s State Theatre en la localidad de Memphis, con convertirse en una de aquellas estrellas inmortalizadas en la pantalla grande como medio para superar la pobreza.


Su sueño se convirtió en realidad al firmar un contrato con el mítico productor Hal B. Wallis y protagonizar “The Reno Brothers”, anodino melodrama familiar desarrollado durante la Guerra de Secesión retitulado como “Love me tender” (nombre de una de las cuatro canciones interpretadas por “el Rey” en el mismo). A este le siguieron dos cintas, no exentas de interés, dirigidas por veteranos profesionales de la talla de Richard Thorpe (la seudobiográfica “El rock de la cárcel” de 1957) y Michael Curtiz (“El barrio contra mí” de 1958) en las que se explotaba su imagen de líder de una juventud rebelde, intentando entroncarlo cinematográficamente con el Marlon Brando de “Salvaje” (Laslo Benedek, 1953) y el James Dean (1) de “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955).


Tras licenciarse interpretaría su mejor papel, el mestizo Pacer en la película objeto de esta reseña. Wéstern que debería haber lanzado su carrera como actor, pero incomprensiblemente a partir de ese momento dirigido tanto por Hal B. Wallis, dueño de su contrato cinematográfico, como por su manager, el ínclito y oscuro coronel Tom Parker, se limitaría a protagonizar insustanciales filmes musicales con guiones descabellados en los que repetiría el mismo papel rodeado de mujeres, todo ello como fórmula para incrementar la venta del correspondiente disco editado con anterioridad que, a su vez, había servido de señuelo para la película.

Una lástima porque Elvis Presley se convirtió en un mero producto dirigido a adolescentes, echando a perder su primigenia aspiración de convertirse en un reputado actor capaz de revolucionar, al igual que hizo con la música, la meca del cine.


ARGUMENTO: Los Burton, una familia mixta de rancheros, se verá arrastrada, a pesar de intentar mantenerse neutral, por el estallido en Texas de un nuevo enfrentamiento entre los kiowas y los colonos de raza blanca.


La Twentieh Century Fox a finales de la década de los cincuenta retomó un proyecto basado en una novela escrita por especialista en el género Clair Huffaker, de la que había comprado sus derechos, que en principio iba a ser protagonizada por Marlon Brando y Frank Sinatra (2), en los roles de los hermanos Burton, y cuya dirección se encomendó inicialmente a Michael Curtiz.


Su productor, David Weibart (3), vio en el filme una estupenda oportunidad para relanzar la carrera cinematográfica de Elvis Presley, mostrando su imagen más rebelde como cinco años antes había hecho con James Dean en “Rebelde sin causa”, película igualmente producida por él. Para ello encargó al propio Huffaker la adaptación del primigenio guion escrito por Nunnally Johnson (4), amoldando el personaje de Pacer a la personalidad de Elvis, al mismo tiempo que se le daba mayor importancia en detrimento de la de su hermano Clint, para el que se contó inicialmente con Robert Wagner aunque terminó siendo interpretado por Steve Forrest (5), hermano menor de Dana Andrews.


Don Siegel, un director curtido en la serie b con títulos en su haber de relevancia (6) que el año anterior había filmado “Hound-Dog Man”, título a mayor gloria de Fabian, otro popular cantante reconvertido en actor, fue el cineasta escogido para llevar a buen puerto el proyecto. Siegel, a pesar de ser un producto de encargo, no concibió el filme como un mero vehículo para su protagonista y tal fue su grado de implicación que consiguió, frente al criterio del coronel Parker, eliminar la mayoría de las canciones previstas en la película para el lucimiento del cantante (de hecho tan sólo se escuchan dos: la principal mientras vemos los títulos de crédito y otra perfectamente integrada en la historia al entonarla mientras se celebra la fiesta de cumpleaños de su hermano Clint); de tal forma que la estrella por primera vez pudo interpretar un papel. Reto del que salió airoso al ser capaz de construir de forma creíble un personaje vulnerable pero con una gran fortaleza, sensible y brutal al mismo tiempo, de carácter reflexivo aunque con tendencia a los estallidos de cólera. Además el director demostró adaptarse perfectamente a un filme con presupuesto medio, al formato CinemaScope y al sello habitual y tan característico desde el punto de vista formal de los wésterns producidos por la Twentieth Century Fox durante esta década. E, incluso, nos regaló algunas de las secuencias más líricas y emotivas de su filmografía, plagada de filmes caracterizados por su sequedad y aspereza, como aquella en la que Neddy va al encuentro de la Estrella de Fuego; la despedida entre Pacer, al haber decidido tomar parte en la lucha por los kiowas, y su padre; o el emotivo, memorable, trágico y coherente final, muestra evidente de la incapacidad del ser humano para entender al diferente y de que, como señala David Torres en su último libro, “el progreso es una flecha que va arrasando civilizaciones y cercenando multitudes anónimas”.


La major arropó a Elvis con un gran reparto. Al mentado Steve Forrest hay que añadir al excelente y habitual en este género John McIntire en el papel de su padre y a Dolores del Río, una de las grandes damas del cine mexicano además de ser uno de los primeros actores latinos en triunfar en Hollywood al que regresaba tras “El fugitivo” (John Ford, 1947) su último filme rodado en EEUU hasta la fecha. Desde su llegada Elvis le mostró su total admiración lo que facilitó su absoluto entendimiento en la película, redundando este hecho en la veracidad que se desprende de su relación en el filme.


Este se concibió como un canto a la familia, institución presentada como el refugio y la única patria de los protagonistas de la película, al mismo tiempo que denunciaba el racismo y la intolerancia existentes en la sociedad anglosajona en el siglo XIX; aunque también se puede entender como una crítica a la situación vivida por los EEUU a finales década de los cincuenta. Una época convulsa por el auge de los movimientos reivindicativos de los derechos de las minorías raciales y el resurgimiento, como respuesta, de las organizaciones racistas; así como por la paranoia extendida en la ciudadanía como consecuencia del apogeo de la Guerra Fría, cuyo máximo exponente fue la cruzada emprendida por el senador McCarthy contra todo aquel sospechoso de simpatizar con el pensamiento comunista. De hecho, al igual que ocurrió con innumerables compatriotas, los miembros de la familia Burton serán víctimas del fanatismo y la obcecación de ambos bandos al intentar mantenerse al margen y no tomar partido por ninguno de ellos. Así tras rechazar participar en una expedición punitiva de sus vecinos contra los kiowas, serán sus hasta ahora amigos los que acaben con gran parte de su ganado. Conducta que hará exclamar a Clint mientras contempla con su padre los cadáveres de las reses: “Son peores que los indios. Un indio si puede te roba, pero esto no es más que maldad”.


Y es esta equidistancia frente a los dos bandos en litigio la que le proporciona gran autenticidad a la película. De esta forma aunque se presenta a los kiowas como a unos individuos sedientos de sangre, con posterioridad nos expondrá cuáles son sus motivaciones con el objeto de que el espectador pueda entender la tragedia vivida por los pieles rojas que les ha llevado a desenterrar el hacha de guerra. Así, Buffalo Horn, el nuevo jefe de los kiowas, le comentará a Pacer: “No tenemos dónde ir. Debemos luchar o morir” y, más tarde, en el campamento indio: “También tú pensar en esto. ¿De quién es esta tierra? ¿Quién vivir aquí desde el principio del tiempo? ¿Acaso invadimos su tierra? No, ellos venir contra nosotros. Penetrar cada vez más y más en nuestra tierra, apoderándose de todo. Siempre empujando”. Aunque, al igual que los blancos, se nos muestran cargados de prejuicios al repudiar a Neddy, incluso su propia hermana, por haberse casado con un hombre blanco. Mientras que los colonos, las víctimas iniciales, muy pronto mostrarán su odio y rechazo a los primigenios habitantes de los EEUU y se comportarán como una turba sedienta de sangre incapaz de reflexionar, rechazando a Pacer por lo que es, un mestizo, y no por cómo es. Clara muestra del cambio de actitud hacia el protagonista lo constituye la escena en la tienda en la que Angus Pierce (Richard Jaeckel), amigo de los Burton e invitado a la fiesta de cumpleaños de Clint, le comenta a este: “He estado pensando en ti. He decidido que seamos amigos a pesar de todo. Pero si el mestizo de tu hermano entra en la tienda, lo mataré”. Incluso la actitud consistente en ver a Neddy y a Pacer como alguien distinto a ellos se nos muestra claramente en la fiesta inicial cuando Tom Howard (L. Q. Jones) comenta a la matriarca de los Burton: “Una estupenda cena señora Burton. Como decimos siempre Willy y yo, en esto de cocinar nadie diría que usted es diferente…bueno de nuestra madre o de otra mujer”.


El drama vivido por la familia Burton queda perfectamente resumido en la conversación que mantienen Neddy y Sam, al comentar la primera respecto a los indios: “Era su tierra Sam y no les gusta que nadie les quite nada de ella” y contestar su marido: “Pero esta tierra ya no es suya. La hemos trabajado durante veinte años y nadie podrá decir que no es nuestra”.

En la película, además, se puede rastrear la huella de dos wésterns muy populares: “Centauros del desierto” (John Ford, 1956) y “Los que no perdonan” (John Huston, 1960):


Así, al igual que en en la obra maestra de Ford, que cuenta con su correspondiente reseña, la acción se sitúa en Texas. Una zona fronteriza disputada por dos culturas enemistadas e incapaces de convivir y cuyo choque lo sufrirá la familia protagonista. Asimismo, como en este filme, la película se inicia con una escena costumbrista, en este caso la fiesta de cumpleaños de Clint, con el objeto de mostrarnos la placida existencia de los protagonistas. Para inmediatamente después revelar que el equilibrio en el que se basa la existencia de los Burton es inestable, porque siempre por debajo del cielo hay un infierno.


Mientras que respecto a la cinta de Huston, tan sólo estrenada unos meses antes, la situación de partida es muy similar al sufrir la familia protagonista, hasta ese momento perfectamente integrada, el rechazo de sus vecinos al descubrirse que su hija es en realidad una india adoptada en su día. Incluso la forma cómo se desencadena el odio latente durante años en ambas películas es muy parecido, puesto que tras una escena distendida (la petición de la mano de la hermana del protagonista por un pretendiente en la cinta de Huston y la citada fiesta de cumpleaños en la de Siegel) se sucede otra brutal; en la película que nos ocupa el feroz asalto al rancho de los Howard, una secuencia inesperada e impactante tanto por su violencia explícita como por romper bruscamente con el tono distendido empleado hasta ese momento por el director.


A partir de esa escena la película se va ensombreciendo, extendiéndose un halo de pesimismo a medida que los Burton son víctimas del infortunio. De esta forma, en un encuentro fortuito Neddy resulta malherida por los disparos de un colono moribundo al que Pacer mata. Posteriormente Pacer y Clint, ante la actitud de los vecinos del pueblo oponiéndose a que el médico asista a su madre, tomarán como rehén a una niña para forzar al doctor a acompañarlos al rancho, perdiendo un tiempo precioso. Y el padre es atacado por un grupo de indios desconocedor del pacto de no agresión mantenido por Buffalo Horn respecto a la familia Burton, escena que culmina con un estupendo plano que muestra el carácter indómito de los colonos. Con estas secuencias el tándem compuesto por el director y el guionista parece prepararnos para el desesperanzado final comentado en un párrafo anterior.


“Estrella de fuego” es, pues, un notable, honesto y maduro wéstern anti épico, claro indicio de por dónde hubiera podido transitar la carrera cinematográfica de “el Rey del rock” si la película hubiese gozado de una respuesta más entusiasta por parte del público.


Como curiosidad comentaros que inicialmente se escogió para el papel de Roslyn a Barbara Steele, reina del terror gótico italiano durante la década de los sesenta con títulos míticos en su haber como “La máscara del demonio” (Mario Bava, 1960), “Danza macabra” (Antonio Margheriti y Sergio Corbucci, 1964) o “Los largos cabellos de la muerte” (Antonio Margheriti, 1964); pero sus escenas fueron suprimidas tras ser sustituida por Barbara Eden.


(1) De hecho “El barrio contra mí” se concibió para ser protagonizado por James Dean, pero la prematura muerte del actor truncó el proyecto inicial sobre la historia de un boxeador, trasformando el personaje en un cantante para poder ser interpretado por Elvis.

(2) La pareja Brando-Sinatra ya había coincidido en la agradable comedia musical “Ellos y ellas” (Joseph Leo Mankiewicz, 1955) en la que tuvieron como compañeras a Jean Simmons y Vivian Blaine.

(3) David Weisbert fue el responsable del debut en el cine de Elvis Presley con la mencionada en esta reseña “Love me tender” y volvería a colaborar con Clair Huffaker en “Río Conchos” (1964), wéstern de Gordon Douglas en el que se volvía a incidir tanto en el choque entre culturas como en el racismo.

(4) Nunnally Johnson fue un prestigioso guionista, productor y director. De entre sus libretos podemos destacar los de “Tierra de audaces” (Henry King, 1939), “Las uvas de la ira” (John Ford, 1940), “La ruta del tabaco” (John Ford, 1941), “La mujer del cuadro” (Fritz lang, 1944), “El pistolero” (Henry King, 1950), “Rommel, el Zorro del Desierto” (Henry Hathaway, 1951), “Las tres caras de Eva” (Nunnally Johnson, 1957) o “Doce del patíbulo” (Robert Aldrich, 1967).

(5) Con una carrera cinematográfica irregular, Steve Forrest sería mundialmente conocido gracias a su papel del teniente Dan “Hondo” Harrelson en la popular serie “Los hombres de Harrelson”.

(6) Siegel había destacado en la década de los cincuenta por haber dirigido pequeñas producciones noir y de ciencia ficción de enorme calidad como “Private Hell 36” (escrita y protagonizada por Ida Lupino), “Crimen en las calles” (drama sobre jóvenes delincuentes), la imprescindible “La invasión de los ladrones de cuerpos” o “Contrabando” (uno de los primeros filmes estadounidenses en abordar el tráfico de drogas con Eli Wallach como protagonista).

jueves, 29 de septiembre de 2016

EL TREN DE LAS 3.10

(3:10 to Yuma) - 1957

Director: Delmer Daves
Guion: Halsted Welles

Intérpretes:
-Glenn Ford: Ben Wade
-Van Heflin: Dan Evans
-Felicia Farr: Emmy
-Henry Jones: Alex Potter
-Leora Dana: Alice Evans
-Richard Jaeckel: Charlie Prince

Música: George Duning
Productora: Columbia Pictures
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8,5

"El borracho del pueblo dio su vida porque creyó que las personas deben vivir unidas con honradez y pacíficamente ¿Puedo hacer menos que él?(Dan Evans a su mujer inmediatamente antes de llevar a Ben al tren)


Delmer Daves forma parte de una generación, entre los que destacan Anthony Mann y John Sturges, posterior a la que se forjó durante el cine silente (Ford, Walsh, Hawks, Wellman) que durante los años cincuenta renovó el género del oeste.



En esta ocasión, partiendo de un relato del gran novelista noir Elmore Leonard y a pesar de que el proyecto inicialmente iba a llevarlo a cabo Robert Aldrich, nos obsequió con su mejor western encuadrado dentro de la denominada corriente psicológica, que contó como ejemplos destacados con filmes del nivel de “El pistolero” (Henry King, 1950) y “Sólo ante el peligro” (Fred Zinneman, 1952), película con la que comparte bastantes elementos en común.



La primera escena del filme nos prepara para lo que vamos a poder disfrutar, un western cuidadísimo desde el punto de vista formal. Así, la cámara enfoca al suelo desecado (la sequía se convierte en uno de los elemento que impulsan la acción) para elevarse y dejarnos contemplar en la lontananza a una diligencia. El plano se mantendrá hasta que el vehículo sobrepase a  la cámara mientras aparecen los títulos de crédito y se escucha el precioso y melódico tema principal compuesto por el gran George Duning e interpretado por Frankie Lane. Magistral. A partir de aquí Daves da toda una lección de dirección: bellos encuadres, acertadísimos planos, exquisitos travelling, sabía utlización de la grúa en las escenas exteriores (Daves junto a Mann supo integrar como pocos la naturaleza en la historia). Pero lo más importante es que todo este virtuosismo técnico se pone al servicio de una gran historia con una complejidad y profundidad pocas veces vistas hasta entonces.



Una historia que se sustenta en dos personajes fascinantes, ambiguos y contradictorios interpretados por dos sólidos actores. Por una parte tenemos al inteligente, galante y cultivado pistolero Ben Wade (gran Glenn Ford, habitual en los westerns  de Daves, en un papel que, no obstante, hubiera bordado Richard Widmark). Un individuo capaz de provocar nuestra repulsa (se nos presenta como un frío asesino en la escena de la diligencia) pero al mismo tiempo capaz de atraernos y, finalmente, al igual que le ocurre a Emmy o a la mujer de Evans, seducirnos.



 Por otra parte está Dan Evans, prototipo del estadounidense medio, un pequeño ranchero abrumado por las deudas provocadas por una pertinaz sequía al que dio vida en su mejor papel western, junto al de Joe  Starret en “Raíces profundas”, Van Heflin. Hombre rudo y trabajador, además de ejemplar padre de familia, aceptará la misión exclusivamente por la recompensa  económica, pero irá creciendo en dignidad ante nuestros ojos a medida que vaya tomando conciencia de su misión y, sobre todo, tras el sacrificio de Alex Potter, el borracho del pueblo (enorme composición de Henry Jones), en otra escena magistral cuya iluminación, de corte expresionista y debida a Charles Lawton Jr., así como su concepción parecen más propias de una película de terror que de un western.



Película que se inicia en la inmensidad de los campos abiertos en los que Daves se movía con gran destreza, para poco a poco ir reduciendo el espacio físico por el que transitan los protagonistas, hasta limitarlo a la habitación del hotel. Este hecho, unido a la mencionada fotografía que potencia los claroscuros, nos transmite una sensación opresiva, casi claustrofóbica, en consonancia con la angustia vivida por Evans.



Y es en esa pequeña habitación en la que termina por convertirse este western en una grandísima película, con un mefistofélico Wade tentando constantemente a un dubitativo Evans e intentando minar su entereza. Se establece entonces un brillante juego psicológico en el que guion y dirección se muestran perfectamente ensamblados.



¿Sucumbirá Evans a las proposiciones de Wade? ¿Lograrán tomar el tren? No os voy a contar el final; así que si queréis saber cómo acaba la película será necesario que esperéis en la estación a las 3:10.



miércoles, 4 de mayo de 2016

LA VENGANZA DE ULZANA

(Ulzana's Raid) - 1972

Director: Robert Aldrich
Guion: Alan Sharp

Intérpretes:
Burt Lancaster: McIntosh
Bruce Davison: Teniente Garnett DeBuin
Jorge Luke: Ke-Ni-Tay
Richard Jaeckel: Sargento
Joaquín Martínez: Ulzana
Lloyd Bochner: Charles Gates

Música: Frank De Vol

Productora: Universal Pictures / De Haven Productions
País: Estados Unidos

Por: Güido MalteseNota: 9

Comandante Cartwright: ¿Sabe lo que dijo el general Sheridan de este país, teniente?
Teniente DeBuin: No, señor.
Comandante Cartwright: Dijo: Si yo fuera dueño del infierno y de Arizona, viviría en el infierno y alquilaría Arizona.
Teniente DeBuin: Creo que lo dijo de Texas, señor
Comandante Cartwright: Tal vez, pero se refería a Arizona!

Moribundo ya el western clásico desde el inicio de la década de los 60, con los Estados Unidos metidos de lleno en la guerra de Vietnam y con una sociedad cada vez más crítica y reacia a las políticas establecidas, las “películas del Oeste” tomaron otros derroteros muy alejados del conservadurismo y éticas del género (en esto también tuvo mucho que ver el Western europeo). Podríamos decir que surgió una “generación violenta”, encabezada por Peckinpah y apoyada por Brooks, Siegel, Aldrich, etc...



Y, aunque no consiguieron reflotar el género, nos dejaron un buen puñado de magníficos films, entre ellos el que hoy nos ocupa que, para mí, es el mejor “western no clásico” que existe... y paso a explicaros el porqué de mi opinión:

Recordemos que Aldrich y Lancaster ya habían trabajado juntos en la gran “Veracruz” y en la sobrevalorada “Apache”, ambas de 1954. Bien, pues casi veinte años después, se vuelven a unir (Aldrich en la dirección y Lancaster en la interpretación y producción) para dar vida a uno de los westerns más violentos, crueles, ásperos y brutales que podamos encontrar. Y con un presupuesto bastante ajustado, cosa que en algunas escenas es bastante obvio, consiguen rodar un gran film que no tuvo mucho éxito en su día, pero que el tiempo ha puesto en su lugar y, a día de hoy, no solamente se le hace justicia en cualquier ranking del género, es que además se ha convertido en una película de culto.



Los que sois asiduos de este blog, ya sabéis mi debilidad por los westerns que tratan sobre la amistad, el honor, la lealtad, etc... Bien, pues tengo otra pasión desmesurada: Los indios y, especialmente, los apaches. Pero no esos apaches pulcros, limpios, bien peinados y con ropajes impecables e interpretados por blancos con crema de zanahoria en la cara (véase a Jeff Chandler en “Flecha Rota”, Chuck Connors en “Gerónimo”, o el propio Lancaster en “Apache”, por ejemplo) que me parecen bastante ridículos y muy alejados de la realidad. Y aunque ningún apache cinematográfico se aproxima a todo lo que he leído sobre ellos, algunos directores supieron darles más realismo y veracidad. Los apaches de John Ford ya eran bastante creíbles y fue muy imitado en filmes posteriores que trataban el tema (“Hondo” de Farrow, “Fort Bravo” de Sturges o “Rifles Apaches” de Witney). Pero es a mediados de los 60 cuando se “perfecciona” el apache en los westerns (“Rio Conchos”, “Mayor Dundee”, “Duelo en Diablo”, etc...) y a principios de los 70, concretamente en el 72, cuando aparece el, en mi opinión, “apache perfecto” en el film que nos ocupa. Esta es, sin la menor duda, la mejor película de apaches que existe.



Pero vamos ya con “La venganza de Ulzana” que es lo que nos interesa....
El jefe apache Ulzana y unos cuántos guerreros escapan de la reserva para dirigirse a México, aunque asolarán todo lo que encuentren a su paso. El ejército recurre al maduro y experimentado explorador McIntosh para darle caza. Sabemos de las intenciones de Ulzana con un corto diálogo en el que un capitán se pregunta “¿y sus probables intenciones?” a lo que McIntosh le contesta “Sus probables intenciones son quemar, mutilar, torturar, violar y matar”. De esa manera, Aldrich nos adelanta lo que va a ser el film a grandes rasgos.



Un joven teniente recién salido de la academia y con fuertes convicciones religiosas es puesto al mando del pelotón de soldados que, guiados por McIntosh y el scout apache Ke-Ni-Tay, se ponen en marcha para detener la partida de guerra de Ulzana.



Mientras tanto, Ulzana ya ha atacado a los soldados que salieron para avisar a los colonos y a estos últimos. En estos ataques, aparte de una violencia bastante cruda por parte de los apaches, se nos muestra su habilidad para la estrategia y el engaño. Cómo hacen creer al colono atrincherado en su casa que llega la caballería cuando es el propio hijo de Ulzana el que toca la corneta que lleva al cinto.



En esta primera parte, tanto las matanzas de los apaches como los comentarios entre el teniente DeBuin (“¿se enfrentará a nosotros?”) y McIntosh (“No quiere enfrentarse, sólo quiere matarles”) nos hacen ver al apache como un ser despreciable, cruel y despiadado. Los colonos torturados, el soldado al que le sacan el corazón y juegan con él, la mujer violada salvajemente, los sentimientos de los soldados según van descubriendo las matanzas....parece ser que estamos ante un western “anti-indio”.



A medida que se van acercando a los apaches, el sentimiento cristiano del teniente se va tornando en odio hacia ellos (McIntosh: “es como odiar al desierto porque no tiene agua, por ahora me conformo con tenerles bastante miedo”) y lo refleja en Ke-ni-tay, descargando sobre él toda su frustración al ver tambalearse sus creencias (“Cristo nos enseño que todos somos hermanos” a lo que el sargento le contesta “Pero Cristo no tuvo que desatar a un niño de un cactus y esperar dos horas a que muriera”) y asistir con horror al rastro de sangre que van encontrando. Los diálogos entre McIntosh y DeBuin o entre DeBuin y Ke-ni-tay son uno de los puntos fuertes de la película. La juventud e inexperiencia de DeBuin, la madurez y claridad de McIntosh y la calma y serenidad de Ke-ni-tay consiguen, poco a poco, darle la vuelta a la tortilla....no, no es un western anti-indio ni proindio, es más bien una visión del enfrentamiento de culturas, incluso una crítica a la sociedad americana de la época. Y el punto central de todo ello es el teniente DeBuin, que “guiado” por los dos exploradores, va creciendo personalmente y acaba con una visión mas respetuosa hacia la “otra” cultura.



El final del film es grandioso, la muerte para lo viejo, lo que se acaba y la vida para lo nuevo, lo que empieza. McIntosh y Ulzana dejan paso a DeBuin y Ke-ni-tay. El racismo y el choque de culturas se mutan hacia el entendimiento y el respeto mutuo. Con este comentario está claro que estamos ante un western crepuscular ¿no?



Burt Lancaster está inmenso a lo largo de todo el metraje, eclipsando a todo lo que le rodea y Jorge Luke perfila perfectamente su papel. La compenetración entre ambos es evidente, sólo con miradas se expresan y se entienden. Bruce Davison correcto en su rol de joven teniente al que le asaltan mil dudas sobre sus creencias. Y perfecto Joaquín Martínez como Ulzana, logrando una credibilidad fuera de toda duda. Mencionar también a un eterno secundario, Richard Jaeckel, que cumple perfectamente como suele ser habitual en él.



La labor de dirección es encomiable, apoyada perfectamente por la fotografía y los áridos paisajes de Arizona, logrando introducirnos en la dureza de una naturaleza hostil y nada benevolente, en la que el apache se desenvuelve como pez en el agua. Un buen guión, que nos mantiene expectantes hasta el final, con unos diálogos magistrales y unas situaciones perfectamente entendibles, a pesar de no ser del todo explícitas (Cuando McIntosh le pregunta al teniente si sabe liar un cigarrillo y, ante la respuesta negativa, murmura “ya aprenderá”, al igual que aprenderá a comprender y valorar el mundo que le rodea.



Mención especial a las distintas tácticas que van empleando los apaches para burlar al enemigo, cómo dejar viva a una mujer para retrasar a los perseguidores, la ya citada corneta o saltar de los caballos sin detenerlos para colocarse a espaldas de sus enemigos. Sublime la explicación de Ke-ni-tay sobre la manera de los apaches para hacerse con la fuerza y el poder de sus enemigos, o de cómo Ulzana debe incrementar el botín de su partida si no quiere que le abandonen y vuelvan a la reserva.



Quizás lo más flojo sea la música, pero no es algo notorio ni imprescindible, ya que la dirección de Aldrich, la actuación de Lancaster y el guión de Sharp se encargan de llevar el peso del film.



En definitiva, un gran western, crepuscular, violento y duro, con una visión de los apaches que se aleja, mucho y para bien, del clasicismo y la simplonería de décadas anteriores. Indispensable para cualquier aficionado al género.

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Por: Xavi J. PruneraNota: 8

“La venganza de Ulzana” está rodada a principios de los 70, cuando en Estados Unidos los hippies condenaban la intervención militar en Vietnam, cuando la violencia y la sexualidad más explícitas empezaban a hacer acto de aparición en el cine y cuando el eco crepuscular de Peckinpah y Leone estaba más en boga que nunca. Inmerso en dicho contexto cultural e histórico, pues, no debería extrañarnos en absoluto que un cineasta del calibre y personalidad de Aldrich firmara en 1972 un enorme western. Uno de los más ásperos y violentos que he visto en mi vida.



Así pues, partiendo de una trama argumental más bien sencilla (la de un batallón del ejército y un avezado explorador que persiguen a un grupo de apaches, liderados por Ulzana, que se han fugado de la reserva donde estaban confinados) Aldrich construye una historia muy sólida y profunda la que se entremezclan temas tan diversos como el odio, la xenofobia, la violencia, la religión, la moralidad o el progreso. Temas, todos ellos, que Aldrich desarrolla a través de una prosa tan áspera y descarnada como la de los áridos y polvorientos paisajes de esa infernal Arizona que vamos contemplando —pausada y reflexivamente— a lo largo de esta peli. Una Arizona que, para unos (el joven teniente Garnett), delimita el lugar y el recorrido físico y metafórico de su particular viaje iniciático y que, para otros (McIntosh, el explorador), simboliza el fin de una era. La última misión de un hombre tan cansado como curtido en mil y una batallas.



Y aunque podría estar horas y horas hablando acerca de los mil y un detalles que podemos observar en este espléndido western, intentaré ser breve y me limitaré a sintetizar lo que más me ha impresionado de “La venganza de Ulzana”. La brutal violencia entre dos culturas irreconciliables, por ejemplo. Un choque que Aldrich plasma cruelmente en esa secuencia en la que un soldado prefiere meterle una bala entre ceja y ceja a una mujer y volarse la tapa de los sesos a continuación antes que caer prisioneros de los apaches. O en esa magnífica conversación entre Garnett y Ke-Ni-Tay, el joven explorador indio, sobre el violento proceder de su tribu. Tampoco me gustaría olvidarme de la compleja composición de los personajes principales (sobre todo el de McIntosh, interpretado por un soberbio Burt Lancaster), de ese estratégico juego del gato y el ratón entre la caballería y los apaches o del montón de frases lapidarias que podréis escuchar en este magnífico western. Frases como “Si yo fuera propietario del infierno y de Arizona viviría en el infierno y alquilaría Arizona”. Casi nada. Pero si debo resaltar un solo detalle por encima de todos los demás, creo que es de cajón que lo haga con su final. Poético y demoledor como pocos. ¿Necesitáis más razones?

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FOTOS:

























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TRAILER: