NOSOTROS

jueves, 22 de febrero de 2018

EL HOMBRE DEL OESTE

(Man of the West, 1958)

Dirección: Anthony Mann
Guion: Reginald Rose

Reparto:
- Gary Cooper: Link Jones
- Julie London: Billie Ellis
- Lee J. Cobb: Dock Tobin
- Arthur O’Connell: Sam Beasley
- Jack Lord: Coaley
- John Denner: Claude
- Royal Dano: Trout
- Robert J. Wilke: Ponch

Música: Leigh Harlan
Productora: Ashton Production y Walter Mirisch production (USA). Distribuida por la United Artits

Por Jesús Cendón. NOTA: 9

“Ha debido de ser un movimiento reflejo. Es que yo pensaba que si faltaba usted acabarían también conmigo” (Sam explicando a Lynk la razón por la que se interpuso en el camino de la bala dirigida al expistolero).


Filme del mítico productor independiente Walter Mirisch (“Wichita”, “La gran prueba”, “Fort Masacre”, “El sheriff de Dogce City”, “Los siete magníficos”), y distribuido por la United Artits (política habitual de esta “major” caracterizada por encargarse de la distribución de filmes producidos por otras compañías más modestas) en la que se dieron la mano, en su única colaboración, dos grandes figuras del wéstern clásico: Gary Cooper y Anthony Mann.



El actor sólo en la década de los cincuenta trabajaría con gran parte de los más destacados directores en este género: Raoul Walsh en “Tambores lejanos” (1951), una especie de traslación de su gran éxito bélico “Objetivo Birmania” (1945) al universo del wéstern; Fred Zinnemann con “Sólo ante el peligro” (1952), película, reseñada en este blog, por la que obtuvo el Oscar y supuso la revitalización de una carrera algo alicaída; André De Toth en “El honor del capitán Lex” (1952); Hugo Fregonese en “Soplo salvaje” (1953), un wéstern contemporáneo situado en un país sudamericano que le volvió a emparejar con Barbara StanwycK; Henry Hathaway en “El jardín del diablo” (1954), también reseñada, una extraordinaria mixtura entre película del Oeste y filme de aventuras; Robert Aldrich con “Vera Cruz” (1954), igualmente con su correspondiente reseña en este blog, un wéstern fundamental para el desarrollo del género tanto en los EEUU como en Europa; Delmer Daves en “El árbol del ahorcado” (1959), película del Oeste muy original basada en una novela corta de la especialista Dorothy M. Johnson; o el propio Anthony Mann.



Por su parte el director nacido en San Diego, tras un “período de aprendizaje” en la década de los cuarenta con una serie de producciones de serie b e independientes enmarcadas dentro del noir (las más que notables “La brigada suicida”, “Ejecutor”, “Orden: caza sin cuartel” codirigida por Alfred L. Werker, “Border Incident” o “Side Street”, entre otras), se había convertido en uno de los máximos exponentes de este género gracias al ciclo de cinco películas rodadas con James Stewart como protagonista (todas ellas con su correspondientes reseñas en este blog). Además de habernos ofrecido otros wésterns de un nivel altísimo como el pro indio “La puerta del diablo”, también reseñado, y “Las furias”, tragedia griega ambientada en el Far-West, ambas rodadas en 1950; y “Cazador de forajidos” (1957), romántica aproximación a la figura del cazador de recompensas.



ARGUMENTO: Tras el asalto al tren en el que viajaba y una vez abandonado a su suerte, Lynk Jones junto a Billie, una cantante, y Sam, un tahúr, emprende el camino de vuelta a casa. Durante el trayecto los tres llegarán a un rancho aparentemente deshabitado, primitivo refugio de Lynk en su época de pistolero, donde se toparán con los antiguos miembros de su banda. Desde ese momento comenzará el juego por la supervivencia.



Si hay una palabra que define a “El hombre del Oeste” es innovación, ya que Anthony Mann se anticipó no sólo al wéstern norteamericano de finales de la década de los sesenta, sino incluso a las películas del Oeste filmadas en Europa, con esta historia de supervivencia a través de la cual nos describe un Oeste habitado por bandidos sanguinarios, coristas, tahúres y padres de familia de oscuro pasado muy alejado de la visión romántica aportada por el wéstern estadounidense clásico.



Una visión desmitificadora que, de forma natural, supone la culminación del camino emprendido con su ciclo de películas protagonizadas por James Stewart en el que nos mostró un Oeste nada heroico a través de personajes complejos cuyas motivaciones oscilaban entre el enriquecimiento personal y el sentimiento de venganza.



De hecho en este filme retoma temas tan habituales en la cultura anglosajona como los relativos a la segunda oportunidad y a la redención, ya presentes en “Horizontes lejanos”. Así Link Jones, un extraordinario y ajado Gary Cooper al que su enfermedad (fallecería tan sólo tres años después) le confirió una mayor autenticidad, se puede entender como un trasunto de Glyn McLyntock, el personaje interpretado por James Stewart en la nombrada “Horizontes lejanos”. De esta forma si Glyn, antiguo pistolero deseoso de abandonar su vida, debía demostrar su arrepentimiento y la sinceridad de sus sentimientos a los miembros de la comunidad para poder ser aceptado como un miembro más, a Link lo conocemos perfectamente integrado: es un hombre respetable, casado, padre de dos hijos y goza de la confianza de los habitantes de su pueblo, de tal forma que es el encargado de llevar una suma importante de dólares durante un largo viaje para contratar a una maestra. El proceso de redención de Glyn-Link aparentemente se ha consumado al haber sabido aprovechar el antiguo pistolero su segunda oportunidad.



No ocurrirá así con la corista (la actriz y cantante Julie London) que verá cómo se desvanecen sus intentos de cambiar de vida al lado del hombre del que se ha enamorado al no poder ser correspondida por Link. Mientras que Sam Beasley, un fullero caracterizado tanto por su egoísmo como por su cobardía y capaz de proponer a Link huir abandonando a Billie a su suerte en manos de la banda de forajidos, se redimirá en un acto tan heroico como suicida.



Y he hablado de aparente redención de Lynk porque para culminarla deberá enfrentarse a su pasado y terminar con él para siempre. Pasado representado por su tío y los miembros del grupo de forajidos que este capitanea y al que Lynk perteneció en su día. Son unos individuos con escaso presente y nulo porvenir, tan muertos como la ciudad fantasma en la que tendrá lugar el enfrentamiento final. Una larga escena que, por su magistral dirección, montaje y planificación, se sitúa entre los mejores momentos del wéstern y en la que destaca el duelo entre los dos primos cuyo embrión lo encontramos en el enfrentamiento final de “Tierras lejanas”; además de violar en ella Anthony Mann, como ya había hecho en otra secuencia anterior, el Código Hays que no permitía mostrar en el mismo plano al personaje que disparaba y al que recibía el disparo.



Hasta llegar a ese momento culmen, Lynk, para sobrevivir, deberá hacerse pasar por el marido de Billie, encontrándonos con otro de los temas centrales del filme, la impostura. No sólo ambos personajes van a simular estar casados sino que descubriremos que en el aparente bondadoso padre de familia anida un violento expistolero; mientras que Billie, la corista, en su día fue maestra, vida por la que siente añoranza, además de desear ante todo encontrar un buen hombre con el que fundar una familia; y el cobarde Sam (en una gran interpretación del actor de carácter Arthur O’Connell) se comportará en un momento decisivo con un gran arrojo. En definitiva, nadie es quien parece ser.




Es en su parte central en la que el filme presenta ciertas semejanzas con otra producción de 1958, el notable wéstern de John Sturges “Desafío en la ciudad muerta”; pero pienso que este lo supera al poseer Anthony Mann una mayor capacidad para indagar en los rincones más oscuros del alma sin acudir, para ello, a aburridos y pretenciosos discursos, sino tan sólo mostrándonos el comportamiento de Lynk y el de los miembros de la banda de forajidos. Un grupo decadente, sangriento y brutal a cuya cabeza se encuentra su tío Doc Tobin (inconmensurable Lee J. Cobb), un forajido que sueña con recuperar un pasado de esplendor que, quizás, nunca existió. Personaje duro e implacable, se mostrará realmente dolido con Lynk, al que había criado como un hijo, por haberlo abandonado y así le recriminará en un momento dado: “Eras algo muy mío ¿A qué vino eso de abandonarme?”; mientras que Claude, hijo de Doc y primo de Lynk, le reconocerá a este que cuando dejó a Doc vio a su padre llorar. Junto a Doc y su hijo Claude se encuentran Coaley, encarnado por el televisivo Jack Lord (Hawai 5-0), un pervertido sexual caracterizado por su sadismo; Ponch, al que da vida el habitual de este tipo de producciones Robert J. Wilke, tan fuerte como corto de entendederas; y el mudo Trout con querencia por la violencia, interpretado por el no menos habitual Royal Dano.




En consonancia con este “grupo salvaje” la película desprende una violencia y una crudeza inusual para la época, destacando dos escenas memorables. La brutal eutanasia a manos de Coaley de uno de los miembros de la banda que había resultado herido, con una magistral utilización del fuera de campo y del silencio como elementos dramáticos de primer orden; y el obligado striptease de Billie mientras que Link se ve amenazado por un cuchillo puesto en su garganta. Secuencia de la que suscribo el comentario del novelista José María Guelbenzu al definirla como una de las más violentas, dramáticas y tensas que ha dado el cine.



Película, por tanto, dura, sombría y amarga, “El hombre del Oeste” se configura como la cumbre cinematográfica de un extraordinario director, gran renovador de este género en la década de los cincuenta, por lo que su visión es obligada para cualquier amante del cine.




jueves, 15 de febrero de 2018

UNA BALA SIN NOMBRE

(No name on the bullet, 1959)

Dirección: Jack Arnold
Guion: Gene L. Con y Howard Amacker

Reparto:
- Audie Murphy: John Gant
- Charles Drake: Luke Canfield
- Joan Evans: Anne Benson
- Virgina Grey: Rosseane Fraden
- Warren Stevens: Lou Fraden
- R. G. Armstrong: Asa Canfield
- Willis Bouchey: Buck Hastings
- Karl Swenson: Stricker
- Whit Bissell: Pierce

Música: Herman Stein e Irving Gertz (sin acreditar)
Productora: Universal International Pictures (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“La carga más pesada es la culpabilidad, contra ella no puede hacerse nada”. Conversación entre Asa Canfield y el sheriff Buck Hastings.



Visita de nuevo este blog, tras “Muerte al atardecer” (1956), Jack Arnold, director relegado a producciones modestas pese a su gran talento y su enorme capacidad narrativa. Sin embargo este hecho no le impidió sobresalir en la década de los cincuenta, fundamentalmente en el género de la ciencia-ficción, con películas como la mítica “El increíble hombre menguante” (1957).



Por lo que se refiere a “Una bala sin nombre”, cabe señalar que sin duda está al nivel de sus mejores cintas y supone su wéstern más logrado. No obstante, y a pesar de los evidentes méritos del filme, Jack Arnold tras finalizar esta película tuvo que refugiarse en la televisión, rodando tan sólo para la pantalla grande en los siguientes veinticinco años dos comedias insustanciales al servicio del actor Bob Hope.



En todo caso, estamos ante uno de sus proyectos más personales, en el que se implicó no sólo como director sino también como productor, que puede entenderse como una especie de spin off de la mencionada “Muerte al atardecer”, al darle todo el protagonismo en este filme a un personaje similar pero con un rol secundario en el wéstern de 1956, el pistolero Chet Swan brillantemente interpretado por Grant Williams. Las semejanzas entre ambos personajes son evidentes; así John Gant, como Chet Swan, es un joven asesino a sueldo de rostro angelical, vestido completamente de color negro y se sirve de una artimaña para evitar problemas con la justicia, provocar al hombre que va a matar con el objeto de que desenfunde primero y eludir, de esta forma, la posible acusación de asesinato (idea retomada en numerosos filmes como, por ejemplo, “El gran silencio”, un euro wéstern dirigido en 1968 por Sergio Corbucci). No obstante si algo diferencia a un personaje del otro es que Gant carece de los rasgos psicóticos de Chet; es un hombre consciente de su condición y convencido de prestar un servicio a la sociedad al acabar con aquellos que se lo merecen.



Para interpretar a este personaje se escogió a Audie Murphy, una de las grandes estrellas del wéstern de serie b durante las dos décadas en las que estuvo ligado a la Universal, compañía especializada en este tipo de producciones. Héroe de guerra, fue el soldado más condecorado durante la II Guerra Mundial, y ejemplo de hombre hecho a sí mismo, era un actor muy querido en los EEUU. En esta ocasión ofreció un buen rendimiento como Gant, uno de sus personajes más complejos, a pesar de que por su rostro aniñado y aspecto frágil no parecía la opción adecuada para interpretar a un homicida con un poder casi absoluto sobre la vida y la muerte.


ARGUMENTO: Con la llegada a la ciudad de Lordsburg de John Gant, un afamado asesino a sueldo, se romperá la paz del lugar al no saber sus habitantes quién será el destinatario de las balas del pistolero.



En la película el director reflexiona sobre el sentimiento de culpa, ofreciéndonos una visión pesimista del ser humano. Para ello sitúa la acción en un pueblo habitado por ciudadanos aparentemente intachables, pero cuyas fachadas se desmoronarán con la llegada del pistolero. De esta forma, ya desde las primeras escenas el director nos muestra como la sola presencia del asesino a sueldo, cual ángel vengador, actuará como un catalizador de los recuerdos más oscuros de los ciudadanos, enfrentándoles tanto con sus miserias como con sus pecados; y provocando en última instancia respuestas violentas.



Veremos por ejemplo reaccionar a Pierce, el banquero del lugar, y Stricker, uno de los mayores propietarios del pueblo, al pensar que son el objeto del pistolero por un asunto turbio en la adquisición de una mina; mientras que el dueño de esta creerá que son estos los que han contratado a Gant para acabar con él. El resultado, tras la drástica y trágica decisión de Pierce, será el enfrentamiento mortal entre ambos. Incluso anteriormente Striker junto a Dutch, otro de los prohombres del pueblo, había convencido a la mayoría de los habitantes para acompañarle con el objeto de linchar a Gant. Brillante escena en la que Arnold aborda el tema, en clara referencia crítica al macartismo, de la manipulación de las masas a través de mensajes directos y sencillos que crean un sentimiento paranoico en la población.



A su vez una pareja de amantes (Rosseana y Lou) pensará que es el marido de ella quien ha contratado a Gant para castigarlos, y Lou terminará poniéndose en ridículo al ser incapaz en el último momento de retar al asesino; mientras que el juez, representante de uno de los pilares de la sociedad, comenzará a sospechar que las balas de John tienen marcado su nombre por un reprobable asunto ocurrido en el pasado.





Como contraste con la mayoría de los hipócritas y egoístas habitantes del pueblo nos encontramos con el honrado sheriff del lugar (el fordiano Willis Bouchey) que no obstante será tentado para arrestar a Gant utilizando una triquiñuela legal; Asa, el herrero (interpretado por el habitual en el cine de Peckinpah R. G. Armstrong);  y, sobre todo, el humanista hijo de este, además de ser el médico del lugar, Luke (convincentemente interpretado por Charles Drake), un hombre caracterizado, frente a tanta falsedad, por su rectitud y por su sinceridad. Por lo que no es de extrañar que entre el doctor y John Gant, ambos personajes contrapuestos pero decididamente francos y honestos, comience a fraguarse una relación basada en el respeto y la franqueza.



Respecto a la misma cobran importancia dos escenas, una de ellas jugando al ajedrez que rinde homenaje a “El séptimo sello” (Ingmar Bergman, 1957), en las que Gant conversará con Luke transmitiéndole su filosofía de vida; así, mientras que el doctor arranca las enfermedades de los cuerpos de sus pacientes para sanarles, el acaba con aquellos individuos que corrompen a la sociedad y por tanto, en el fondo, vela por la salud de esta.



La relación de ambos culminará en un sobresaliente y paradójico final, la segunda escena a la que me refería, con uno de los duelos más originales que he visto en un wéstern junto con el de “Terror en una ciudad de Texas” (Joseph H. Lewis, 1958). Luke, representante del hombre civilizado y contrario a usar la violencia, se enfrentará al pistolero como consecuencia del fallecimiento de un individuo del que John no es culpable; y mientras que el forajido no será capaz de matar a su oponente, el doctor condenará al asesino a una muerte segura.



Filme muy superior a la media de los wésterns de serie b, “Una bala sin nombre” se configura como un wéstern singular con tintes metafísicos y brillantemente dirigido por Jack Arnold que supo dotar a la película de un suspense in crescendo hasta culminar en su inolvidable y sobrecogedor final.



Como curiosidad comentaros que en una escena en el salón aparece Bob Steele, uno de los vaqueros más famosos durante treinta años y reconvertido en actor de carácter a partir de la década de los cincuenta. 

jueves, 8 de febrero de 2018

DESAFÍO EN LA CIUDAD MUERTA

(The law and Jake Wade, 1958)

Dirección: John Sturges
Guion: William Bowers

Reparto:
- Robert Taylor: Jake Wade
- Richard Widmark: Clint Hollister
- Patricia Owens: Peggy
- Robert Midleton: Ortero
- Henry Silva: Rennie
- De Forest Kelly: Wexler
- Burt Douglas: Teniente
- Eddie Firestone: Burke

Música: Fred Steiner
Productora: Metro Goldwyn Mayer (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5.

“¿Qué era lo que solíamos decirle, Jake? Solíamos decirle…Ah sí, sí. Le decíamos, Wexler puedes matar a quien te dé la gana porque este es un país libre. Pero si lo haces con odio lo único que acabarás es con la bilis revuelta” (Clint conversando con Jake acerca de la actitud mostrada por Wexler).


Cuando recordamos a Robert Taylor, rebautizado como “el hombre del perfil perfecto”, la imagen que tenemos de él es la del galán en numerosos melodramas de la década de los treinta (“Sublime obsesión” de John M. Stall es un claro ejemplo) o la de espadachín y caballero medieval en las maravillosas películas de aventuras producidas por la Metro Goldwyn Mayer dos décadas después. No en vano, era el rival natural en este género de Tyrone Power, incluido en la nómina de la Twentieh Century Fox, y ambos los sucesores de un prematuramente avejentado Errol Flynn, cuyos mejores filmes de aventuras los protagonizó mientras le duró su contrato con la Warner Brothers.



Sin embargo, Taylor protagonizó, sobre todo durante la década de los cincuenta, una serie de wésterns muy interesantes en los que nos ofreció un notable cambio de registro, abandonando su eterna sonrisa y mostrándonos un perfil más duro. Así fue, sucesivamente, un indio despojado injustamente de sus propiedades en “La puerta del diablo” (Anthony Mann, 1950), un misógino conductor de caravanas en “Caravana de mujeres” (William Wellman, 1951), un fuera de la ley arrepentido en “Una vida por otra” (John Farrow, 1953), un cazador psicópata y racista, uno de sus papeles más oscuros, en “La última caza” (Richard Brooks, 1956), un ranchero enfrentado fatalmente a su hermano en “Más rápido que el viento” (Robert Parrish, 1958), el sheriff, antiguo forajido, en la película objeto de esta reseña o el inflexible hombre de la ley en “El justiciero” (Michael Curtiz, 1959). Películas que, si bien no suelen aparecer en las listas relativas a los mejores wésterns, si constituyen un corpus cinematográfico envidiable en este género.



ARGUMENTO: Jake Wade, un exforajido, salva a Clin Hollister, antiguo camarada, de la horca. Tras separarse, Clint lo localizará y con su banda lo secuestrará junto a su novia para que le guíe al lugar en donde enterró un botín de veinte mil dólares. En el intento de recuperar el producto de su robo el grupo deberá hacer frente no solo a la tensión surgida durante el viaje, sino también a una partida de indios comanches en pie de guerra.



Nos visita de nuevo en este blog John Sturges. En esta ocasión con un filme rodado entre dos de sus wésterns de mayor éxito, “Duelo de titanes” (1957) y “El último tren de Gun Hill” (1959) con el que esta película presenta ciertos elementos en común al enfrentar a dos viejos camaradas.



La historia, no demasiado original, está estructurada en tres partes claramente diferenciadas:



La introducción, con el rescate de Clint por parte de Jake, saldando de este modo una antigua deuda. Para a continuación sorprender la película al espectador al mostrárnoslo como el marshall de otro pueblo. Este tramo finalizaría con el secuestro del sheriff y de su prometida por parte de la banda de Clint.



La parte central, en la que se desarrolla el viaje hacia el pueblo fantasma en donde enterró Jake el botín. Constituye un tramo fundamental para ir conociendo el carácter de los principales personajes y sus relaciones; y se caracteriza por la búsqueda por parte de Jake de las fisuras en el grupo que le permitan huir. Al estar rodada en exteriores (en concreto en el Parque Nacional del Valle de la Muerte) destaca el inmenso trabajo del gran director de fotografía Robert Surtees (con tres Oscars y dieciséis nominaciones).



El desenlace en la ciudad fantasma. Esta parte se caracteriza básicamente por el incremento de las escenas de acción con, primero, el ataque de los comanches sufrido por el grupo protagonista en el pueblo fantasma, muy bien rodado por Sturges y en el que destaca una escena en el interior del saloon iluminado como si estuviéramos contemplado una película de terror, y, en segundo lugar, con el anunciado y anhelado duelo protagonizado por los dos excamaradas.



Por tanto, nos encontramos con un filme protagonizado por bandidos u hombres de pasado oscuro en el que cobra una gran importancia como escenario principal un pueblo abandonado; pudiéndose rastrear la huella en esta película de, no sólo, un título tan significativo como “Cielo amarillo” (William Wellman, 1948), filme reseñado y también coprotagonizado por Richard Widmark, sino también de otras propuestas más modestas pero no carentes de interés como son “Emboscada en Tomahawk Gap” (Fred F. Sears, 1953) o “Quantez” (Harry Keller, 1957).



Curiosamente, además, el personaje principal presenta grandes semejanzas con el de “El hombre del Oeste”, otra producción de 1958 dirigida en esta ocasión por Anthony Mann. Efectivamente, tanto Jake como Link Jones son exdelincuentes aparentemente reinsertados que han logrado ganarse el respeto, la confianza y la amistad de los vecinos de su comunidad pero a los que visitará su pasado encarnado en sus antiguos compañeros, y ambos tan sólo contarán con una salida como medio para olvidar definitivamente a este: eliminar el último eslabón que les une a él, sus antiguos socios.

De esta forma la película se desarrolla a través de dos grandes ejes temáticos. Por una parte, el peso del pasado y las dificultades para reinsertarse en la sociedad y rehacer sus vidas por parte de antiguos delincuentes. Y por otra, el tema de la amistad, más concretamente el de la traición a esa amistad.



Así, Jack Wade, un Robert Taylor en una actuación muy sobria y quizás demasiado contenida por lo que bordea la rigidez, es un antiguo forajido que tras un hecho terrible (en el último asalto a un banco mató accidentalmente a un niño) decide abandonar esa vida. Nos lo encontramos perfectamente integrado en su nueva ciudad ocupando el puesto de marshall e, incluso, está prometido con una joven adinerada. Pero la llegada de sus antiguos compinches le devolverá a aquella época de su existencia que pretende olvidar, convirtiéndose esta en una pesadilla. Mientras que Clint Hollister, un Richard Widmark dando vida a uno más de sus inolvidables villanos, encarna el dolor de quien ha sido traicionado por aquel en quien más confiaba y al que más apreciaba. Su resentimiento con Jake no se debe tanto al hecho de que se llevara los veinte mil dólares del botín como a la forma de hacerlo por parte del ahora sheriff. De hecho son constantes los reproches de este a Jake. De esta forma le comentará: “Lo que sé es que si hubieras tenido honor no hubieras abandonado a un amigo”; más tarde confesará a Peggy delante de él: “Necesite una semana para comprender que había huido de mí”; y, por último, le preguntará: “¿Por qué no fuiste a decirme con sinceridad, Clint yo me retiro? ¿Por qué no lo hiciste?” Incluso son tales los sentimientos albergados hacia Jake que dudará en el instante final del duelo.



Ese concepto de la amistad lleva al espectador a simpatizar con él a pesar de ser un individuo vengativo, extremadamente cínico, violento y misógino (para él las mujeres son un estorbo y las llega a comparar con una pierna rota). Dicha misoginia, junto a su resentimiento hacia Jake y algunas frases citadas por miembros del grupo como, por ejemplo, que su ex-camarada era la persona a la que más había querido, ha dado pie para que determinados críticos hayan advertido la existencia de una relación de tipo homosexual entre ambos.




En todo caso, es un personaje más atractivo que el honrado, digno y ahora integro sheriff; y sin duda la grandísima actuación de Richard Widmark lo convierte en el gran protagonista de la película, eclipsando al resto del reparto compuesto por Patricia Owens como Peggy, un papel poco interesante y totalmente prescindible; un siempre eficaz Robert Middleton dando vida a Ortero, un miembro de la banda que se debatirá entre su lealtad a Clint y el recuerdo de su viaje amistad con Jake; Henry Silva, una especie de clon de Jack Palance, al que le tocó en suerte Rennie un pistolero psicópata con una niñez traumática, personaje muy apropiado a su físico que ya había interpretado un año antes en “Los cautivos” (Budd Boetticher); y De Forest Kelly, antes de hacerse famoso como el Doctor McCoy en Star Trek, encarnando al impulsivo Wexler.



“Desafío en la ciudad muerta” es, en definitiva, un notable wéstern brillantemente dirigido por un gran especialista como John Sturges que, aunque no tan redondo como “Duelo de titanes” (1957) ni tan popular como “Los siete magníficos” (1959), ambas objeto de reseña, ocupa un lugar destacado en este género.



Como curiosidad comentaros que el compositor contratado era Bronislau Kaper, pero en ese momento los músicos de Hollywood se pusieron en huelga y, al parecer, tuvieron que utilizar temas procedentes de otros filmes para completar la banda sonora de este.