NOSOTROS

Mostrando entradas con la etiqueta Stefan Gierasch. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Stefan Gierasch. Mostrar todas las entradas

miércoles, 25 de enero de 2017

INFIERNO DE COBARDES

(High Plains Drifter - 1972)

Director: Clint Eastwood
Guion: Ernest Tidyman

Intérpretes:
- Clint Eastwood: El extranjero 
- Verna Bloom: Sarah Belding 
- Marianna Hill: Callie Travers 
- Mitchell Ryan: Dave Drake
- Stefan Gierasch: Jason Hobart
- Jack Ging: Morgan Allen
- Geoffrey Lewis: Stacey Bridges 
- Anthony James: Cole Carlin 
- Dan Davis: Dan Carlin 
- Billy Curtis: Mordecai 
- Ted Hartley: Lewis Belding

Música: Dee Barton

Productora: Malpaso Company
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 8

Sarah Belding a El extranjero: "Dicen que un muerto no descansa si en su tumba no está escrito su nombre"

SINOPSIS: Un misterioso jinete llega, en 1870, a la ciudad fronteriza de Lago. Tras matar a tres malhechores que le increpan sin apenas despeinarse, Dave Drake y Morgan Allen (propietarios de la compañía minera de Lago) contratan al forastero para que proteja la ciudad ante la inminente llegada de tres pistoleros que acaban de salir de la cárcel y que pretenden vengarse de quienes los encarcelaron. El extranjero accede al trato, pero siempre y cuando se haga todo a su modo.


Obviamente, el primer western dirigido por Clint Eastwood no es un trabajo redondo. Ni redondo, ni irreprochable ni excepcional. Aún así “Infierno de cobardes” me parece —sin lugar a dudas— un estupendo esbozo preliminar de lo que serán las posteriores y superiores “El fuera de la ley”, “El jinete pálido” y “Sin perdón”. Y solamente por eso, por ser el primer film de un poker de westerns de tantos quilates, ya merece la pena que lo tengamos en cuenta y que lo valoremos en su justa medida.


Me gustaría destacar, por de pronto, la enorme influencia de Sergio Leone en particular y del Spaghetti Western en general en este primer western dirigido por Eastwood. No solamente por las concomitancias argumentales que podemos constatar sino, sobre todo, por los múltiples paralelismos estilísticos. Me estoy refiriendo —por ejemplo— a ese “extranjero” que tanto nos recuerda al “hombre sin nombre” de la trilogía del dólar, a esa estética feísta tan clara y meridiana o a esa violencia y amoralidad que planea sobre la peli en todo momento.


Naturalmente, también podemos descubrir en “Infierno de cobardes” rasgos y detalles que nos hacen pensar en Don Siegel, la otra gran referencia cinematográfica de Eastwood. Sobre todo en ese humor negro, en ese espíritu perverso y/o morboso y en esa forma de rodar —quizás porque fue, también, un extraordinario montador— tan ágil y directa. Pero no sólo en Siegel y Leone se apoya Eastwood. Básicamente porque Eastwood es de aquellos directores con una mochila cinéfila considerablemente abultada. De aquellos directores que se han empapado de cine clásico a diestro y siniestro. De Ford, Walsh, Hawks, Wellman, Zinneman, Ray, Mann y hasta de Peckinpah. Y eso se nota, obviamente, en su forma de narrar y en todos esos rasgos y detalles que nos remiten a westerns como “Incidente en Ox-Bow”, “Solo ante el peligro”, “Raíces profundas” y tantos otros. Pero lo bueno de Eatwood es que su cine —pese a su innegable clasicismo— tiene, entre otras cosas, sello propio. Algo que podemos constatar si analizamos sus cuatro westerns en conjunto y que empezamos a visualizar, precisamente, en “Infierno de cobardes”. Así pues, dejémonos de prolegómenos y vayamos al grano.


Aparentemente “Infierno de cobardes” es un western más. Con situaciones, elementos y lugares comunes (tiroteos, torturas, duelos, traiciones, venganzas, pistoleros, malhechores, sheriffs, caciques, barmans, mujerzuelas, barberos, enterradores, predicadores y demás) absolutamente característicos del género. Pero si algo hay en este primer western de Eastwood que lo hace único y especial es —sin lugar a dudas— ese espíritu de cuento gótico y fantasmagórico que lo convierte en una verdadera rareza del género. Un espíritu que ya percibimos desde los títulos de crédito iniciales —con esa línea del horizonte que fluctúa y reverbera a consecuencia del calor— y que da paso a la aparición desde la nada de un siniestro y polvoriento jinete que se dirige a un pueblecito que se encuentra situado a orillas de un gran embalse: Lago.


Ese componente fantástico —entre sobrenatural y onírico— es, pues, lo que más me fascina de este western. Me fascina porque no resulta habitual encontrar este tipo de componente en un western normal y corriente. Pero me fascina, sobre todo, porque con ello Eastwood nos obliga a pensar, a indagar, a interrogarnos… ¿Quién es en realidad ese misterioso forastero? ¿Por qué se asusta al oír el chasquido del látigo al entrar en el pueblo? ¿Por qué destila odio por los cuatro costados? ¿Por qué se comporta como un tirano? ¿Qué lo relaciona con las imágenes del flashback? Y aunque —en teoría— la conversación final entre el prota y Mordecai frente a la tumba del Sheriff Duncan debería desvelarnos la respuesta a todas esas preguntas, lo cierto es que Eastwood se muestra deliberadamente ambiguo durante toda la peli. Una ambigüedad que junto a toda una serie de detalles muy bien pensados (me estoy refiriendo a lo de cambiarle el nombre al pueblo, pintarlo de rojo e incendiarlo) convierten el clímax de la peli en un espectáculo absolutamente apocalíptico y dantesco. Casi, casi de película de terror.


“Infierno de cobardes”, sin embargo, no solo es un western con tintes fantásticos o sobrenaturales. “Infierno de cobardes” es, también, un western con una clara y meridiana lectura moral. No en vano los habitantes de Lago son cómplices directos o indirectos de una tremenda injusticia: el vil asesinato del Sheriff Duncan. Y de alguna manera u otra el personaje encarnado por Eastwood —una especie de ángel exterminador— está allí para vengar ese asesinato y hacer justicia. Por eso mismo no se corta un pelo a la hora de maltratar y humillar a todos sus habitantes hasta límites que ni el mismo Spaghetti Western se había atrevido a traspasar. La degradación del sheriff y del alcalde o la violación (medio consentida, eso sí) de Callie Travers por parte de nuestro antihéroe constituyen, en este sentido, buenos ejemplos de esta serie de “castigos ejemplares”.


Lo dicho, pues: “Infierno de cobardes” es —a mi juicio— la célula madre de todos los westerns dirigidos por Eastwood. Una especie de “declaración de intenciones” muy parecida a lo que propuso Leone con “Por un puñado de dólares” que sentaría las bases de un libreto de estilo muy determinado y que iría perfeccionándose con el tiempo hasta cristalizar en una incontestable obra maestra. “Hasta que llegó su hora” en el caso de Leone y “Sin perdón” en el caso de Eastwood.


No me gustaría finalizar esta reseña, empero, sin mencionar la extraordinaria labor de profesionales como Dee Barton (“Escalofrío en la noche”, “Un botín de 500.000 dólares”) por esa música tan tétrica y desasosegante; Ernest Tidyman (“Las noches rojas de Harlem”, “The French Connection”) por esos magníficos diálogos y frases lapidarias; Bruce Surtees (“El último pistolero”, “El jinete pálido”) por esa fotografía tenebrista y opresiva y George Milo (decorador habitual de Hitchcock) por la construcción de ese infernal poblado en el Parque Nacional de Yosemite, California. Añadir, tan sólo, que John Wayne —tras ver la peli— escribió a Eastwood una carta recriminándole haber hecho trizas con esta peli el espíritu del viejo oeste norteamericano. Una carta que quizás truncó, definitivamente, un viejo sueño para muchos aficionados al género: un western protagonizado por ambos. Lástima.

jueves, 28 de abril de 2016

LAS AVENTURAS DE JEREMIAH JOHNSON

(Jeremiah Johnson) - 1972

Director: Sydney Pollack
Guion: John Milius y Edgard Anhalt (basado en la novela de Vardis Fisher)

Intérpretes:
Robert Redford: Jeremiah Johnson
Will Geer: Bear Claw
Delle Bolton: Swan
Josh Albee: Cahleb
Joaquín Martínez: Camisa Encarnada
Stefan Gierasch: Del Gue

Música: John Rubinstein y Tim McIntire

Productora: Warner Bros
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 8

Del Gue: “¿Cómo te ha ido, Jeremiah?”
Jeremiah: “Sigo vivo, Del ¿Eso que llevas en la cabeza es pelo?”
Del Gue: “Sí, señor”
Jeremiah: “No”
Del Gue: “He decidido que cuando abandone esta vida debería dejar algo como recuerdo”

SINOPSIS: Jeremiah Johnson es un soldado norteamericano que deserta del ejército en pleno conflicto entre Estados Unidos y Mexico (1846-1848) y se establece en las Montañas Rocosas. Un entorno tan bello como hostil en el que deberá aprender a sobrevivir. Cuando los indios Crow matan a su esposa india y a un niño al que había adoptado, Jeremiah antepondrá su instinto de venganza al de supervivencia.


“Las aventuras de Jeremiah Johnson” es una de esas pelis que, pese a sus fallos, me encanta. Me fascinó de adolescente cuando la vi por primera vez y, afortunadamente, me ha seguido gustando —ya de más talludito— cada vez que la he revisado. Naturalmente, de jovencito suelen “colar” muchas cosas que de mayor chirrían con mayor estridencia pero, aún así, considero que la peli de Pollack tiene muchas más virtudes que defectos y que se ha ganado con todo merecimiento ese 8 que le adjudiqué de adolescente y que, a día de hoy, le sigo manteniendo.


Permitidme, sin embargo, que procure analizar esta peli lo más objetivamente posible. Con sus aciertos y desaciertos. Permitidme hacerlo así porque a veces da la sensación cuando escribimos una reseña positiva que sólo nos gustan las pelis que rozan la perfección. Y eso, al menos en mi caso, no es así. Personalmente me gustan muchas pelis imperfectas y me aburren o no me dicen nada —asimismo— películas que para grandes expertos en la materia son consideradas como verdaderas obras maestras. Así pues, dejadme que empiece con los deslices, handicaps o puntos débiles de “Las aventuras de Jeremiah Johnson” porque son poquitos y porque considero, francamente, que no alteran demasiado el más que satisfactorio resultado final de la peli.


Uno de ellos sería el guión. Un guión que me parece más bien sencillito —casi episódico diría yo— y que provoca que el arranque inicial sea un pelín lento y moroso. Con algunas escenas que nos recuerdan más a un documental del National Geographic que no a una peli en sí y con algunas situaciones prácticamente inverosímiles. Otra de las cosas que no acaba de convencerme es el pulso narrativo. Demasiado acelerado a veces y excesivamente parsimonioso en otras ocasiones.


Aún así, “Las aventuras de Jeremiah Johnson” es —a mi juicio— una gran película. Y lo es porque, pese a su epidérmica simplicidad, se trata de una peli bastante compleja y profunda. Una peli con varias capas, diría yo. Como las cebollas. Con una primera capa que nos remite al instinto de supervivencia, otra más interna que asociaríamos a la relación del hombre con la naturaleza y una última, más filosófica o espiritual, que nos relataría ese viaje interior, iniciático, por el que opta Jeremiah Johnson al principio de la peli. Tres capas o lecturas muy interesantes y sustanciosas que Pollack sabe combinar a la perfección sin que ninguna de ellas eclipse o relegue a las demás.


Parece ser que esa primera capa, la del hombre que debe aprender a sobrevivir en un entorno tan bello como hostil, fue la que más interesó a Robert Redford cuando le propusieron protagonizar la peli. Y sí, de hecho todo lo que se refiere a cazar o pescar para no morir de hambre y aprender a encender un buen fuego o bien a construir una sólida cabaña para no morir de frío son, quizás, las premisas argumentales más jugosas y atractivas de esta peli.


Pero, evidentemente, un film centrado básicamente en este aspecto no habría tenido la trascendencia que tuvo “Las aventuras de Jeremiah Johnson”. Y aunque frecuentemente se ha definido el film de Pollack como un “western ecologista”, a mí el aspecto que más me atrae de esta peli no es el del amor al entorno natural o a sus habitantes. Entre otras cosas porque Jeremiah Johnson no es un ermitaño sino un trampero, un hombre que se dedica a cazar animales (ya sean osos, alces o castores) para vender sus pieles. Algo que no creo que sea, precisamente, muy ecológico. Máxime teniendo en cuenta que, además, su relación con las tribus indígenas (concretamente con los Crow) no es tampoco demasiado cordial.


Así pues, lo que a mi más me interesa de la peli de Pollack es ese viaje interior que empuja a Jeremiah Johnson a desertar del ejército y emprender una nueva vida en las Montañas Rocosas para encontrarse a sí mismo. Y aunque no llegamos a conocer en ningún momento si ha habido o no alguna experiencia traumática concreta que lo empujara a tomar esa decisión, lo que sí sabemos en todo momento es que Jeremiah Johnson es un hombre total y absolutamente convencido de lo que hace.


Escenas para el recuerdo, no obstante, las hay para todos los gustos, pelajes y capas cebolleras. Desde moviditas-moviditas (las peleas con la jauría de lobos o con los indios Crow son, aunque difíciles de creer, realmente espectaculares) hasta profundamente conmovedoras, como cuando Jeremiah encuentra a la mujer loca y se queda con Cahleb o bien cuando llega a su cabaña y se encuentra a su mujer y a Cahleb asesinados por los Crow.


Pero si un plano me resulta verdaderamente épico y estremecedor, ése es el último. Con la imagen congelada (y nunca mejor dicho) de Jeremiah Johnson saludando y ganándose el respeto de “Camisa Encarnada”. Brutal.


Y poco más. Destacar, eso sí, la extraordinaria fotografía de Duke Callaghan, la maravillosa balada interpretada por Tim McIntire, la gran sensibilidad de Pollack como realizador y, obviamente, la espléndida interpretación de Robert Redford. Elementos, todos ellos, que contribuyen a hacer de “Las aventuras de Jeremiah Johnson” un grandísimo western de visión absolutamente imprescindible.

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Fotos:


















TRAILER: